A pesar de que el Covid-19 aún sigue entre nosotros, la desaparición de las mascarillas en casi todos los espacios interiores ha marcado simbólicamente el fin de una pandemia que durante más de dos años ha trastocado nuestras vidas. El paso que se dio ... el pasado miércoles en comercios, lugares de trabajo, espectáculos y centros deportivos se repetirá mañana en los colegios, que reanudarán el curso sin mascarillas.
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Por primera vez en mucho tiempo, y quizá en la vida, profesores y alumnos se verán al fin cara a cara en las aulas. Todos ellos deberán volver a aprender el significado de gestos que habían permanecido ocultos hasta ahora y a presentarse ante los demás sin la barrera protectora de un trozo de tela. También deberán empezar el camino hacia la recuperación, pues la pandemia ha dejado su huella entre los jóvenes.
Los últimos dos cursos han estado marcados por el cierre total de los colegios y su posterior reapertura en medio de un miedo extremo a que las escuelas se convirtieran en un foco de contagios. Las autoridades educativas tuvieron que tomar la difícil decisión de abrir o no las aulas en plena pandemia. «Hubo mucha tensión al principio pero finalmente se optó por abrir, lo que fue una buena decisión colectiva», explica Lucas Gortazar, director de Educación del laboratorio de ideas EsadeEcPol.
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Gortazar es coautor del primer estudio en profundidad realizado en España sobre el impacto educativo de la covid-19. Para llevarlo a cabo se utilizaron los datos de la evaluación diagnóstica realizada por el Isei-Ivei en marzo de 2021. «Nos centramos en tres asignaturas y vimos que la pérdida de aprendizaje de castellano fue nula, la de euskera moderada y la de matemáticas más bien grande». Se comprobó también que el retroceso fue mayor en la red pública que en la concertada.
Los resultados del estudio no son tan malos como cabría esperar gracias, sobre todo, «a la reapertura de las aulas». «En general es más positivo que negativo, aunque es preocupante la pérdida en Matemáticas y lo de la escuela pública. Lo que hay que plantearse ahora es ver qué hacemos con estos problemas, porque no basta con reabrir los colegios», destaca Gortazar. «En el debate de la ley vasca de Educación tiene que estar presente la búsqueda de medidas para recuperar lo perdido», afirma. De lo contrario, advierte, habrá en el futuro «una pérdida de oportunidades» y dentro de unos años llegará al mundo laboral una generación «menos preparada».
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Las mascarillas, además de ser una barrera para el virus, también lo han sido a la hora de socializar e incluso para el aprendizaje de los más pequeños.
Ser adolescente nunca ha sido fácil pero puede que a partir de 2020 lo fuera un poco más. Y es que este colectivo ha sido
Una de las lecciones que ha ofrecido la pandemia es que se pueden dar clases online, pero como el aula y la pizarra no hay nada.
Cuando se implantaron las mascarillas en las aulas hubo padres que protestaron contra esta decisión con el argumento de que perjudicaría la salud de sus hijos. «Nos pedían certificados para que sus hijos fueran al colegio sin mascarilla porque tenían problemas respiratorios, pero el caso es que si tenían ese problema lo mejor para ellos era ponérsela», recuerda Pedro Gorrotxategi, pediatra del centro de salud de Pasai San Pedro y vicepresidente de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria, que sostiene que el tiempo ha demostrado que los temores eran infundados. «La mascarilla no ha dado problemas de salud sino que los ha quitado. La patología ha sido mucho menor porque protegen de un montón de enfermedades infecciosas, que es lo que más tienen los niños. En estos dos años casi no hemos tenido enfermedades que antes eran frecuentes y graves».
Aparte de «retrasar un poco el desarrollo del habla» entre los más pequeños, «no ha habido grandes problemas por la mascarilla», dice el pediatra. «Los niños están acostumbrados a obedecer y han sido muy dóciles con el uso de la mascarilla. Se acomodaron fácilmente», añade. Lo que sí trajo más perjuicios fue el confinamiento. «Fue muy duro para ellos. Hicimos un concurso de redacciones y dibujos en centros de Primaria y los niños mostraban el coronavirus como un ogro. Lo más grave han sido los problemas y trastornos mentales», asegura.
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Los especialistas aguardan expectantes lo que suceda mañana en las aulas de Infantil, cuando los alumnos vean por primera vez el rostro de sus profesores. «No sabemos lo que puede pasar. Igual algunos niños van a necesitar un proceso de adaptación porque no van a reconocer a su persona de referencia y no se van a sentir seguros», afirma la psicóloga y psicopedagoga Mireia Centeno.
Lo que ella sí sabe es que las consecuencias de la pandemia «han sido peores de lo esperado». «Se ha notado mucho malestar emocional en todas las franjas de edad, sobre todo en la adolescencia. Ha habido un incremento de casos de ansiedad, depresión, trastornos de conducta alimentaria, ideas suicidas y autolesiones. Estos dos años han sido una pasada», señala.
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La peor parte se la han llevado los adolescentes y ello por dos motivos. Por un lado, afirma Centeno, «han visto que la población adulta, que se supone que son los que tienen que transmitir seguridad, no se sentía segura, que se tambaleaba». Por otro, las restricciones les han alcanzado «en una etapa en la que necesitan mucho socializar, explorar y vivir nuevas experiencias. Todo esto lo han visto limitado y les ha afectado».
«Entre los más pequeños los problemas no han sido tan llamativos, pero sí se han visto casos de ansiedad», asegura la psicóloga. «Cuando empezaron el colegio después del confinamiento, todo era tan protocolario que a los niños se les transmitió mucha inseguridad. A esto hay que sumarle las limitaciones de la distancia social con las burbujas».
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Centeno presta apoyo como psicopedagoga en dos centros escolares, donde ha detectado en conjunto «problemas de atención debido al uso de las mascarillas», pero poco más. «No ha sido tan exagerado», dice. Es en otro nivel, en el individual, cuando empiezan a surgir trastornos que permanecían ocultos bajo la aparente calma de las aulas. «Ha sido duro. En el primer curso de la pandemia, sobre todo a partir de enero, empezaron a venir alumnos que se sentían mal. Algunos habían dejado de comer y muchos se habían autolesionado. Una de las cosas que más nos ha dificultado es que no sabían por qué estaban mal». Desde entonces, Mireia Centeno ha llegado a llegado a tratar tantos casos extremos que ya no le resultan extraños. «Antes veías una autolesión o ideas suicidas en un adolescente y te impactaba, pero ahora es algo habitual, ya no te impresiona. Si viene un joven le preguntas directamente si ha tenido ideas suicidas y esperas que te responda que sí».
Frente a este panorama, el paisaje que describe la psicóloga y directora de los centros Algora, Anahí Navarro, es muy diferente. «Hemos tratado los problemas de siempre. En todo este tiempo he visto a niños y adolescentes tristes, pero no con depresión», asegura. «Con el confinamiento los niños no tuvieron miedo en general, los que lo tenían eran los hijos de los padres que sí tenían miedo porque se lo inculcaban».
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Navarro se muestra convencida de que a los niños y adolescentes «no les va a afectar» en el futuro todo lo que han vivido. «No les va a dejar ningún problema psicológico o malestar; cuando no existe el problema no existe el trastorno», insiste. Mañana dejarán atrás las mascarillas y entrarán en una nueva etapa de su existencia. «Ahora les va a cambiar la vida», dice Navarro.
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