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La isla de los seis mil ojos

Plaza de Gipuzkoa ·

Jueves, 6 de agosto 2020, 14:08

La costa de Cerdeña es una tentación que solo mordisqueamos aquí y allá, porque queremos disfrutarla intensamente y porque, como todas las tentaciones, esconde un castigo. Para los viajeros a pedales, ese castigo es el tráfico. A demasiados conductores italianos les gusta depilar los codos ... de los ciclistas con sus retrovisores. Y entre las construcciones imaginarias, mis favoritas son los canales de la Atlántida, las pirámides de Marte y las carreteras italianas con arcén. Así que en la segunda etapa sarda subimos por las carreterillas de la Alta Gallura. Recorremos un altiplano de prados y encinas entre montañas abruptas de granito: lo llaman el Valle de la Luna, a mí me recuerda a Cáceres. Vemos alcornoques recién descorchados; descansamos a la sombra de S'Ozzastru, un olivo de tres mil años que cruje como un galeón en alta mar; y entre el caos de los bloques graníticos distinguimos un poco de geometría: círculos y más círculos. Son los nuraghe, las seis mil torres de piedra que los sardos levantaron hace tres milenios. ¿Eran castillos, atalayas, templos, almacenes? Entramos a uno, a una especie de chimenea troncocónica de quince metros de altura, un hueco silencioso, fresco, aislado, abierto por arriba, recolector de luz. Es quizá un círculo de piedras que crea un espacio sagrado, separado del mundo, conectado con el cielo. Esto es un ojo metafísico, lo sabe cualquier barbudo de Orio.

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