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En los archivos locales no consta la fecha exacta en la que comenzó a celebrarse la hoy tradicional Salve del 14 de agosto, pero queda constancia de que ya era mucha su antigüedad cuando, en 1850, cien años antes de que el Papa Pío XII declarara el Dogma de la Asunción de la Virgen, recuerda el cronista Angel Pirala, que «todo el vecindario enviaba colgaduras, sillas y arañas a la iglesia, para la ceremonia de la Salve en la que se interpretaba música de Santesteban», debiéndose recordar que los asientos no eran frecuentes, como actualmente ocurre en las iglesias ortodoxas que se permanece de pie, y los bancos eran privados, teniendo las sillas grabado el nombre y apellido de su propietaria.
«Asistía, sigue diciendo el cronista, el Ayuntamiento, procesionalmente, presidido por el alcalde, vestido de golilla, sombrero redondo con plumas, chupa, ricos encajes en cuello y puños, capilla y calzón corto, llevando en la enguantada mano el delgadísimo junquillo, signo de su autoridad y precedida la Corporación por el clásico tamboril, clarineros y alguaciles».
En 1878 se escribe sobre la Salve cantada a gran orquesta y diez años más tarde, 1888, sobre «quienes fueron los pioneros a la hora de dar realce al principal acto religioso de la Semana Grande»: entre otros, un secretario del Juzgado, Pío Baroja, tenor; un sastre flautista, Ugarte; Blas Escoriaza, ingeniero y bajo; Miguel Mendizábal, tenor; Santiago Echave, empleado de las Casa Lizarriturry; Cipriano Ormatxabal, violín, acompañado de su padre que era cellista y el tenor eibarrés Manuel Vidarte».
Ayudó al boato de cuanto rodeaba a la Salve el hecho de que, a partir de 1887, la Reina Regente comenzó a acudir a la misma, junto a los demás miembros de la familia real, haciendo que las entradas y salidas de Santa María «fueran una concentración de diplomáticos, políticos, aristócratas, industriales y millonarios que trasladaban sus inquietudes a los paseos, las terrazas y las tertulias donde solo se hablaba de política».
Al 'maisuba', José Juan Santesteban, le sucedió como organista su hijo José Antonio quien «se dejó influir por Isidoro Goicoechea para abrir las puertas del coro a las «Salves» de Gounod, Dubois, Perossi, Calahorra, Leoncio Zaragozano, Prado de Cabas, Galbán, Mine y Eslava».
Pero no todo era felicidad en la Casa del Señor y sus aledaños. El año 1896, después de duras polémicas entre el Vicario de Santa María y el Ayuntamiento por la participación de este último en los actos religiosos, con los votos en contra de los señores Goiburu y Aguirrezabala, no solo se aprobó la asistencia sino también una subvención de 500 pesetas.
El año 1900 los aficionados a los conciertos del Boulevard quedaron compuestos y sin Orfeón, porque el Orfeón Donostiarra anunció la suspensión de su concierto del 14 a la tarde para poder intervenir, por vez primera, en la Salve de Santa María, «debido a un compromiso adquirido entre el párroco y Miguel Oñate», director de la masa coral.
El mucho anecdotario existente sobre el desarrollo de la Salve en tiempos cercanos, impide siquiera la osadía de intentar resumirlos en este comentario, por lo que habrá que limitarse a citar el año 1916, cuando el maestro Esnaola compuso una «Salve» que tres años más tarde sería sustituida por la que había compuesto Buenaventura Zapirain en 1904. En 1925 se estrenó la de Goicoechea, un año más tarde la de Luis Urteaga y en 1927 la de Norberto Almandoz. La última «Salve» que dirigió el maestro Esnaola fue la de Eslava y en 1931 se cantó el 'Ave María' de Vicente Goicoechea, orquestada por Beltrán Pagola. A este repertorio deben añadirse los «Ave María» de Victoria y Usandizaga y el «Aleluya» de Haendel.
El párroco Agustín Embil quiso dar a la Salve una solemnidad religiosa, austera, «desprovista del aparato mundano que la viene caracterizando», y pensó en dotarla de una partitura propia, motivo por el que se dirigió a Roma donde encontró al compositor Licinio Refice, maestro de la capilla de Santa María la Mayor, a quien encargó una Salve «que fuera un perpetuo homenaje a la Virgen del Coro». El trabajo fue entregado el año 1934, «llegando al mutuo acuerdo de que tan solo se cantará en Santa María, el 14 de agosto, y, a ser posible, siempre por el Orfeón Donostiarra».
Aquel año se unieron las 'Schola Cantorum' de Hernani, Pasajes y San Sebastián, interpretando el 'Ave María', de José María Usandizaga; la nueva 'Salve Regina' y el '¡Agur, Jesusen Ama!', de Gorriti. La dirección estuvo a cargo del maestro Gorostidi y el órgano del también maestro Luis Urteaga.
A lo largo de su historia, han sido varias las ocasiones en las que, por razones ideológicas o políticas, la Corporación Municipal no ha estado oficialmente presente en la ceremonia.
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