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Antxon Arza lo llamaba «la ley de Murphy al revés»: acontecimientos muy buenos y muy improbables, que no subrayamos tanto como los malos, quizá porque creemos que lo bueno se nos debe y punto. De chaval vendía quesos por las ventas de Navarra, escalaba, esquiaba. ... Enfermó de tifus en el Himalaya, pasó una convalecencia larga y empezó a remar en piragua. Se lanzó a los grandes ríos del planeta. Antxon podía quejarse de la mala suerte, porque una ráfaga de viento le descolocó la piragua mientras saltaba por una cascada venezolana. Se rompió dos vértebras y quedó parapléjico. Pero lo que le parecía improbable era la concatenación de casualidades y actuaciones valerosas de los amigos que le salvaron la vida, en mitad de la selva, a varias horas de la carretera más cercana, a mil kilómetros del hospital. A partir de entonces repetía una frase: «Llevo la silla de ruedas bajo el culo, no en la cabeza». La vida le dio otros golpes terribles. Siguió esquiando, remando y cruzando continentes con sus amigos: «Ni afán de superación ni gaitas, hago lo que me gusta y ya está». Y solo presumía de una virtud: «Si nos pilla mal tiempo en la montaña y nos quedamos tres días en un refugio, soy capaz de dormir dieciséis o veinte horas diarias».
Antxon murió la semana pasada a los 58 años. Los amigos de este tipazo entusiasta, cariñoso y divertido, los que recibíamos una oleada de alegría de vivir cada vez que lo veíamos, seguimos viaje recordando su ley.
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