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SOS Martutene' era el título de la queja que envió Miren Aranguren a la sección de protestas ciudadanas 'Sirimiri' hace unas fechas. Y decía: «Pasan meses, años… y no se resuelve ni uno solo de los problemas que denunciamos los vecinos: inseguridad vial en los alrededores de la ikastola, escasa limpieza, rotonda 'provisional' cutre que lleva años, villa Oyón abandonada que da mala imagen e inseguridad, gasolinera y tren de lavado fuera de uso que ahí siguen, paradas principales de Dbus que son tercermundistas, precariedad de la estación de Renfe, con cruce de vías incluido; edificio de la escuela de los Agustinos abandonado, chabolas con inmigrantes junto a las vías del tren, quitaron el paso de peatones hacia Barkaiztegi y no lo han sustituido, bidegorri sin terminar, iluminación escasa en calle Camino de la Hípica, con un semáforo en cuesta que tarda 10 minutos para acceder, etc. Los responsables del Ayuntamiento deben actuar ya. Es una vergüenza que en pleno siglo XXI no se dediquen recursos a este barrio».
La ocasión estaba servida y contactamos con esta ciudadana para realizar un paseo por este barrio asomado al Urumea y situado entre Loiola y la vecina localidad de Astigarraga. Martutene formó parte del antiguo municipio de Altza, que fue anexionado a Donostia en 1940. Cuenta con 2.708 habitantes, según se informa en la página web del Ayuntamiento de San Sebastián y tuvo un pasado glorioso. En las primeras décadas del siglo pasado, Martutene era una zona rural en la que también había espacios para el ocio: tuvo parque de atracciones y restaurantes que atraían numerosas celebraciones e incluso una plaza de toros.
Lo anterior es ya historia pero no hace tanto que Martutene era un barrio delicioso, con tiernas lechugas y sabrosas verduras que se cultivaban en la vega del río y que atraían a consumidores gourmets del cercano barrio de Amara. «Los trabajadores de la 'Resi' venían a los caseríos a comprar», recuerda Miren Aranguren. «Aún sigo visitando a Juani, una de las caseras.Tiene más de 90 años y se fue a Astigarraga cuando derribaron su caserío. Me la encuentro disfrutando del Hogar del Jubilado del pueblo por las tardes».
Miren Aranguren
Vecina de Martutene
Miren Aranguren, pedagoga de profesión, sacó plaza en la UPV en Donostia y dejó su trabajo en Amorebieta para buscar en esta ciudad un piso acorde al no muy boyante sueldo que le ofrecía años atrás la universidad. «El piso más barato que encontré estaba en Martutene», relata. «Era un barrio de trabajadores, gente humilde y honesta, y también una zona euskaldun donde podía practicar mis conocimientos de hablante euskaldunberri».
A la vega del Urumea fue feliz en Martutene y con sus gentes, por eso le duele tanto el declive al que se ha dejado caer al barrio. Una de las imágenes más penosas, en su opinión, es la rotonda semiabandonada que reparte el tráfico en el paseo de Martutene, arteria principal del barrio. «Una rotonda bonita dignificaría la zona y nos daría alegría a los vecinos al empezar el día», reclama. «Que planten árboles, que pongan unos bancos cerca, que piensen en los que vivimos aquí. Pero no. Sigue con unas vallas de hormigón provisionales, que ya son eternas y esperan que nos podemos olvidar. En el interior, la gravilla se alterna con los hierbajos, una mezcla que da una sensación de gran abandono».
La rotonda se encuentra junto a la gasolinera y el tren de lavado de coches, dos instalaciones abandonadas que allí siguen, junto a la parada de Dbus sin marquesina. Un conductor de autobús se suma al debate. «Antes, cuando el autobús paraba a la vuelta del bar Mikel, hace unos tres años, teníamos marquesina, pero trasladaron la parada al paseo de Martutene y no volvieran a ponerla», explica. «Era difícil dar la vuelta con los autobuses en la parada anterior, pero no es normal seguir en estas condiciones».
Miren Aranguren
Vecina de Martutene
Los usuarios del autobús se refugian cuando llueve en una vieja tejavana llena de pintadas y de la que no se ha retirado la mugre. «Es triste tener que acostumbrarse a esto», dicen los vecinos que esperan al autobús. «Nosotros pagamos nuestros impuestos como todos, pero con este descuido nos convierten en ciudadanos de tercera. En San Sebastián se vende el lujo de una ciudad que eligen los turistas de todo el mundo pero a Martutene nos tienen en una situación que da vergüenza».
Villa Oyón, un edificio declarado Bien Cultural por el Gobierno Vasco, es otro de los caballos de batalla de los habitantes del barrio. «La compró en su día un constructor pero no se ha hecho nada», dice un paseante de la zona. «Acumula basuras y por ella circulan las ratas. Una cortinas roídas recuerdan que fue un edificio con okupas, donde se registró un incendio hace un par de años y que sigue deteriorándose día a día ante nuestros ojos».
Cuentan con un bidegorri que acaba en una acera. «Llegas en la bici y te chocas con los peatones que vienen andando por la calle Tranvía», afirma Gregorio, vecino del barrio. «¿Cuándo piensan darle continuidad y terminarlo debidamente?».
Miren Aranguren
Vecina de Martutene
El abandonado colegio de los Agustinos, un edificio querido porque en él estudiaron muchos vecinos, es otro de los problemas sin resolver. Junto a él hay chabolas habitadas por emigrantes, donde el pasado mes de septiembre se produjo un fuerte incendio por la explosión de una bombona de gas. «El colegio fue después un centro de Formación Profesional», dicen. «Se cerró y no han hecho nada con este magnífico inmueble.Su recuperación es otra de nuestras demandas».
La anunciada mejora del apeadero de Renfe en Martutene se ha hecho esperar. Los usuarios cruzan aún sobre las vías, en una zona pobre en iluminación, denuncian. El proyecto de mejora aparece tradicionalmente en las enmiendas de los grupos vascos a los presupuestos del Estado. Aunque la última puede ser la definitiva: la propuesta del PNV, de 7 millones de euros, se ha incluido en los presupuestos que el Congreso de los Diputados aprobó el viernes.
El paso a nivel que sí se ha cerrado es el que daba acceso a la sidrería Barkaiztegi. Pero sin alternativa. Un semáforo, de un único sentido, controla el paso de los coches en el cercano paseo de la Hípica. «Para los que vivimos allí y usamos el coche, es un freno», dice Aranguren. «Tarda mucho en ponerse verde».
En la sidrería Barkaiztegi también están preocupados. «Los pequeños proveedores de producto han dejado de venir porque no les renta la larga espera».
La miniacera que discurre en paralelo al colegio Arantzazuko Ama es un problema que en parte va a solucionarse. Hace poco se empotró un coche en la curva cercana, lo que ha llevado al Ayuntamiento a aprobar una obra, ya en marcha, para que los escolares crucen con mayor seguridad. Se construye un paso de peatones elevado desde la calle Tranvía y se ampliará el itinerario peatonal hacia la zona deportiva.
Martutene tuvo su plaza de toros con capacidad para 4.000 espectadores. Su cubierta acristalada permitía la celebración de novilladas, funciones de circo o conciertos. Se inauguró en 1908, con la Orquesta Sinfónica de Berlín bajo la dirección de Richard Strauss. Pero a pesar de su brillante estreno, sus incómodos asientos y su mala acústica la hicieron poco rentable. Se derribó en 1923.
Hubo más. Martutene tuvo su casino Kursaal. Se inauguró en 1910, junto a un parque de atracciones. Se cerró en 1923 aunque quedó el baile, que terminaría llamándose con un nombre resonante, el de Campos Elíseos.
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