Tenía alrededor de 60 años, vivía solo, sin contacto con el resto de la humanidad aunque monitorizado por un funcionario durante el último cuarto de siglo, que comprobaba si este solitario hombre era capaz de seguir vivo. Vivía sin contacto con el resto de la ... humanidad porque el resto de la humanidad se encargó de eliminar a toda su tribu. Él se salvó y ha vivido casi tres décadas sin compañía. Hasta que esta semana lo han encontrado muerto en mitad del Amazonas, tumbado en una hamaca, cubierto con plumas de guacamayo, como si supiera que su final se acercaba y tuviera que guardar una pose para, quién sabe, buscar una posterior reencarnación.
En este mundo global en el que escasean las cosas que se desconocen, la desaparición de él, el Indio del Agujero como se le ha denominado, provoca tristeza por la pérdida de un ser humano totalmente autosuficiente y por la desaparición de una tribu cuyo mundo se reducía a su comunidad y su ritmo no estaba condicionado por factores humanos externos, salvo por los indeseables que acabaron con buena parte del grupo en busca de explotar su entorno vital.
Sus prioridades eran la comida, el clima y no enfermar. Las mismas que deberíamos poner nosotros en el 'top'
Seguramente sus principales preocupaciones eran disponer de comida, la climatología y la salud. Casualmente, tres de las prioridades que nuestra sociedad ha ido desplazando en su orden, sustituyéndolas por otras más materiales, y que casualmente en el «tormentoso» otoño-invierno que se nos avecina probablemente vuelvan a ganar peso en la actualizada clasificación de prioridades de la crisis energética.
Volvamos a la figura del indígena. ¿Cuál sería su nombre real si lo tuviera? ¿Qué sonidos era capaz de emitir o tenía voz? ¿Cómo ha sido capaz de llegar a cerca de los 60 años sin vacunas, sin un colchón, una televisión o sin wifi? Ha tenido la suerte de disponer de un territorio de 80 kilómetros cuadrados en el que vivía a sus anchas y en el que se ha llegado a construir, según apuntaba el funcionario que monitorizaba sus pasos, 53 chozas. Ríete tú del 'boom' inmobiliario. Habitáculos con puerta delantera y trasera y con un agujero en el centro de la casa; la misma estructura en todas. Por eso le llamaban el Indio del Agujero. Nunca tuvo que afrontar el problema de no encontrar casa o de que los precios para adquirir una fueran desorbitados; cuando se cansaba de una chabola (o se deterioraba), construía otra cerca a la que mudarse, sin maletas ni camión de mudanzas. Una filosofía no muy ecológica, dirían los más verdes, pero cómoda, chic, y al alcance de muy pocos. Sin lujos, sin agua caliente, sin gas y sin electricidad, pero ese hombre ha vivido en más de 50 casas a lo largo de su vida, como un marqués.
El indígena construyó 53 chozas para vivir en toda su vida; sin luz, sin agua corriente y sin conexión wifi
Otra cosa sería la soledad, el no ver a nadie durante décadas. ¿Pensaría que era el único ser humano en la Tierra? ¿Comprendería que había más Tierra más allá de su territorio? ¿Qué pensaría de los aviones que surcan el cielo? Lo único cierto es que no tenía a nadie a quien contarle lo que había cazado para comer, o para retarle a subir a un árbol o cavar el hoyo más grande. Pero tampoco es nada descabellado si lo comparamos con la sociedad a la que nos dirigimos, esa en la que no somos capaces de levantar la cara de la pantalla del móvil. En la que nos interesa mucho más ver el enésimo vídeo de un desconocido en Japón, que hablar con un amigo, familiar o compañero de trabajo. En esa competición de cavar el hoyo más grande, nos estamos acostumbrando a jugar solos y luego será difícil salir.
Nuestra sociedad ha cambiado todo lo que hacía hasta hace unos días el Indio del Amazonas por dinero. Hemos renunciado a sembrar nuestra comida, por dinero. A fabricar nuestras casas, por dinero. Hemos cambiado el mundo real por el virtual, también por dinero. Y cuando ese dinero escasea o pierde su valor y los que hacen todas esas acciones por nosotros comienzan a subir los precios o a advertir que la cosa se complica, nos veremos abocados a acercarnos a la vida del Indio. Lo malo, que el Indio ha muerto y que quizá ya no haya maestro que nos enseñe cómo adaptarnos a esa vida.
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