David S. Olabarri
Lunes, 4 de julio 2016, 06:41
Jon no consiguió ver a los que se llevaron a Duma, una pitbull terrier de 7 meses «muy cariñosa y confiada». Sólo acertó a ver un coche alejándose a buen ritmo del caserío en el que vivía con sus padres, cerca de Sopela. No vio ... la matrícula, pero era el mismo coche que habían visto días atrás merodeando por la zona. Por eso, cuando Duma desapareció, tuvo la certeza de que alguien se la había llevado.
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Jon no se quedó de brazos cruzados. Conocía gente que «andaba metida en peleas de perros». Tipos peligrosos. Pero era su perra y quería recuperarla. Empezó a preguntar. Primero, en un bar que, según le habían dicho, frecuentaban individuos que organizaban peleas clandestinas. Después, a un pequeño traficante de drogas. ¿Dónde está Duma? Nadie sabía nada. Le dijeron que igual se lo habían «llevado los gitanos». Volvió al bar. Esta vez con unos amigos. Le aconsejaron que «lo dejase estar». Pero él siguió preguntando.
Al de unos días recibió una llamada. Duma había aparecido en un casa en el entorno de Urduliz. Estaba «destrozada y, sobre todo, aterrada». Incapaz de moverse. «No eran heridas normales de una pelea entre perros. Tenía grandes cachos de carne arrancados literalmente del cuello. Está claro que la utilizaron en peleas o para entrenar a algún perro», explica Jon. Duma tardó varias semanas en recuperarse. Las heridas psicológicas, sin embargo, nunca se fueron del todo: desde aquel día siente pánico cada vez que ve un balde de agua (al parecer los utilizan para separar a los animales en las peleas) y se muestra agresivo con los perros de presa.
A pesar de todo, Duma tuvo suerte. La inmensa mayoría de los perros que son robados para ser utilizados en peleas clandestinas nunca aparece, según explican desde la protectora Puppy Bilbao. Sus dueños no saben si se han perdido o si alguien se los ha llevado. Jon está convencido de que si soltaron a su mascota fue porque no dejó de buscar y podía «acabar causando problemas». Pero sabe que no es lo habitual y advierte que preguntar demasiado incluso «puede ser peligroso». Lo normal es que acaben enterrados de mala manera en algún monte o, como pasó hace sólo dos meses en Santander, arrojados al mar envueltos en bolsas. Este último ejemplo salió a la luz porque las fuertes mareas devolvieron a la costa un paquete con restos de varios animales. Las protectoras no tienen ninguna duda de que fueron utilizados en apuestas clandestinas.
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La protectora Puppy Bilbao advierte de que «desaparecen muchos más perros» de los que la gente cree. «Muchos dueños no son conscientes del peligro que corren sus mascotas cuando las dejan atadas mucho tiempo en la puerta de un bar o de un supermercado», insisten desde la asociación. Ellos mismos, en la perrera municipal de Artxanda, sufren robos cada cierto tiempo. El caso de Lolo, un perro de presa para el que sus dueños carecen de licencia, resulta paradigmático. Fue robado en 2015 dentro de las instalaciones. Al cabo de unos meses fue encontrado en la calle y volvió a la perrera. Hace unos meses lo robaron otra vez. «Hay que tomarse en serio este tema. Necesitamos algún tipo de medidas de seguridad», reclaman los responsable de Puppy Bilbao.
En la perrera de Artxanda hay en la actualidad más de 50 ejemplares. Unos 40 son los denominados perros potencialmente peligrosos (PPP) que son requisados porque sus dueños carecen de licencia para tener un animal de estas características o porque no tienen chip. Algunos de los robos que sufren sospechan son cometidos por los propios dueños de los animales, que no quieren pagar la tasa para recuperar al can. Otros «perfectamente pueden ser utilizados para las peleas».
«No se están castrando»
Puppy Bilbao advierte que tampoco se está cumpliendo con la «ordenanza» local sobre animales. Según explica la protectora, la normativa indica que cuando un perro de estas características es detectado sin chip y sin licencia debe ser castrado. «Si su dueño lo quiere recuperar podrá hacerlo, pero tendría que llevárselo castrado. Y eso es algo que no se está haciendo», lamentan.
«Si se hiciese podría evitar que fuesen utilizados en unas peleas clandestinas» que, según la normativa penal vigente, pueden ser constitutivas de un delito relativo a la protección de la flora, fauna y animales domésticos. La ley de Protección de los Animales establece la prohibición expresa de las peleas de perros.
Las peleas de perros y de animales en general para el disfrute de los seres humanos son tan viejas como el mundo. Se celebran en muchos países de todos los continentes. En la mayoría ya de forma clandestina. También en Euskadi. Los animalistas aseguran que nunca han desaparecido del País Vasco, «por mucho que la mayoría de la sociedad ignore su existencia», y recuerdan que hay casos documentados desde hace décadas. Últimamente apuntan han recibido noticias de peleas y robos en barrios de Bilbao, Vitoria, Sestao, Alonsotegi y zonas apartadas de Gipuzkoa.
El problema es que resultan muy difíciles de detectar porque se realizan «en círculos cerrados» y en emplazamientos que van cambiando cada cierto tiempo, incluso dentro de camiones. Además, denuncian que las desapariciones de perros «no se investigan». El resultado, dicen, es «la impunidad». Pero a las protectoras llegan de forma periódica, como un goteo incesante, perros de presa en muy mal estado que han sido abandonados porque ya no pueden pelear. Lo que es más habitual, advierten, es que aparezcan cadáveres con evidentes señales de violencia.
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«Miedo a denunciar»
Consultado por EL CORREO, el Departamento de Seguridad del Gobierno vasco admite que la Ertzain-tza tuvo conocimiento de «varias» peleas en el entorno de Bilbao «a finales del 2014 y principios del 2015». Las mismas fuentes añadieron que se elaboraron informes y que se trasladaron a la Fiscalía de Medio Ambiente y Urbanismo de Bizkaia. La Consejería de Seguridad afirma que después de esos episodios «no se han vuelto a detectar casos similares» en el País Vasco.
«Que no se detecten no quiere decir que no existan. Hay mucha gente que tiene miedo a denunciar. Si hacen estas salvajadas con los perros no tendrían muchos problemas en hacerlo con personas», advierte una educadora. En este sentido, fuentes del Partido Animalista (PACMA) en Euskadi aseguran que en los últimos años, coincidiendo con el impacto de la crisis económica, han detectado un «rebrote» de esta actividad clandestina. «Las peleas de perros mueven mucho dinero. Por un cachorro de pitbull de una buena camada pueden llegar a pagar 2.000 euros. Pues imagínese las apuestas, en las que intervienen también más gente adinerada de lo que se piensa. Pueden llegar a los 6.000 euros por cabeza. Es dinero fácil para gente sin escrúpulos», destaca una activista por los derechos de los animales.
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Los duelos representan la última escena de un proceso macabro en el que los cachorros empiezan a ser entrenados cuando apenas tienen dos o tres meses. Las técnicas de adiestramiento son «crueles» por ejemplo se les deja colgados durante horas en cuerdas para fortalecer las mandíbulas y se l es somete a descargas eléctricas y van dirigidas a crear auténticas «máquinas de matar». Pero antes de someterles a su primer combate, se obliga a estos ejemplares a enfrentarse con unos 20 ó 30 esparrings. Es decir, con perros de todo tipo o incluso gatos a los que se les puede llegar a atar las piernas antes del combate o incluso «se les arrancan los colmillos» para que no lastimen al animal que está siendo adiestrado para las apuestas, apuntan desde las protectoras. ¿De dónde salen estos esparrings? La mayor parte son robados. «A veces recurren a delincuentes de poca monta a los que pagan 20 ó 30 euros por cada animal», relata una educadora.
El futuro de estos perros depende cuántas peleas puedan aguantar y del dinero que hagan ganar a sus dueños. «Si cogen fama son llevados a combatir por toda España», explican los mismos medios. A veces, cuando están ya muy deteriorados, son utilizados para entrenar a nuevos ejemplares.
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Muchos son sacrificados. Y otros son abandonados en condiciones deplorables y acaban siendo recogidos por alguna protectora. Algunos de estos últimos acaban curándose, pero son irrecuperables «a nivel psicológico»: tienen interiorizados los ataques «como un juego» que hacían para complacer a sus amos y «reinsertarles es «muy complicado». Otros, en cambio, consiguen salir adelante. Es el caso de Trolo, el perro que aparece en las fotos al pie de la otra página, que fue rescatado «al borde de la muerte» y que hoy, perfectamente recuperado, espera una adopción en la perrera de Artxanda.
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