Los tristes casos de Samuel y Alex han revivido el fenómeno del pandillismo juvenil de los 80, con algunas diferencias. Aquellos delincuentes buscaban conseguir algo material, como droga, dinero u objetos de valor. Hoy, la violencia es inexplicable y gratuita, fruto de su banalización. Salen ... de caza, buscan una víctima propiciatoria, la deshumanizan y agreden hasta la muerte. Las causas son múltiples, como hogar desestructurado, historial de abusos, educación laxa y sin límites, baja tolerancia a la frustración y acceso fácil a demostraciones de violencia extrema con recompensa inmediata. Parecen no discernir entre ficción y realidad. Los desencadenantes son los habituales: noche, drogas, frustración vital y odio irracional que los transforman en monstruos ante la excusa más nimia. Sin olvidar el efecto potenciador y protector del grupo, algo que ya observó la primatóloga Jane Goodall en sus estudios con chimpancés en la selva de Gombe (Tanzania). Goodall se ganó la confianza de los primates. Se crearon grupos que mantuvieron una relación cordial durante años. Pero una serie de hechos cambiaron drásticamente el entorno: más investigadores, escasez de alimentos, tala de árboles y dos epidemias. Entonces, los chimpancés se volvieron agresivos y crueles, atacaron a la propia Goodall y mataron a una niña. Todos los ataques fueron protagonizados por jóvenes machos con un macho alfa a la cabeza. Y es que la violencia es 'cosa de hombres' (un varón tiene muchas más posibilidades de estar involucrado en actos violentos que una mujer de su edad y el 90% de los reclusos son varones) y de jóvenes de corteza prefrontal inmadura. Esta región cerebral, que rige el autocontrol y modula la actividad de los circuitos emocionales, en especial de la amígdala, epicentro de la agresividad, se desarrolla plenamente hacia los 25 años. El alcohol, catalizador de peleas, deprime su actividad. Por último, la violencia se imita a través del sistema de neuronas espejo. La imitación es un mecanismo relevante para la transmisión de la cultura y la evolución humana y es la base de la empatía, una cualidad altamente deseable. Sin embargo, el mismo sistema se activa al imitar malas conductas y explica la contagiosidad de la violencia grupal, el seguidismo fanático y la admiración de los jóvenes por las gestas deplorables de sus ídolos mayores. Su actividad también está bajo control prefrontal.
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En resumen, la conducta humana compleja, tanto la más loable y admirable como la más execrable, tiene una raíz ambiental que moldea los mecanismos cerebrales con los que se nace. Así, cualquier animal, incluido el ser humano, se torna agresivo si se dan las condiciones ambientales precisas.
Además, el ser humano es un ser social que cambia cuando está en grupo. Su comportamiento individual dista del exhibido en el colectivo, para bien y para mal. Además, el papel de la cooperación y la empatía en la conducta grupal es paradójico. Ambas han influido poderosamente en el progreso del ser humano como especie.
Sin embargo, se puede cooperar y dirigir la empatía para hacer el mal. Los miembros de estos clanes son profesionales de la cooperación para delinquir y son muy empáticos entre ellos. Como las organizaciones terroristas o los grupos políticos fanáticos, las manadas criminales cooperan y reman al unísono en la misma dirección.
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El problema es que la dirección es errónea. Y en la vida, más importante que remar todos a la vez es hacerlo en la dirección correcta. Lo relevante es el faro, no la trainera. Las cualidades son instrumentos para lograr objetivos que son marcados por la corteza prefrontal, sede de las redes que sustentan el proceso decisorio (planificación, preparación, moralidad, etc) y el análisis racional del contexto de una acción. Ante dos actos idénticos, el propósito y el contexto determinan en gran medida su valencia intrínseca. La función de este entramado neuronal es anómala en quien integra estas bandas. El reto es enorme, en particular su vertiente social y educativa, decisivas para prevenir esta lacra.
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