
«Salir de mi país me obligó a reinventarme»
Vascos de todo el mundo ·
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A César Espinosa (Nicaragua) le apasionan la robótica y la psicología, pero lo mismo ha cuidado a personas que ha trabajado de chófer, pintor y agricultorPorque es un hombre inquieto por naturaleza y porque emigrar le obligó a «reinventarse», César Espinosa se ha ganado, se gana, la vida con ... los empleos más diversos, aunque en estos momentos acaba de finalizar su enésima relación contractual. Desde gerocultor hasta chapuzas («en mi país lo llamamos reparaciones en hogar, no sé por qué lo llaman aquí así», revela sorprendido), pasando por albañil, pintor, algo que le gusta mucho y se le da bien, chófer, asistente personal, biólogo, agricultor... Nada que ver, no obstante, con sus grandes pasiones, la psicología y la robótica. «Procuro leer todos los avances que hay en estos campos. Del comportamiento del ser humano queda mucho por estudiar. Me gustaría investigar sobre ello para buscar el bien común», indica.
Este hombre polifacético nació hace 57 años en El Sauce, Nicaragua, un municipio en el que predominan las serranías y colinas y donde el clima es fresco «como en Bilbao». Está casado y tiene dos hijos de siete y nueve años que «ahora están allí con su abuela materna». Llegó hace once años a Bilbao procedente de Costa Rica, país que le acogió durante cuatro años tras ser amenazado de muerte por manifestar su disconformidad con Daniel Ortega, el revolucionario que liberó Nicaragua y al que a sus 72 años acusan de convertirse en el tirano que ayudó a derrocar. Un país que en los últimos tiempos vive una de las crisis políticas más fuertes de su historia reciente.
César Espinosa nació hace 57 años en El Sauce, Nicaragua Un país agroexportador de poco más de cinco millones de habitantes que ha atravesado por varias guerras civiles en décadas recientes y con una alta tasa de pobreza. El sueldo medio no llega a 200 euros al mes.
Tiene dos hijos de 9 y 7 años.
El 5% de la población de origen extranjero de Euskadi proviene de Nicaragua Son 11.155 personas, según datos de Ikuspegi, el Observatorio vasco de la Inmigración. Siete de cada diez son mujeres.
En Costa Rica conoció a un empresario bilbaíno que estaba de vacaciones y que le ofreció un trabajo. «Cumplió su palabra, pasado un tiempo me envió una carta diciéndome que me invitaba a venir bajo una forma de trabajo y aquí me vine. Pero tuve la mala suerte de que a los seis meses esta persona falleció en un accidente de tráfico y me quedé desempleado. Además de ser su conductor era su asesor en la parte agroeconómica en sus negocios».
Reinventarse, una vez más, «en una sociedad en la que la tecnología te va dejando cada día menos opciones», señala. Demostrando su resiliencia y su enorme capacidad de adaptación, César hizo «unos cursitos», regularizó su situación, tocó muchas puertas, todo por hacerse una y otra vez con un sueldo a fin de mes. «Pienso que quien quiere trabajar siempre va a encontrar algo. Yo aquí nunca he estado mucho tiempo parado. He estado casi siempre ocupado. La vida es dura para todos y más dependiendo del lugar donde hayas nacido. Hay oportunidades que a veces aparecen y otras que nunca llegan. Así es».
César Espinosa explica las cosas con muchas palabras, con humildad y sin ganas de enseñarse, y aparenta ser un hombre tranquilo aunque por dentro se adivina un carácter tenaz. «Los nicaragüenses somos personas que huimos del conflicto. Por ejemplo, yo he jugado mucho al fútbol en mi país e incluso hice un equipo. Hoy puedo decir que lo que aplaudo en este deporte son las jugadas buenas y no tanto a un equipo u otro. Pero aquí he aprendido que esto no puedo decirlo en voz alta en un bar, solo en mi casa. ¡Te buscas un pleito!». Espinosa, luchador infatigable, mira al futuro con optimismo. «Mal mal no voy a estar. Dentro de lo que cabe, me han tratado bien. Me gusta Bilbao. Es pequeña y cosmopolita, la gente va a lo suyo, eso me agrada».
De tanto en cuanto se reúne con algunos de sus compatriotas para «hacer asados» (barbacoas), «aunque no me gusta estar mucho tiempo a la intemperie si hace frío». Le apena la cantidad de nicaragüenses que se están viendo obligados a emigrar. Se asientan en Valencia, Andalucía y Madrid. «La gente allí vive con salarios de unos 200 euros al mes y todo está caro. ¿Y cómo? Pues comiendo mal, vistiendo mal, durmiendo mal, viviendo mal. Así de sencillo. Salvo los afines al régimen».
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