anje ribera
Martes, 17 de mayo 2016, 11:04
El gran público supo de la atracción que los nazis sentían por el ocultismo gracias a la gran pantalla. Las películas 'En busca del arca perdida' e 'Indiana Jones y la última cruzada', de Steven Spielberg, con Harrison Ford como protagonista, hicieron que muchos descubriéramos que Adolf Hitler era aficionado a los temas del más allá, a las leyendas del pasado que, generación tras generación, seducen a quienes buscan algo que no puede encontrarse en esta vida.
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La mayoría de las mistificaciones y fantasías en torno al esoterismo nazi carecen de fundamento. Sin embargo, sí es cierto que Hitler se acercó a ese mundo. Lo hizo, según algunos historiadores, tras un episodio que vivió durante la Primera Guerra Mundial. Durante una de las batallas de trincheras salvó la vida cuando, según él, una voz le dijo: «levántate y vete de aquí». Poco después, en ese lugar cayó un obús. Más tarde, la teoría de su providencia se vio refrendada al salir indemne de varios atentados por no acudir a citas previstas. Por ello, se ganó el sobrenombre de 'el mago negro'.
Unos años más tarde, ya en la década de los treinta del pasado siglo pero antes de la constitución del Tercer Reich, el führer, católico por bautismo, abogó por el uso de rituales esotéricos y mitológicos. Las fuerzas del bien y del mal, la magia, el misticismo pagano germánico, la ariosofía, la teosofagia, el paganismo, cálculos cabalísticos, la teosofía o el estudio de la astrología fueron campos en los que penetró entonces y a los que más tarde los nacionalsocialistas también recurrieron durante la Segunda Guerra Mundial. Emularon ancestrales sociedades secretas, buscaron sin descanso el Santo Grial, estudiaron pinturas rupestres ancestrales, la cultura megalítica...
Por aquella época, Hitler se convirtió en el profetizado Mesías esperado en los círculos de ocultismo alemanes. El grupo de estudio de la antigüedad germánica Sociedad Thule buscaba de forma activa un líder que encarnara el resurgimiento de la supremacía racial aria. Sus miembros practicaban la astrología y rendían culto a un espíritu maligno al que llamaban 'Científico', en la creencia de que esto les ayudaría a alcanzar su meta. Su emblema era una daga colocada sobre una cruz gamada curva y entre sus miembros se encontraban los hombres más ricos y poderosos de Múnich. La Sociedad Thule fue la primera fuente de financiación del Partido Obrero Alemán de Hitler.
Esta doctrina tenía como fundamento el establecimiento de las bases de una nueva religión en Alemania, por supuesto con Adolf Hitler como sumo sacerdote y con la sangre aria como centro de un poder sagrado. Su religión debía estar basada en la pureza del líquido vital y no en la fe.
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El círculo de amistades del futuro führer, asimismo muy vinculado al ocultismo, le ayudaría a alcanzar sus metas. Entre ellos se encontraban Rudolf Hess, cuya correspondencia reveló una gran admiración por la astrología y por la interpretación de las estrellas; Alfred Rosemberg, el canciller nazi de Filosofía y Educación, que escribió el libro que explicaba los principios de la 'religión nazi'; o Joseph Goebbels, ministro de Propaganda, que hacía también uso de los pronósticos astrológicos. Y, sobre todo, Heinrich Himmler, posteriormente jefe de las SS y responsable de los campos de exterminio, quien fue un maestro en los temas del más allá, según se puede comprobar al leer sus documentos personales.
Atlántida
La nueva fe se basó en una misteriosa leyenda ancestral que contaba la existencia de una isla continente en algún lugar del Atlántico norte, habitada por una serie de seres superiores que habían perdido la gracia de Dios al caer en el mal y el vicio. Una gran inundación les borró de la faz de la Tierra, pero aalgunos sacerdotes lograron escapar en barca, llegando hasta la India y las cimas del Tíbet para fundar una gran civilización en esta región de Asia Central. A su lugar de origen se le denominó Atlántida.
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Himmler, que se creía la encarnación del rey Heinrich, un líder germánico de la Edad Media que impidió a los eslavos invadir Alemania, mantenía también la creencia de que la raza nórdica no había evolucionado, sino que descendió directamente del cielo para asentarse en el continente desaparecido.
Los místicos germanos tenían la creencia de que los religiosos que lograron huir conformaron el origen de la raza aria elegida por Dios, de la que descendían todos los pueblos de Asia y Europa. Los nazis se aferraron a esa teoría y sostuvieron que la leyenda de la Atlántida era auténtica. Para ellos, los arios conformaban el pueblo elegido, descendiente de los seres superiores que habían perdido sus poderes al mezclarse con simples mortales.
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Otras hipótesis, por contra, situaban ese paraíso biológico de la superioridad física aria en su manifestación más perfecta en Thule, Agartha, Hiperborea, la estrella de Aldebarán o Shambhala, que podrían estar ubicados en Nueva Guinea, México, Abisimia o Bolivia.
El Tercer Reich también posó sus ojos en un territorio remoto a que denominó Neuschwabenland, en la Antártida, donde fundó una base en forma de búnker piramidal conocida como Nuevo Berlín. Los nazis creían que allí existía un punto cósmico de unión de las estrellas.
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Sangre pura
Como inspiradora de esta nociva cruzada de Hitler actuó la creencia de que la pureza de la sangre aria estaba contaminada por las llamadas razas inferiores y que, una vez libre de elementos extraños, una nueva estirpe de superhombres gobernaría el mundo. Era la interpretación nazi de antiguos mitos de culto al creador que se remontan a miles de años.
Hitler proclamó: cada setecientos años la humanidad avanza un paso más. Su principal objetivo es el advenimiento de los hijos de Dios. Todas las fuerzas creadoras se unirán para formar una nueva especie que será infinitamente superior al hombre moderno. Lo único que deben hacer los arios para recuperar sus poderes es volver a purificarse, logrando de esta forma recuperar su identidad original de 'hombres dioses'.
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Por ello, para probar su superioridad, los nazis no dejaron ningún mito ni religión sin investigar y adoptaron cualquier doctrina que pudiera aplicarse a la causa aria. Incluso crearon una oficina especial dentro de las SS llamada Ahnenerbe (Herencia de los ancestros), que escrutó la tradición y la cultura germánicas para explorar lugares, edificios y reliquias sagradas.
La semilla de la doctrina nazi se basaba en estas teorías. Himmler, un acérrimo nacionalista, fue el encargado de probar que los pueblos germánicos eran los descendientes de la raza superior aria. Una especie de utopia. Para ello, con la ayuda de su Orden Negra, centró la búsqueda de esa raza superior en el Tíbet, donde aún podrían seguir viviendo los descendientes de la Atlántida, recluidos en reinos subterráneos iluminados por el Sol Negro, que ocuparía el centro del planeta en vez del núcleo. Este astro esotérico otorgaría las condiciones adecuadas para iluminar el interior de la Tierra, y dar vida a plantas, animales y seres humanos más desarrollados que los de la superficie.
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Bajo las órdenes del jefe de las SS, el Gobierno alemán financió expediciones en busca de la entrada al centro del planeta, así como pruebas de la existencia de sus antepasados primigenios. En un viaje realizado al Tibet en 1938 las poblaciones con las que toparon fueron sometidas a una profunda inspección por parte de los investigadores nazis -genetistas, antropólogos, zoólogos y científicos-, que trataron de encontrar lo que el partido denominaba rasgos físicos arios: frente estrecha, largos miembros y facciones angulosas.
No encontraron las raíces de la raza superior, pero la expedición regresó del Tibet con un pacto de amistad entre el Dalai Lama y Hitler, que reconocía al führer como jefe de los arios. Otras expediciones a Bolivia, Rumanía, Irán, Crimea, Ucrania, Suecia o Finlandia, entre otros destinos, fueron menos fructíferas.
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Experimentos con humanos
Estas prácticas antropológicas fueron en aumento hasta el estallido de la guerra, mediante experimentos bastante inocentes con seres vivos como, por ejemplo, medir el cráneo. Con la contienda en su apogeo, la búsqueda de pruebas que demostraran la superioridad de la raza aria pronto se convirtió en un acto criminal. Comenzaron a sacrificar personas para experimentar con sus cuerpos. Estaban convencidos de que, una vez probado que sus antepasados eran dioses, sólo quedaría un paso para volver a crear, a través de la reproducción selectiva, la raza de superhombres arios.
De alguna forma intentaban forzar la evolución humana a través de una especie de semillero, seleccionando los padres de un niño y repitiendo más adelante el proceso con sus descendientes hasta lograr crear al superhombre profetizado.
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Los proveedores de la semilla fueron las SS. Himmler sólo reclutaba a los más fuertes, a los mejor dotados y a los jóvenes que consideraba más apuestos: altos, rubios y de ojos azules. Estos futuros guerreros debían estar bien educados y pertenecer a familias de pura raza aria.
Los miembros de este cuerpo de élite eran, por lo general, guerreros altos y bien dotados. Himmler había decretado que los aspirantes debían medir como mínimo 1,80 metros. Además tenían que ser de pura raza tras demostrar que desde 1750 no había existido mezcla alguna que enturbiara la pureza de su ascendencia germánica.
Los tres millones de militantes que en su día tuvieron las SS fueron animados a engendrar tantos hijos como les fuera posible sin tener en cuenta su estado matrimonial. Tenían un sagrado deber hacia su país y su führer, el de dar a Alemania niños arios saludables.
Poligamia
Una de las ideas de Himmler tenía que ver con la poligamia. La única forma posible para crear esa raza superior era el establecimiento de esta práctica, de modo que los integrantes de las SS pudieran tener más de una esposa.
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En 1935 Himmler creó el programa de las SS Lebensborn -Fuente de vida-, diseñado para facilitar el nacimiento, albergue y crianza de tantos niños de pura raza aria como fuera posible. Para ello aportaba a las jóvenes los servicios de los sementales de las SS. Himmler aconsejaba a las jóvenes que no eran capaces de encontrar novio o marido no renunciar a los placeres de la maternidad. Un hijo ilegítimo no correspondía una deshonra, siempre y cuando la madre cumpliera los requisitos genéticos.
Se creía que la única función de las mujeres consistía en engendrar niños, cuyos descendientes, según el partido nazi, se convertirían en dioses. Se calculan que 11.000 niños Lebensborn nacieron entre 1935 y 1945. La mayoría de ellos nunca conocieron a sus padres. El semanario de las SS 'Das schwarze korps' ('El cuerpo negro') afirmaba: «Sólo cuando el número de cunas sobrepase constantemente al número de ataúdes podremos mirar con alegría al futuro».
Los niños nacidos bajo este proyecto se convertían inmediatamente en propiedad del Estado. Algunos fueron criados en hogares Lebensborn, mientras que otros se dieron en adopción a familias pertenecientes a las SS.
Además, durante la guerra los pequeños con rasgos arios de los países invadidos fueron raptados y enviados a Alemania, donde recibían un profundo entrenamiento en cuanto a la cultura y mitología nazi. Los documentos indican que sólo en Polonia se produjeron 200.000 raptos.
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El Santo Grial
En su continua búsqueda para probar la superioridad de la raza aria, Himmler creó un instituto de investigación que llamó Organización de la Herencia Ancestral. Además de llevar a cabo experimentos científicos con seres humanos y verificar linajes para proteger la pureza racial, su misión era la búsqueda de datos para recuperar ritos ocultos, antiguas leyendas germánicas y prácticas pagánicas.
Así, los nazis también persiguieron la localización de objetos, supuestamente mágicos, como el Santo Grial, el Arca de la Alianza o la Lanza de Longinos, que, según diferentes leyendas, atesoraban poderes mágicos y les ayudarían a dominar el planeta.
Quizá fue la pasión de Hitler por las óperas de Wagner la que provocó esta atracción. El Santo Grial era la copa mística que Jesús usó en la Santa Cena y que, al parecer, recogió su sangre sagrada cuando fue crucificado. Concedía poder ilimitado a quien bebiera de él. Se creía que sólo podía ser hallado por el más puro de los caballeros, el Parsifal de Wagner, mito de la pureza racial. Era tal el fervor por esta imagen que, en 1938, Hitler encargó su propio retrato ataviado de caballero.
Himmler vio al Grial como un receptáculo de poderes ocultos y creía que su posesión permitiría ganar con facilidad la guerra. Para él la sangre divina del Santo Grial no era otra cosa que pura sangre aria con poderes mágicos. Su consejero más cercano, el arqueólogo Otto Rahn, estaba convencido de que había sido escondido en unas cuevas del sur de Francia.
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Las SS financiaron expediciones de Rahn, algunas de las cuales se centraron en la región gala de Montsegur, donde estuvo situada la gran fortaleza de los cátaros, la erética secta acusada de prácticas satánicas que fue expulsada de la iglesia en el siglo XIII. La creencia local aseguraba que los cátaros eran poseedores del secreto del Santo Grial y que, justo antes de la caída del consejo de Montsegur, tres caballeros escaparon por la muralla llevando consigo un objeto de gran valor. Con el tiempo la leyenda afirmó que lo que portaban era el Grial y que lo escondieron en un laberinto de cuevas.
Las expediciones también tuvieron como escenario la propia Alemania. Una carta que Rahn envió al cuartel general de las SS en 1935 parecía indicar que el explorador estaba cerca de realizar el gran sueño de su vida, cerca del castillo de Bildenberg. Pero al final no fue capaz de conseguir el premio final. En 1939 Rham renunció misteriosamente a las SS. Dos meses más tarde fue encontrado sin vida en los Alpes austriacos. Muchos creen que Himmler ordenó su muerte, una vez que supo que su búsqueda había fracasado. De cualquier forma, la causa de su fallecimiento sigue siendo desconocida, aunque también se baraja una teoría que apunta que habría fallecido de frío practicando el Endura cátaro, una forma de suicidio ritual.
El propio Himmler visitó el monasterio catalán de Montserrat en 1940 en busca de Parsifal y el cáliz mágico. Tampoco tuvo éxito este viaje al monasterio de Barcelona.
La lanza sagrada
La leyenda asegura que el poseedor de la lanza con la que el centurión romano Longinos atravesó el costado de Cristo en la cruz jamás perdería una batalla y tendría el destino del mundo en sus manos. Y Hitler se lo creyó. Por ello durante toda su vida estuvo obsesionado con esta reliquia, también conocida como la lanza del destino o la lanza de la pasión. Al parecer, su primer contacto con este objeto mágico tuvo lugar en 1912, cuando durante su etapa de pintor inexperto la descubrió en un museo Hofburg de Viena mientras se resguardaba de la lluvia.
Convencido de que le había pertenecido en una vida anterior, quedó prendado de ella. Leyó todo lo que se había publicado sobre la reliquia y se marcó como objetivo conseguirla a cualquier precio. La posesión de la lanza haría realidad sus insaciables ambiciones.
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No consiguió hacerse con la lanza hasta veintiséis años después, cuando, ya convertido en líder del nazismo, la Alemania del Tercer Reich se anexionó Austria. Ese septiembre de 1938 la reliquia fue trasladada en un tren blindado a Nuremberg, donde fue expuesta como un símbolo del poder germánico en la iglesia de Santa Catalina, nuevo santuario nazi. El sueño megalomaníaco de Hitler se había cumplido.
Durante la guerra, sobre todo cuando los nazis se acercaban a la derrota final, la lanza sagradafue escondida en un bóveda construida a tal fin en los cimientos del castillo de Nuremberg para preservarla de los bombardeos. Ya en marzo de 1945 se trasladó la lanza al búnker antiaéreo de la Panier Platz, donde se escondió en un hueco posteriormente tapiado.
Casi al final de la contienda, la reliquia fue recuperada por las tropas estadounidenses que tomaron la ciudad estandarte del nazionalsocialismo. Se valieron de algunos funcionarios nazis para localizar y recuperar las joyas robadas a los Habsburgo, entre ellas el arma mágica. Posteriormente fue devuelta al museo Hofburg de Viena, donde puede ser contemplada.
Eso sí, ahora son pocos los que creen que realmente fue la que atravesó el costado de Cristo. De hecho a otra pieza guardada en el Vaticano también se le atribuye la misma procedencia. Y hasta una iglesia de Cracovia, en Polonia, dice también ser poseedora del arma original de Longinos. Puede que existan tantas lanzas santas como para armar a toda una legión romana. También es evidente que sus poderes no le bastaron a Hitler para convertirse en invencible.
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El Arca de la Alianza
La famosa reliquia judía, según las creencias, guardaba las tablas de los diez mandamientos, la vara de Aarun y los restos del maná sagrado, y servía asimismo como un transmisor para poder hablar con Dios. Por ello, fue pronto objeto de deseo de los nacionalsocialistas, que creían en los poderes sobrenaturales de este cofre de madera de acacia revestido de oro, capaz de hacer desaparecer ejércitos enteros y diezmar ciudades.
Pero nadie conocía su paradero. Ni siquiera se sabía a ciencia cierta -en caso de que existiera- en qué momento de la historia desapareció. De cualquier manera, se organizó una estructura para intentar localizarla. Estaba coordenada por la Ahnenerbe y fue llevada a cabo en gran medida por el almirante Wilhelm Canaris, jefe del servicio de espionaje de la Wehtmacht y de la marina imperial, que se encaminó hacia la comunidad judía de Toledo. Incluso visitó el Museo Arqueológico de Madrid para examinar varias piezas traídas de egipto a finales del siglo XIX y que podrían aportar pistas que dirigieran al Arca de la Alianza.
Todo resultó inútil y el Tercer Reich finalmente determinó que los caballeros templarios habían escondido la reliquia al terminar las Cruzadas, alrededor del año 1300. Su posible ubicación era el norte de África. Por ello, el régimen de Hitler envió un equipo de arqueólogos dirigido por Hebert Braum a Egipto en el más absoluto de los secretos. Una recreación de todo ello se puede ver en el filme En busca del arca perdida, anteriormente reseñado.
La corona imperial
La corona del sacro imperio romano germánico, por su poderoso simbolismo y su relación con los días de gloria del pasado alemán, fue inmediatamente codiciada por los nazis, convencidos de que su supremacia resurgiría con ella. Los expertos le atribuían poderes místicos para controlar la voluntad de los hombres.
Sin embargo, no estaba completa. Faltaba la piedra preciosa del centro del frontal, un ópalo rojizo que desapareció a finales de la Edad Media. Por ello fue conocida como la joya huérfana.
Los nazis creían que si la completaban recuperaría todo el poder que antiguamente atesoraba. Por ello, comenzaron a buscar la gema que faltaba en la gran sinagoga de Lomza, en Polonia. No existen referencias de que los hombres de Hitler tuvieran éxito en su misión.
Las runas
Los nazis también se lanzaron a la interpretación de las runas, unos caracteres nórdicos usados por antiguos magos y sacerdotes que constituían un alfebeto y que se utilizaban para predecir el futuro, deshacer encantamientos e invoca a los espíritus mágicos. Como guerreros de élite, a las SS se les enseñó a interpretar las runas. De hecho su anagrama está realizado con la doble sig, que era simple en el uniforme de las juventudes hitlerianas. Creían que tenían carácter mágico.
Estos antiguos símbolos místicos estaban presentes por doquier, sirviendo a los alemanes de constantes recordatorios de su pasado pagano
El ocultismo como arma
Después del invierno de 1942, a medida que la guerra se ponía cuesta arriba, los nazis recurrieron al uso de las ciencias ocultas incluso en la toma de decisiones militares. Algunos miembros del comando naval alemán estaban convencidos de que los aliados se servían de las fuerzas místicas. Creían que el éxito de los británicos para localizar a los submarinos alemanes se debía al uso de técnicas esotéricas y que la mejor manera de combatirlo era utilizarlas también.
Esto llevó a Himmler a establecer un instituto secreto dedicado a la antigua práctica de adivinación con el péndulo. Sobre mapas del Atlántico norte los videntes hacían oscilar un objeto suspendido de una cuerda intentando localizar la posición de los convoyes aliados. Las misiones de los submarinos eran preparadas de acuerdo con los resultados. En una carta fechada en 1943 Himmler refiere que las investigaciones radioestésicas y los entrenamientos habían logrado grandes progresos.
La astrología y la predicción eran las ciencias ocultas más comunmente utilizadas por los nazis, aunque fueron enfocadas de dos formas diferentes. Rudolf Hess y Himmler creían firmemente en el más allá y lo utilizaban para tomar decisiones políticas. Sin embargo, Goebbels sólo utilizó las ciencias ocultas con fines propagandísticos para manipular a la gente y minar la moral de los aliados.
Goebbels pronto se dio cuenta de la existencia de otra gran fuente de conocimiento místico, las profecías de Nostradamus, uno de los más famosos visionarios de todos los tiempos. Nostradamus completó su obra maestra en 1555. El libro hace una sutil referencia a una crisis que tendría lugar en Inglaterra y Polonia en 1939, el año en que los nazis invadieron Polonia. Esto sucedió aproximadamente 400 años después de que Nostradamus lo previese en su libro.
Para Goebbels, Nostradamus era una perfecta herramienta de propaganda, cuyas predicciones podíar ser interpretadas como una gran victoria de Alemania. Era la propaganda negra con la que pretendía influenciar al enemigo. Sin embargo, la inteligencia británica descubrió el engaño y lanzó un contraataque con supuestas profecías que auguraban la derrota alemana. Para ello incluso falsificaron la revista Zenith, principal órgano difusor del ocultismo alemán, con el objeto de provocar una desmoralización entre las tropas germanas.
La fuga de Hess
Astrología y espionaje pronto se verían enfrentados de nuevo en lo que muchos siguen considerando el incidente más extraño de la Segunda Guerra Mundial: el momento en que Rudolf Hess, ayudante y consejero del führer y uno de sus amigos más íntimos, realizó un asombroso vuelo en solitario a Escocia. El objetivo de Hess al realizar ese viaje estaba ligado con su creencia de que los británicos también pertenecían a una raza nórdica y por ellos simpatizarían con la causa aria. Incluso, confíaban, en poder persuadirles para unirse a los alemanes si Churchill lograba ser derrocado.
Uno de los metores de Hess le contó que había tenido un sueño en el que Hess traía la paz a Alemania e Inglaterra. Ademásu n vidente cercano a él leyó en su horóscopo una favorable disposición de los planetas.
Pero, certificado el fracaso de la iniciativa de Hess, Hitler culpó asimismo de lo sucedido a los astrólogos. No obstante, hay quien cree que antes de partir Hess mantuvo una reunión con el führer.
De cualquier forma, en respuesta, el Ministerio de Propaganda nazi promulgó un decreto que prohibía la práctica pública de cualquier tipo de ocultismo. Algunos astrólogos fueron ejecutados. Himmler, por su parte, ordenó que se confiscaran todos los libros y los artefactos de todas las sociedades de ocultismo que no estaban aliadas con él, incluida la masonería, que los nazis atribuían a los judíos para conspirar contra el pueblo alemán. Entonces acabó la relación de los nazis con el exoterismo.
Cine y literatura
El séptimo arte no se ha ocupado con profusión de la relación entre los nazis y el misticismo. Eso sí, lo ha hecho con gran éxito de público. Las ya mencionadas En busca del arca perdida y Indiana Jones y la última cruzada, de Steven Spielberg, acercaron el tema al gran público.
Sobre la búsqueda de las raíces de la raza aria existe una película menor en la que Anthony Queen encarna a un ingenuo y bien intencionado campesino rumano al que los nazis convierten en un descendiente de una heroica y poco conocida tribu aria, cuyos miembros habían sabido conservar la pureza racial. Bajo el título de 'La hora 25' el director Henri Verneuil rodó en 1967 una producción franco-italo-yugoslava basada en la novela homónima de Constantin Virgil Gheorghiu.
El coqueteo de los nacionalsocialistas con las fuerzas del mal es analizado superficial y sangrientamente en 'La isla del diablo' (2011), que relata como un comando británico enviado en la víspera del 'Día D' a una de las islas del Canal de la Mancha. Su objetivo era destruir los emplazamientos alemanes y distraer a las fuerzas de Hitler para alejarlas de Normandía, se topa con un complot de Berlín para liberar fuerzas demoniacas y conseguir la victoria.
La literatura que se ha dedicado a la afición de los nazis por las ciencias ocultas es abundante. Cabe destacar, entre otras muchas, la obra Los nazis buscaron el Grial en España (2000), escrita por el profesor Sebastián DArbo; 'La Corte de Lucifer' (1937), del mencionado pseudocientífico nazi Otto Rahn; 'El mito del siglo XX' (1928), de su compañero Alfred Rosemberg; 'Nazismo enigmático. Los secretos del ocultismo nazi' (1996), de José Miguel Romaña; 'Enigma nazi, la visión censurada', de Karl Santhrese; 'El sol negro' (2010), de Alejandro Arocha; y sobre todo la más asequible 'Enigmas y misterios de la Segunda Guerra Mundial' (2006), del historiador y periodista barcelonés Jesús Hernández.
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