Eric Lander, matemático y genetista de enorme prestigio y asesor del presidente Biden en materia científica, ha sido obligado a dimitir por una serie de denuncias de abuso de poder, intimidación y acoso a personal colaborador y subordinado. No es la primera vez que ocurre. ... Recuerden a Tonegawa, Ayala, o los casos locales denunciados por Angela Bernardo. Tampoco será la última. El informe de 2020 del Instituto Wellcome británico señalaba que un 60% de investigadores encuestados afirmaba haber sufrido algún tipo de abuso. Un informe reciente de Nature indica que el maltrato laboral (psicológico) a mujeres es el doble de frecuente en el ámbito científico que en el industrial. El último editorial de Lancet sugiere que esta realidad es la consecuencia de depositar todo el poder en dos o tres personas y regirse por un esquema organizativo muy jerarquizado y basado en el modelo gurú-acólito. El caso de Lander es emblemático del fracaso del mundo científico en acabar con una cultura esclava de los grandes nombres con sus enormes egos, apoyados por el 'establishment'.

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Me viene a la memoria una entrevista a Jeffrey Hall, ganador del Nobel de Medicina en 2017. Hall abandonó su carrera en 2008, harto de burocracia y politiqueos que rodean a la financiación pública de la ciencia. «Siempre deciden los mismos y reciben dinero los mismos», afirmó. Y recuerdo vívidamente aquel primer mensaje de Navidad del Papa Francisco a la curia romana. Habló de las enfermedades que acechan a la Iglesia. Olvidó la pederastia y alguna otra dolencia, pero la bronca fue un magnífico examen de conciencia.

Una adaptación libre del mensaje papal que sustituyera sacerdote por científico, diría que la ciencia sufre vicios y enfermedades que deben erradicarse para lograr que sea más armoniosa y unida. La primera enfermedad es la de sentirse inmortal e insustituible, sin defectos, privado de autocrítica. La segunda es el exceso de actividad, un vicio perdonable, a veces positivo. También sobresalen la petrificación mental, la mala coordinación y una especie de demencia espiritual, que lleva a olvidar el fervor inicial. Una patología severa es la rivalidad y vanagloria. Es el bien conocido ego de los científicos, la soberbia del NIH (National Institute of Health) que lleva a concluir que «si no lo he hecho yo, no es bueno» y a instalarse en el «cuanto peor le vaya al prójimo, mejor para mí, porque habrá más financiación». Este mezquino cerrar los ojos y el corazón a la cooperación es letal para el progreso. La lista incluye la grave esquizofrenia existencial del científico que olvida que está al servicio de la sociedad y vive una doble vida, limitándose a realizar trámites burocráticos, dependiendo sólo de sus propias pasiones, caprichos y manías y construyendo a su alrededor muros y costumbres. Las habladurías son una forma de terrorismo devastador. Y, sin embargo, son el deporte nacional. No deben olvidarse la divinización del jefe y ser víctimas del carrerismo y el oportunismo.

El mundo de la investigación científica es esclavo de los grandes nombres con enormes egosComo la curia romana, la Ciencia sufre vicios y enfermedades que deben erradicarse para cumplir su objetivo

Otra dolencia es la indiferencia hacia los demás y la cara fúnebre, cuando el científico debe ser una persona amable, serena y entusiasta que transmita alegría. ¡Qué bien hace una dosis de humor! La palabra responsabilidad está devaluada; la culpa siempre es de otro. Y sobre todos destaca la arbitrariedad en las decisiones estratégicas y la endogamia. Todavía hay rectores de la política científica que creen que I+D+i es el acrónimo de Impedir+Destruir+Imponer. Y como tienen poder, lo ponen en práctica.

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Este catálogo de enfermedades puede afectar a cualquier grupo humano. Es un síntoma recordatorio de que el científico es persona antes que científico. Como el cura o el médico, que pueden sucumbir a idénticas patologías. ¿Servirá la nueva Ley de Ciencia para transformar un modelo caduco y viciado en otro más diverso, creativo, colaborativo y transparente, como sugiere el informe del Wellcome? Es preciso sanar este complejo síndrome para que la ciencia contribuya al bienestar social a través de la generación de conocimiento en su búsqueda de la verdad.

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