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Fernando Ruiz Lacasa
Domingo, 28 de mayo 2023, 07:35
Accediendo a Urgull por la empinada cuesta de la ladera norte, a unos 75 metros sobre el nivel del mar, hallaremos tras una curva cerrada un lugar casual. No hay ritualidad en su visita, se accede directamente desde el borde del camino, alcanzando monte arriba un pequeño parque rodeado del medio natural. Fue un modo poético de dar sepultura a los caídos por causa común, que se asoman al mar azul desde hace casi 200 años, buscando en el horizonte las islas británicas, el hogar al que esos cuerpos nunca pudieron regresar.
El cementerio de los Ingleses, por su dimensión y por su origen, nos enseña ese modo más poético de tratar la muerte, inspirando gran respeto y solemnidad. Tumbas adaptadas informalmente a la topografía del terreno, que tienen en común estar rodeadas de hierba, árboles y arbustos de crecimiento salvaje, al más puro estilo del jardín inglés, abriendo entre ramas una ventana natural que deja ver el océano, ese mismo que les dejó venir, pero que no les permitió volver.
Los túmulos que observamos pertenecen a oficiales de la Legión Auxiliar Británica (BAL) que pelearon encarnizadamente contra los carlistas en sitios como los altos de Aiete (1836) o la terrible batalla de Oriamendi (1837). Defendían a los liberales cristinos de Isabel II. La excepción fue el panteón dedicado al mariscal de campo Manuel Gurrea, muerto en acción en el puente de Andoain, amigo y colaborador del teniente general al mando del BAL, Lacy Evans.
Haciendo historia, en el año 1835 dos oficiales desembarcaron en nuestras tierras procedentes de la isla de Guernsey, ubicada en el canal de la Mancha, al oeste de las costas de Normandía. Se trataba de los primos William Tupper y Oliver de Lancey, que en esta contienda alcanzarían el grado de coronel. El primero sucumbió el año 1836 en los altos de Aiete y el segundo, un año más tarde en la batalla de Oriamendi. Los dos acabaron enterrados, uno frente a otro, en el cementerio de los Ingleses. Junto a ellos, llama la atención el único panteón que no cobija los restos de un militar, sino los de una dama y una niña, esposa e hija de don Juan Callander, cirujano del ejército de SM Británica.
Por los escritos consultados, el cementerio nace de la necesidad de crear un camposanto para los ingleses caídos en la I Guerra Carlista. Aunque se desconoce de quién partió la iniciativa y el propósito de su construcción, se sabe que se escogió un lugar cuyas vistas estuvieran orientadas hacia las islas británicas. También se comenta que su creación fue del interés de las autoridades de la Iglesia Católica por tratarse de soldados pertenecientes a otra ideología religiosa.
El año 1903, el Parlamento británico se pronunció en contra del estado general del cementerio y así se lo hizo saber al Ayuntamiento. No fue hasta el año 1924 cuando la reina Victoria Eugenia, ante una representación de la marina inglesa y otras autoridades, inauguró los trabajos de restauración llevados a cabo, que incluían la instalación de un fragmento del conjunto escultórico que fue erigido en 1913 en los jardines de Alderdi Eder con motivo del centenario de la liberación e incendio de San Sebastián y que nunca gustó a la monarca. Esta referencia escultural aporta mucha confusión a la realidad histórica de este lugar, en el que nunca han sido documentados enterramientos de los hechos acaecidos en 1813, sino exclusivamente los enterramientos de la I Guerra Carlista (1833-1840).
En 1935, el cónsul británico traslada nuevamente a las autoridades municipales la queja de muchos visitantes sobre el estado del cementerio, comprometiéndose el consistorio a mejorarlo. Solo 80 años más tarde, el 18 de enero de 2018, el Ministerio de Justicia inscribe la Fundación Cementerios Británicos en España, cuyo objetivo es preservar los cementerios británicos en este país. Dice la resolución: «Se respetarán y mantendrán los cementerios británicos como lugares de entierros apacibles y bien conservados».
Para ello, no resultaría tan complicado someter nuestro cementerio de los Ingleses a una restauración sencilla, nacida de su propia esencia, consistente en la adecuación de los accesos y senderos que unen túmulos y lápidas, para hacerlos seguros y accesibles, incluyendo la limpieza de los panteones, recuperación de lápidas e inscripciones y, si fuera posible, la retirada del fragmento del monumento al centenario de 1813, actualmente en muy mal estado y considerado totalmente ajeno a este lugar, cuya eliminación dejaría limpias las bellísimas formaciones rocosas que asoman en esta ladera.
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José Mari López e Ion M. Taus | San Sebastián
Miguel González y Javier Bienzobas (Gráficos) | San Sebastián
Javier Bienzobas (Texto y Gráficos) | San Sebastián
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