Una ciudad es un ente poliédrico que ejerce efectos antagónicos sobre el cerebro. Es rica en oportunidades (educación, desarrollo profesional, vida cultural y social) y, a la vez, es deshumanizada, competitiva, estresante y alejada de la naturaleza. La vida urbana aumenta el riesgo de sufrir ... enfermedades mentales, como ansiedad, depresión o esquizofrenia. Investigadores de Heidelberg escanearon el cerebro de habitantes de áreas rurales y urbanas mientras realizaban problemas aritméticos complejos y eran estresados con comentarios negativos. Vieron que la amígdala y la corteza cingulada, núcleos neuronales implicados en el control emocional, se activaban solo en los urbanitas, más cuanto mayor era el tamaño y el tiempo vivido en la ciudad. El hallazgo era independiente de la edad, situación familiar, ingresos, educación, estado de salud y ánimo. Los lazos con seres queridos reducían esa actividad neuronal. En resumen, el estrés contrarresta la acción benéfica del efecto estimulante de la vida urbana sobre la cognición. La misma relación opuesta se ve en otras funciones. Así, la polución urbana se ha asociado a un mayor riesgo de sufrir alzheimer por la acción de nanopartículas que penetran en el cerebro y precipitan la muerte neuronal. Su inhalación atenúa el efecto positivo del ejercicio en el cerebro. ¡Busque lugares con aire limpio para correr o caminar!

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Una prioridad de todo regidor municipal es reforzar los aspectos positivos y combatir los negativos para que sus conciudadanos aprovechen las ventajas intelectuales y tecnológicas sin pagar un peaje emocional y físico. Buscan la convivencia y cohesión vecinal, eliminando barreras de todo tipo y promoviendo valores universales, como tolerancia, solidaridad y bien común. Donostia trazó su Plan Estratégico para esta década con el objetivo de conseguir que la ciudad sea un espacio libre, seguro, pacífico, sin desigualdad, tolerante, multicultural, solidario, inteligente, sostenible, con pleno empleo de calidad, con una juventud racional y bien formada y con multitud de oportunidades para asentarse. Una ciudad europea avanzada y alineada con el progreso y el futuro.

Preocupan dos realidades que afectan a la juventud, en especial femenina e inmigrante. Una es la Gran Dimisión que ya da síntomas en Gipuzkoa: a veces se debe a que hay más oferta de empleo, pero muchos jóvenes deciden renunciar a su trabajo porque el sueldo no compensa el Ingreso Mínimo Vital. La otra es la baja natalidad que, unida al envejecimiento, exacerba el peligro demográfico y pone en riesgo el reemplazo generacional. El nexo común a ambas es la ínfima calidad del empleo (sin propósito, precario y con salario bajo) en un contexto de carestía de vida en general y vivienda en particular. Dos ejes de actuación podrían aliviar esta perspectiva: uno urgente que auspicie la natalidad, facilite el acceso a un mercado laboral y habitacional dignos (las medidas políticas anunciadas hace dos días son un bálsamo) y otro a medio plazo que potencie la economía del conocimiento desde la escuela. Esta economía es sinónimo de crecimiento robusto, sostenible, con empleo de calidad y dinamizador de la ciudad (miren Edimburgo). Su rédito no es inmediato, pero su alto valor añadido invita a esperar. Se dan pasos en Educación, pero hay que intensificarlos pues se prevé una escasez de perfiles laborales científico-tecnológicos. Esta propuesta exige superar inercias. No se trata de abandonar planes que la ciudad inició hace unos años, sino de buscar un equilibrio y pensar a largo plazo. En este contexto, es comprensible que anuncios recientes generen recelo. Ojalá que todo funcione y no se acreciente la imagen inquietante de Donostia como parque de atracciones caro, envejecido, elitista y atestado de turistas, con muchas brechas, con una ancianidad enferma y sola, con una juventud acrítica y con trabajo de baja calidad. Donostia tiene la fortuna de estar en una Gipuzkoa industrial, vital y no vaciada y, a la vez, ocupar el corazón de la gran ciudad vasca que Bernardo Atxaga concibió.

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