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Un año más, el Cañonazo reunirá esta tarde a miles de personas en torno a la terraza del Ayuntamiento, y su detonación anunciará el comienzo de la edición número 145 de la Semana Grande. Dediquemos unas líneas a buscar su origen.
Volvamos al año 1983, una Semana Grande con más de treinta grados de temperatura. Estaba vigente la reciente muerte de Luis Buñuel, el papa Juan Pablo II visitaba Lourdes el día 13, la gasolina costaba 158 pesetas el litro, algo menos de un euro, y el Gobierno Vasco declaraba monumentos históricos San Vicente, la plaza de la Constitución y la Casa Consistorial.
¿Y la Semana Grande? Pues sí. Ahí estaba, pero le faltaba algo. Todavía estaba pendiente la crisis del derribo del Txofre y se le buscaba una base distinta a la que había tenido durante décadas: los toros. Distintos colectivos populares, entre otras reivindicaciones, pedían claros comienzo y final de fiesta, como ocurría en Pamplona, Bilbao, Vitoria y así, en 1984, año en el que comenzó a institucionalizarse la denominación Aste Nagusia, se crearon los encierros de toros de fuego y para el solicitado fin de fiesta, un 'Telón de la Semana Grande', consistente en una gran cascada pirotécnica que, instalada entre el Paseo Nuevo y la isla, a las doce de la noche clausuraba el programa.
Desde la comisión popular de fiestas se propuso, sin éxito, que el acto inicial consistiera en una gran ballena que, entrando por Puntas, tras rodear la bahía, fuera recibida en el Muelle o, recuperando una antigua leyenda, que un dragón bajara de Urgull recorriendo la Parte Vieja.
Así se decidió que, entre las distintas posibilidades planteadas, la mejor era disparar por la tarde una gran suzko-traka desde Alderdi Eder, acudiendo a la terraza del Ayuntamiento fanfares y la comparsa de gigantes para, todos juntos, cantar la canción del 'Artillero' una vez pronunciado, desde el balcón central, el saludo del alcalde, Ramón Labayen (recuérdese la anécdota de que, errando la fecha, en lugar de Semana Grande deseó 'Felices Pascuas').
A la cascada sustituyó 'La noche del fuego y del mar', espectáculos de luz y sonido en la bahía, y para el inicio hubo algunos intentos de lanzar fuegos artificiales diurnos que no entusiasmaron demasiado o, dicho de otra forma, fracasaron.
Entre tracas, comparsa de gigantes y fanfares fueron pasando los años, siendo distintos grupos los que se encargaron de cantar el 'Artillero'. Los Bebés de la Bulla lo hicieron en 1992. Por fin, el año 1993 se acertó con el proyecto creando el cañonazo, reminiscencia de las tracas anteriores y sin mayor relación con la historia de la ciudad o de la Semana Grande, salvo la que pueda ser citada como el cañón protagonista de los muchos episodios bélicos vividos por la ciudad en la antigüedad.
El formato fue acertado y ha llegado hasta nuestros días no debiéndose olvidar el papel desempeñado por el Artillero Mayor, Luis Mocoroa, que «ataviado con lujoso uniforme y luciendo vistoso bigote, le supo dar singular personalidad», colaborando a expandir su popularidad. Representó el papel desde 1993 hasta 2018. En aquella primera ocasión se sumaron dos compañías militares, una francesa y otra inglesa, de Gastronomiazko Euskal Anabitartea, que a los sones del 'Artillero' expandieron la alegría por la ciudad junto a los gigantes, las fanfares y los dulzaineros.
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