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Esta es la crónica de otra muerte solitaria. Solo que, a diferencia de otros casos acontecidos en Euskadi, esta fallecida sí contaba con conocidos. Un tejido social. Sus vecinas de Vitoria, los minoristas de su barrio... La tarde del lunes 17, tras docenas de ... intentos infructuosos por contactarla a cargo de su entorno más cercano, los bomberos desplegaron su espectacular escala hasta una de las ventanas de su piso, localizado en una octava planta. La encontraron sobre la cama. «Llevaba más de cien días muerta», revelan fuentes de la investigación.
La última ocasión en que esta alavesa de 68 años fue vista con vida fue el viernes 1 de marzo. Desde entonces pareció evaporarse. La autopsia revelará la razón del deceso, aunque todo apunta a «causas naturales», coinciden todos los medios consultados por este periódico.
Sin hijos ni pareja conocida, esta mujer carecía de lazos con su familia sanguínea. «Jamás nos habló de ellos en los más de veinte años que vivió en este edificio», cuenta una de sus allegadas, residente en el mismo portal. «Era buena persona, dicharachera e independiente», valora. «Trabajó de interna y también regentó un bar», dicen en este bloque, levantado en una de las calles más importantes de la ciudad.
De hecho, con otra de las habitantes del inmueble -donde el jueves apareció sin vida otro vecino, éste de 58 años- mantenía un curioso sistema de prueba de vida. «No dejábamos pasar quince días sin llamarnos para ver qué tal estaba. Ahí me contaba sus cosas». En marzo, esta mujer de 68 años rompió la costumbre. Desapareció de la comunidad. Y su ángel de la guarda se inquietó.
«Siempre ha sido muy cuidadosa y superlimpia. Tenía una planta junto a la puerta de su casa que comenzó a secarse». Otro indicio más. «La hemos llamado al timbre de casa, al teléfono, mirábamos desde la calle a sus ventanas, pero nada», compartía esta vecina.
Las semanas pasaron entre más intentos infructuosos por localizarla. Más telefonazos, más timbrazos, mientras su buzón cada vez estaba más lleno. «Sabíamos que algo malo había pasado», reconocen en este bloque de viviendas. Sin una llave de la casa, ni aparentes opciones legales de acceder al domicilio, su frustración engordaba cada día.
Cayeron las hojas de abril, mayo, junio. Residentes comenzaron a quejarse del olor. «Era tan fuerte que las administradoras de la comunidad decidieron llamar a la Ertzaintza», afirman los sondeados.
La tarde del lunes, un par de dotaciones de la Policía autonómica y un equipo de bomberos acudieron al enclave. Como la puerta de entrada tenía la llave echada por dentro, decidieron desplegar la escala.
A partir de ahí, solo quedó avisar al juzgado de guardia. Hasta dos médicos desplazados, citan fuentes consultadas, se negaron a certificar la causa del fallecimiento debido al estado del cadáver. La autopsia se encargará de ello. La Ertzaintza, por si acaso, registró el domicilio y recogió muestras por si el informe forense arrojara alguna sorpresa inesperada.
No obstante, estos más de cien días en que permaneció muerta esta alavesa quedan en anécdota al compararse con los ocho años en los que nadie reclamó el cuerpo de Nadejda, una ciudadana ucraniana hallada en su casa de Zabalgana en septiembre.
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