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Víctor Souto Gil volvió a la vida con una llamada telefónica.
- «¿Sí?»
- «Hola, ¿los Souto Gil?»
- «Yo no. Es mi madre».
- «Mi nombre es Yoko, Andrea Yoko, soy cineasta».
Fue en septiembre de 2019. Desde San Sebastián, Imanol Iturripea Souto escuchó sorprendido al otro lado del teléfono la historia de dos amigas de 29 y 25 años que en julio de 2018 viajaron en furgoneta al Jazzaldia para ver un concierto de Rubén Blades y descubrieron un tesoro.
- «El verano pasado encontré un montón de postales tiradas en la calle que su tío Víctor envió a sus padres y a su hermana Ceci. Me emocionaron mucho y quería rendirles un homenaje a través del cine»-, prosiguió Yoko.
Ocurrió al día siguiente del concierto. Ella y su amiga, la actriz Carmen Peña, habían decidido dar un último paseo de despedida por la ciudad antes de abandonarla y se encaminaron hacia la calle Arrasate sin saber que estaban a punto de unir sus vidas a Donostia. «Al lado de un contenedor vimos unas cincuenta postales desperdigadas por el suelo junto a libros, ropa y recetas. Pensé que eran de alguien que había muerto», recuerda Yoko año y medio después.
Eran postales de distintos lugares del mundo escritas entre los años 50 y 80 del siglo pasado por un tal Víctor Souto Gil, un desconocido que, al parecer, no dejaba de viajar. Ese hombre había estado en Brasil, Nueva york, Bogotá, Tokio, Hamburgo, Buenos Aires..., en todas partes. Y además, parecía ser una persona muy afectuosa.
Con su botín entre las manos, las dos chicas entraron en un bar y se dispusieron a leer los mensajes de Víctor. «Querida 'famiglia', esta ciudad es maravillosa. Miras y miras y nunca te cansas», dijo en abril de 1958 desde Italia. «Querida hermana, recibe un fuerte abrazo del siempre eterno viajero», escribió en 1971 desde Nueva York. «Mi amiga Carmen -explica Yoko- se emocionó con una escrita el 14 de noviembre de 1960 en Hamburgo. Ponía: 'Querida mami. Ya sé que no te escribí para tu cumpleaños, pero donde estaba ya no podía hacerlo a tiempo. Sabes que en todo momento estoy con vosotros en espíritu y que os quiero mucho».
De regreso a Madrid, Yoko trató de averiguar algo más de aquel personaje. La búsqueda fue infructuosa pero su interés por las postales no había desaparecido. «Empecé a hacer con ellas un trabajo audiovisual en el que mezclábamos las imágenes de las ciudades con la voz de un narrador que leía los mensajes y también con imágenes de lugares y de aviones», dice Yoko.
Seguía pensando en Víctor, no lo había olvidado. En septiembre de 2019 volvió a buscar y halló una pista. Era una esquela publicada en EL DIARIO VASCO a nombre de Cecilia Souto Gil, una mujer que había fallecido meses antes en San Sebastián. Entre los familiares figuraba un hermano que se llamaba Jesús Víctor. Había una cruz junto a todos los nombres menos en uno: Manuela. Ya sabían dónde buscar.
- «Al dar con una esquela acabo de averiguar que Cecilia falleció en marzo y que aún tiene una hermana viva».
- «Sí, mi madre Manuela. Tiene 95 años»-, respondió Imanol a Yoko.
- «He pensado que ya que no pude conocer ni a Cecilia ni a Víctor, quizá podría conocerles a través de vosotros, su familia».
Andrea Yoko ha regresado en dos ocasiones a San Sebastián para visitar a Imanol y a su madre y reconstruir la historia de Víctor. Los recuerdos fluyen poco a poco. Manuela, de 95 años, ya está mayor y le flaquea la memoria, e Imanol se esfuerza por encajar las impresiones dispersas de su tío, un señor elegante que aparecía muy de vez en cuando por su casa y al que todos conocían como el 'tío de América'.
Desde que vio las postales, Imanol no ha dejado de recordar a un hombre que nació en Donostia en 1928, se fue a la mili y ya solo volvió para hacer visitas esporádicas. «Era muy jovial. Cuando éramos niños nos traía balones y juguetes como pistolas espaciales con pilas que no existían en San Sebastián». El servicio militar lo hizo en Canarias y Málaga, donde su presencia no pasó desapercibida. Con sus 1,85 metros de altura, su elegancia innata y su don de gentes era difícil no tenerle en cuenta.
En Málaga participó en programas de radio, donde hizo gala de su buena voz. «Le gustaba la ópera y la música clásica. Un día le hicieron una entrevista y se puso a cantar, qué voz tenía», explica Imanol. Pero aquello no duró mucho porque pronto empezó a trabajar como azafato en Iberia y dio, como dice su sobrino «mil vueltas al mundo».
A Víctor le gustaba beber whisky y el tabaco rubio. Cuando visitaba San Sebastián solía alojarse en el parador Jaizkibel. «Tenía el pelo rizadito, se teñía de rubio por las canas y cuando se quedó calvo se compró un peluquín», cuenta Imanol al describir a su tío. Manuela y Cecilia le visitaban de vez en cuando en Madrid, la ciudad en la que vivía. Tenía un piso enorme, nunca se le conoció novia y cuando sus hermanas iban a verle las llevaba por la noche a los bares que frecuentaba, todos de ambiente gay.
Víctor llegó a montar un rancho en Argentina, donde residía su primo carnal Humberto Souto, un pintor que llegó a exponer en el Museo de San Telmo en 1971 y que no es el único artista en la familia. La casa de Manuela está repleta de cuadros que ha pintado ella misma. Su hijo Imanol ha seguido la misma senda y ha colaborado con el pintor y músico donostiarra Roskow.
Tras su jubilación, el 'tío de América' pidió a su sobrino que le ayudara a comprar un caserío para entrar a vivir en él, pero no le convenció ninguno y acabó fijando su residencia en Sevilla. Fue allí donde encontró la muerte a los 73 años de edad. En marzo de 2001 le dio algo, quizás un ataque al corazón, mientras trataba de aparcar su Mercedes e, involuntariamente, estiró la pierna con la marcha atrás puesta y pisó el acelerador. «Chocó contra otro vehículo y se partió la cervical».
Imanol cree que las postales las tiró la chica que limpió la casa de Cecilia cuando falleció. Manuela preguntó un día a su hijo si Víctor estaba vivo y él le contó otra vez lo del accidente de Sevilla y que está enterrado en Polloe. La memoria flaquea y con ella el recuerdo del 'tío de América', que parecía destinado a desaparecer junto con los libros, la ropa y las recetas de cocina desperdigadas en una calle de San Sebastián. Pero el olvido no siempre se cumple. Yoko, que ha dirigido, escrito y producido para anuncios, vídeos musicales y cine, tiene previsto realizar un documental sobre las postales y los Souto Gil. También quiere escribir una novela en la que aparecerán mezcladas las aventuras de dos amigas en furgoneta y un azafato en un avión. Gracias a ellas y a su curiosidad, Víctor ha vuelto a la vida. «Es como si hubiera regresado», confirma su sobrino.
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Fernando Morales y Sara I. Belled
Amaia Núñez
Patricia Rodríguez e Izania Ollo | San Sebastián
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