Para el humor, piel fina, y para Doñana, crema solar. Puede ser una frase bastante acertada y consecuente para resumir en una línea varias de las claves que no se han podido pasar por alto estos días. Desde hace décadas el hombre batalla, declara guerras ... y lucha por tener más petróleo que su vecino. Las mismas peleas, los mismos deseos y las mismas ansias comienzan a producirse ya por el agua, y la guerra política en Doñana nos ofrece un primer ejemplo bastante nítido de ello. Intereses electorales, inacción durante años, caso omiso al cambio climático… el cóctel perfecto.
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Pero apartemos un poco el lodo de la discusión para centrarnos en el agua, esa sustancia esencial para la vida y que hemos tenido la suerte de que el cielo nos la ha brindado de forma más o menos abundante o suficiente. Hasta que hemos abusado de ella convirtiendo el ritmo de consumo en insostenible en cuanto el clima nos ha avisado de que las precipitaciones ya no van a ser tan abundantes. Incluso Gipuzkoa está viendo descender de forma comprometedora el agua embalsada en sus pantanos. Pero nada comparable a lo que sufre la zona del Levante o el sur de España.
«Antes ibas a llenar la garrafa al pozo, y había agua». Es una de las frases más gráficas que he escuchado esta Semana Santa en otra de mis escapadas al sur de Extremadura. Donde antes había agua, ahora ya no hay, y mira que la zona ha sufrido sequías... ¿Cuál es la razón entonces para que pase esto ahora? La primera, evidentemente, que ha llovido mucho menos que años atrás. Es como si el derroche te coge a principios de mes con los bolsillos llenos o a finales con el sueldo fundido.
Pero antes el pozo siempre tenía agua pese a la sequía más grande y todo el mundo se acercaba a coger agua para hacer la comida, ducharse, lavar la ropa o los cacharros. Hace medio siglo, los hogares no tenían tantos grifos; ni había producciones tan intensivas provocadas por el ansia consumista o la fiebre por productos poco autóctonos como el aguacate; ni tantas frutas fuera de temporada; ni tantos coches que limpiar ni tantas piscinas privadas que llenar. Quizá no haya cambiado el líquido elemento y sí que lo hayan hecho nuestras costumbres y no nos demos cuenta del lujo que supone abrir el grifo y que salga agua.
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En esos días me he encontrado varias veces a agricultores más preocupados que los políticos por los sondeos. No los electorales, si no los que sirven para encontrar agua en el subsuelo. Con una máquina perforadora dejan el terreno como un queso Gruyere sedientos de agua, como si fuera la fiebre del petróleo de Pensilvania en la segunda mitad del siglo XIX. Las empresas dedicadas a encontrar acuíferos llevan tiempo haciendo su particular agosto anticiclón tras anticiclón.
Los pozos de antes ya no tienen agua y hay que buscar nuevos. Como sucede en Doñana, donde el agua no da para regar tanto invernadero. Y lo más sencillo es abrir la mano y legalizar los regadíos de cientos de hectáreas de cultivo con aguas del entorno de una reserva natural en un estado crítico y con la mitad de sus lagunas secas. ¿Pero a quién le importa que se seque la mitad restante de Doñana si los campos de golf que pueblan la zona lucen verdes y compensa el puñado de votos de esos grandes productores que explotan los campos? ¿No sería posible tomar este momento como punto de inflexión hacia un sistema productivo más sostenible y en línea con el cambio climático? ¿No hay fondos europeos para esto?
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Da pena que para esto no se tenga la piel tan fina como para revelarse contra una parodia de la Virgen del Rocío. Para poner límites al humor, siempre dispuestos; para evitar un sacrilegio ecológico, ya nos cuesta algo más. Y si como compañero de viaje se tiene a un grupo que esta misma semana ha puesto en duda que el CO2 sea un gas contaminante, apaga y vámonos.
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