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Saltan corren suben y bajan. Sin parar. Una detrás de la otra. Y la otra detrás de la una. Llevan, como pueden, un balón más grande que sus manos. Se ríen y siguen. Intentan escalar por una mini ladera que, desde su altura, es grande. ... Se resbalan con la hierba, se manchan y cuando ven una hoja de menta se paran a recogerla. Las ortigas dan igual. Las mayores ayudan a las pequeñas. Se tiran del brazo, se animan entre ellas y se empujan del culo. La cosa va bien hasta que el balón vuelve a rodar y todas para abajo. Lo cogen y suben.
Colocan, esta vez, los pies de manera estratégica. «Es como en la escalada», se exclama una. Explicación en vano, cada una tiene su método. Carcajadas no faltan y prudencia tampoco. Unas van más a lo loco y no temen volver a patinar, otras, sin embargo, se concentran en enganchar bien las manos en el césped. Al cabo de un rato y tras varios intentos todas acaban arriba, saltan y se abrazan porque han llegado. Han superado sus miedos, esos temores que tenían mientras subían y se resbalaban. Esa sensación que les invadía de vez en cuando pero que no les paralizó. Les frenó, sí, pero siguieron bajo la atenta mirada de sus padres que les dejaron hacer. Se cayeron y levantaron hasta que lo consiguieron. Son solo niñas, pero nos dieron una lección. Aprendamos de ellos porque todo está ahí. Ahí, en la mente.
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