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Como no podían entrar al reino enemigo del Nepal, los topógrafos británicos tenían que ponerse de puntillas para medir desde lejos las montañas más altas del Himalaya: subían a las cumbres indias, observaban los gigantescos picos nevados del norte, los situaban en el mapa y ... les adjudicaban números romanos. En 1852, el topógrafo Radhanath Sikdar se fijó en el Pico XV. Tomó medidas desde seis puntos y llegó a la conclusión de que se trataba del más alto del mundo. Los cálculos daban una altitud de 29.000 pies (8.839 metros), pero su jefe Andrew Waugh anunció que medía 29.002, para que no pareciera un redondeo impreciso. Dice el chistecillo que Waugh fue el primero que puso dos pies sobre el Everest. Sí, Everest: al pico le dieron el nombre del anterior topógrafo general de la India. George Everest pidió que no lo hicieran, porque él siempre había respetado las denominaciones autóctonas de las montañas, pero Waugh le respondió que era un nombre provisional hasta que las autoridades nepalíes les dejaran acercarse y preguntar.
La semana pasada, chinos y nepalíes establecieron la altitud exacta del Everest: 8.848,86 metros. Me dio pena que no aprovecharan para fijar también el nombre nepalí -Sagarmatha- y tibetano -Chomolungma- de la montaña, porque suena un poco chusco que la cúspide del planeta lleve el apellido de un teniente galés que ni siquiera lo deseaba, que sigamos obedeciendo el capricho de sus sucesores, poco rigurosos y muy pelotas.
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