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Un tal Garibaldi

PLAZA DE GIPUZKOA ·

Jueves, 13 de agosto 2020, 06:44

En 1855, un tal Giuseppe Garibaldi montó una granja en la isla de Caprera, en Cerdeña. Debió de ser alguien importante, porque ahora muchos visitan esa granja entre colinas de granito y pinares espesos, así que nos ponemos en la cola nosotros también.

La visita ... nos aburre. Recorremos los dormitorios, la sala y la cocina; visitamos el taller, el establo, el horno y el molino. Los cartelitos explican que este era el sacacorchos con el que Garibaldi abría el vino, esa la pluma con la que escribía, aquellas las sábanas entre las que vete a saber. ¿Habremos caído en una de esas excursiones en las que al final te venden unas alfombras y un exprimidor de siete velocidades? La granja-museo tiene un mérito indudable: consigue que te vayas sin saber nada del tal Garibaldi y te toca adivinarlo con las pocas pistas que dan. Una bandera uruguaya: se la trajo de recuerdo tras un viaje por Sudamérica con unos colegas, la típica banda golfa de chavales italianos. La bala que le extrajeron del pie: se metió en follones, quizá en alguna discoteca. Sus famosas camisas rojas y pantalones vaqueros, imitados por miles: otro italiano que marcaba tendencia en la moda. Un señor nos pide que le saquemos una foto ante la tumba, posa con la mano en el corazón y nos habla de los valores de aquel héroe: cree en tus sueños, la voluntad encuentra el camino, supera los límites. Ya lo tenemos claro: Garibaldi era un influencer.

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