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De los árboles cuelgan por toda Gipuzkoa pancartas con reivindicaciones laborales. Carpas, mesas, sillas y currelas de guardia a las puertas de las fábricas. Preacuerdo ... en Irizar E-Mobility después de 19 jornadas de huelga. Buena noticia: Amazon no se instalará en Oiartzun con su trabajo precario y su evasión de impuestos. Huelga de teleoperadores. La economía digital ha traído fortunas nunca vistas para pocos y ruina para muchos. Se hunden las criptomonedas, otra estafa del mundo virtual. Se van a negociar convenios con el diez por ciento de inflación y habrá tormenta, el mundo real. ¿Vuelve a organizarse la clase obrera? ¿Se avecina un otoño del descontento?
Sorprende y no sorprende. Por un lado, los avances tecnológicos han provocado una individualización extrema y han arrasado la dimensión social del mundo del trabajo, su fuerza reivindicativa; por otro, se acumulan los motivos. No es que falte igualdad de oportunidades (que sí, y de forma clamorosa), es que faltan oportunidades. No quedan trabajos decentes. Se ofrece un modelo, pero no los medios para alcanzarlo, lo que lleva a la frustración.
Para que no falte de nada en esta catástrofe antimoderna de pandemia, guerra, inflación y capitalismo de vigilancia, reaparece el Mosad. ¿Vuelven los 70? Si hace 50 años la guerra del Yom Kipur desencadenó la crisis del petróleo, el espionaje israelí vuelve a situarse en el centro de la acción. Las dificultades de un sector de la sociedad para comprender la gravedad que tiene asaltar los teléfonos móviles de adversarios políticos –expresada con desnudez por la ministra Robles y su terrible pregunta ¿qué tiene que hacer un Estado si...?– es un reflejo del espíritu de los tiempos. De la fragilidad de los fundamentos teóricos de la cultura democrática. Por eso está en peligro.
La tecnología genera sensación de poder, la ilusión de que cada cual tiene el mundo en su mano, en su teléfono móvil, la impresión de centralidad de uno mismo, de ser alguien en la conversación global. Algo que ha resultado ser falso. Hasta 'The Washington Post' alertó sobre la gravedad de las escuchas con el sistema Pegasus en España, mientras en la villa y corte regresa como si tal cosa la vieja máxima de que si no has hecho nada malo no tienes nada que temer. Vale que no se lea 'The New Yorker', pero alguien habrá visto 'Todos los hombres del presidente', cabe imaginar. ¿Qué tiene que hacer un Estado?
Hay personas que creen que los derechos civiles son un lujo pequeñoburgués para cuando nos los podamos permitir, pero que cuando las cosas se ponen difíciles, no valen y hay nuevas reglas. La democracia no es un sistema para que la gente cumpla la ley –eso lo hacen de maravilla los regímenes autoritarios– sino para que el Estado la cumpla.
Los programas de ciberespionaje mueven unos 12.000 millones de dólares al año, buena parte de los cuales se los podrían ahorrar los fontaneros de las cañerías más oscuras de los diferentes países porque, en realidad, todo está en Twitter. No hay que ser James Bond para saber que España espía a los independentistas, los grandes bancos espían al Gobierno, Marruecos espía a España, China a todo el mundo, Facebook a ti, Iberdrola a los tontos...
Hasta ahora, ha bastado con quejarse. Dice la escritora Elvira Navarro que «uno de los contrapesos a la ciénaga de vigilancia, culpabilidad y competición feroz en que vivimos es el victimismo». Muchos están sacando grandes beneficios de esto. Un chollo para quienes han visto multiplicarse sus beneficios durante la pandemia sin contestación. Pero cuelgan pancartas de los árboles y quizá se descubra que el victimismo no es la última estación.
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