Alberto Ferreras
Viernes, 3 de abril 2015, 07:52
Se asentaron donde ni las gallinas querían ya estar. Y allí sobreviven, subsisten a apenas quince kilómetros del centro de Madrid, unas 400 personas que a duras penas consiguen mantener la dignidad. Llegaron a este destartalado escenario cerca de la Nacional III (la carretera de Valencia), a este antiguo gallinero (de ahí que el poblado haya adoptado ese nombre), hace ya una década. Son gitanos rumanos. Desalojados en 2004 del campamento de Los Canteros, cogieron sus contados enseres y plantaron su hogar a unos cuantos pasos de la Cañada Real, conocida por integrar dentro de su área al mayor supermercado de adquisición y consumo de droga de la ciudad.
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En El Gallinero, un colectivo heterogéneo coordinado por Francisco Pascual aglutina a voluntarios, organizaciones como la Cruz Roja y miembros de la Comunidad de Madrid, que acuden cada mañana, y ya van dos lustros, para garantizar al menos la escolarización y el transporte de los mas pequeños del poblado. No queremos que cambien la cultura, dice Sara Nieto, voluntaria que acude a El Gallinero desde hace cuatro años. Queremos que aprovechen lo bueno, que tengan recursos. Que sepan leer, por ejemplo, ya es un paso. Y hay que intentarlo con la nueva generación.
Lo dice con la convicción de quien lleva años en una lucha solidaria que comenzó, en los 80, dentro de la organización Madres contra la Droga y que ahora, en otro ámbito, traslada a las jóvenes generaciones de El Gallinero. Está convencida de que a través de la educación, comienza la integración, una forma de actuar que comparte Francisco Pascual. La gente de El Gallinero tiene un potencial de aprendizaje brutal. Cuando se les dedica tiempo y atención, se vuelcan, afirma mientras organiza las clases de refuerzo escolar que se dan por las tardes en un barracón situado junto al poblado.
Toda iniciativa es poca. La tarea es grande, y es labor de años, pero muchas son partes implicadas aunque, en ocasiones, con distinto compromiso. La solución a esto tiene que venir de Europa, argumenta Francisco. El Ayuntamiento lo que quieren es que marchen. No lo habla claramente pero lo dice con sus acciones, afirma, aludiendo a las ejecuciones judiciales que periódicamente se ejecutan en el poblado y que finalizan con el derribo de las chabolas y sus habitantes en la calle. Son ciudadanos tan europeos como nosotros que tienen derechos. Derecho a la educación, a una vivienda, a la sanidad... Desde la lucha por defender esos derechos nosotros seguimos a su lado.
En muchos casos se fracasa, pero en otros tantos la alfabetización consigue una estancia digna y permanente para unas pocas familias. Mucho se ha conseguido pero el camino, aunque largo, tortuoso e incierto, es esperanzador. Hoy, pueden decir orgullosos, la escolarización ya es total.
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