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Tenía 13 años cuando Alfonso aprendió a gritar y a llorar en silencio. Fue víctima de abusos sexuales «por parte de un dominico», pero su mente intentó borrar estos oscuros episodios hasta que casi 30 años después decidió contarlo al mundo, según relata a este periódico el propio Alfonso Ruiz, vitoriano víctima de pederastia en la Iglesia que ha participado en el documental de la cineasta Iratxe Pérez 'Todos lo sabían' junto a otros 26 supervivientes que denuncian los abusos que sufrieron en colegios durante su infancia en los años 60, 70 y 80. Un trabajo que pretende «terminar con años de silencio», que profundiza sobre la herida que dejan los abusos físicos, psicológicos y sexuales en las víctimas y que interpela a la sociedad «para reflexionar sobre un pasado nuestro reciente», según explica su directora.
Alfonso solía quedar con sus amigos de tiempo libre en la parroquia de los Dominicos de Vitoria. «En aquella época, gran parte del ocio lo teníamos en el entorno de la parroquia, prácticamente vivíamos ahí, cuando uno de los frailes empezó a abusar de mí. Primero fue más cariñoso, y poco a poco, se fueron acrecentando los abusos durante un año aproximadamente». A esa edad, «no era muy consciente de lo que estaba pasando, yo era bastante ingenuo, y claro, empieza haciéndote creer que eres importante, que eres especial, y ese chantaje o abuso emocional o afectivo es lo que le sirve para luego acrecentar hacia otros tipos de abuso también». Como tantas otras víctimas, sufrió la confusión que le impedía frenar los abusos.
«Te ves inmerso en una situación que no entiendes y que tampoco sabes gestionar. La mente es muy lista y muy tonta a la vez, y todos estos episodios los silencia», explica Alfonso, que cuenta que fue «consciente» de los abusos «casi 30 años después» porque mi cabeza decía: 'Esto no ha pasado'».
En su casa eran completamente ajenos a la situación. En el colegio «empezó a bajar mucho mi rendimiento escolar y a partir de ahí, las depresiones, que tampoco sabes muy bien de dónde vienen... Hasta que un día te viene todo, como un fogonazo y explotas. Mi cerebro hizo 'crack'. Entonces te invaden todos los recuerdos de la infancia, y lo que no has visualizado durante muchos años lo tienes clarísimo en ese momento».
Para entonces su padre había fallecido y «a mi madre no quería darle un disgusto, era muy mayor ya, así que no le dije nada pero sí empecé a hablar con los dominicos», relata este hombre, que ha intentado reconstruir su vida después de perder «hasta cuatro trabajos y depresiones continuas. Tienes miedo de que un día no logres levantarte de la cama».
La atención que le brindaron en los dominicos y en la Diócesis de Vitoria, cuenta, fue «francamente mala». A partir de ahí comienza un largo proceso «que se vuelve tan complicado o más que los abusos. Por haber sido ninguneado, rechazado, insultado».
A sus 43 años puso la denuncia pero «no llegó a ningún lado». Sin embargo, hace unos años los dominicos cambiaron de provincial y se puso en contacto con él para reabrir el proceso. Se filtró una declaración en prensa en la que la orden admitía que «existían posibles indicios de que mi historia fuera verdad. No ponía mi nombre, pero ese papel hizo que por primera vez la Iglesia me considerara víctima». Trató de exigir una reparación que nunca llegó.
A Alfonso le reconfortaría que le dijeran: 'perdona porque te hemos destrozado la vida', porque cuando pides perdón eres consciente de que lo has hecho mal y que admites la culpa, y restauras el buen nombre de la otra persona. Porque cuando tú denuncias, para mucha gente te conviertes en el malo de la película y te dicen que lo que quieres es hacer daño a la Iglesia. Por todo eso yo sí que demando un perdón, que conlleva la restauración», manifiesta este hombre que, por otro lado, entiende que haya víctimas a quienes no les sirva o incluso quienes no denuncian, porque «es un proceso muy duro. Te enfrentas a una institución que durante años silencia y machaca. Conozco a alguna víctima que no ha querido hablar nunca, lo que es muy respetable», dice. «Son víctimas invisibles y por eso son tan difíciles de cuantificar, por no decir que muchos de los delitos ya han prescrito».
Precisamente a través del documental se pretende dar voz a todos aquellos que han sido silenciados durante décadas. «Porque de lo que no se habla no existe, y trabajos como el de Iratxe son fundamentales. Visibilizar, hablar, denunciar, exigir... También son caminos para que las agresiones sexuales, tanto en la Iglesia como en otros ámbitos, se atajen en la sociedad», afirma este hombre que, junto con el resto de víctimas, asumieron ponerse bajo los focos.
«El origen del proyecto son ellas», explica Iratxe Pérez. Las víctimas. «A principios de 2019 empiezan a hacerse públicas denuncias en Navarra y, entre ellas, unas cuantas que hacían alusión a un colegio de Estella. Yo soy de esa localidad y estos vecinos conocían mi trabajo anterior como documentalista y productora. A finales de 2020 ya se habían constituido como asociación y se pusieron en contacto conmigo con idea de contar sus relatos en un documental. Poco a poco el proyecto se fue ampliando y recoge testimonios de víctimas de Valencia, Cataluña, Salamanca y León».
El trabajo cuenta «la crudeza de los abusos para que el resto de la sociedad podamos llegar a entender por qué dejan una huella tan grande, incluso el motivo de por qué hay gente que tarda décadas en contarlo, no lo llega a contar nunca, o que ni siquiera recuerda haber sufrido abusos. Es algo en lo que hemos puesto mucho hincapié en el documental. No tanto en el suceso en sí, sino en las huellas emocionales y psicológicas que se arrastran de por vida».
De momento, el documental se ha estrenado en Bilbao, Pamplona, Estella y Madrid y próximamente llegará a los cines de San Sebastián y Vitoria.
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