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La visión determinista de la existencia, explicada por Robert Sapolsky en su monumental obra 'Decidido', remueve los cimientos de la vida social, la moralidad y el concepto de responsabilidad, lo que tiene serias implicaciones en el mundo judicial. Si no existe el libre albedrío, nadie ... debe ser juzgado ni mucho menos condenado; la justicia no tiene sentido. Cada vez es más frecuente culpar a la biología del resultado de una acción y aportar estudios genéticos y de resonancia cerebral como prueba. Esto está bien en el plano teórico, pero lo cierto es que con libre albedrío o sin él, actuamos y desplegamos conductas en una sociedad que se rige por convenciones y leyes. Todos estamos sometidos a las mismas reglas del juego y transgredirlas lleva implícito un castigo en aras del bien común. Y castigar a los malos genera placer.
Sapolsky propone confinar en cuarentena al autor de un delito y poner a su disposición todo lo necesario para su reinserción. La cuarentena puede prolongarse si no hay arrepentimiento. El autor utiliza esta propuesta para tranquilizar a la sociedad ya que se aparta al transgresor. Reconoce que es contradictoria, pero necesaria hasta que se comprenda y se acepte su visión determinista. ¿Y no sería más práctico juzgar un delito tras valorar los factores condicionantes y el modo de ejecución?
De hecho, es lo que se hace. Evaluar un delito implica ponderar cuidadosamente la intención y la responsabilidad, aceptando que el ser humano está condicionado. Lo complicado, casi imposible, es precisar el grado de determinación. No hay una fórmula matemática. Por un lado, depende de la intensidad de la influencia que el pasado evolutivo, los genes, la vida en el útero materno, la infancia, las hormonas, los neurotransmisores y la neurofisiología ejercen sobre el cerebro del sujeto en cuestión. Por otro, hay factores correctores desconocidos que hacen que no todo el mundo encaje en el esquema. Así, una mutación genética que afecta el desarrollo cerebral, una infancia marcada por la violencia, los abusos, la pobreza y el abandono, un tumor frontal o una decisión tomada en caliente, condicionan la conducta de modo tan significativo que parece inevitable. Sin embargo, no siempre es así.
El científico y escritor estadounidense expone casos extremos. Su visión, que comparte elementos con el budismo y el marxismo, es útil para evitar la culpabilización por situaciones sobrevenidas (obesidad, esquizofrenia, autismo, dislexia) que conducen a la estigmatización de quien las sufre. También ayuda a comprender actos terribles cometidos en conflictos bélicos, amparados por el paraguas de la obediencia debida, o la actitud de individuos religiosos que perdonan a quien asesinó a sus familiares. El autor confiesa que aceptar su visón es doloroso al inicio, pero liberador con el paso del tiempo. De hecho, afirma que el determinismo puede ser un motor de igualdad social, idea que choca con la interpretación de la filósofa experta en ética, Adela Cortina, para quien «saber que la lotería natural y social existe es lo que incita al liberalismo y al socialismo…a intentar igualar las oportunidades y a empoderar las capacidades personales». Bajo el prisma de Sapolski, tener mérito no tiene mérito, valga el juego de palabras. No obstante, puntúa diferente el examen de sus alumnos. Tampoco el empirismo y la duda tienen cabida en su mundo, lo que cuestiona el método científico que defiende a ultranza.
El fatalismo determinista es una pesadilla orwelliana, no porque nadie controle a nadie, sino porque no hay nada que controlar ni nadie a quien responsabilizar. En cualquier caso, la vida sin libre albedrío puede no alterar la convivencia si la sociedad convierte el dilema biológico en un constructo social y decide comportarse como si existiera, asumiendo que hay que responder ante quien corresponda. ¿Es un autoengaño que los ciudadanos de una democracia aceptan? ¿Y las gentes de países totalitarios donde el determinismo político se suma al biológico? Viven la ilusión de libertad biológica, lo único que la opresión política no puede limitar.
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