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Los vecinos de Belchite se refugiaron en sus bodegas durante dos semanas de bombardeos. Tiraron los muros para pasar de unas a otras, según las casas se iban derrumbando y sepultando a decenas de personas; sufrieron hambre y sed; enfermaron, agonizaron, amontonaron cadáveres. En la ... última noche de aquella batalla que dejó cinco mil muertos, los pocos resistentes franquistas intentaron romper el cerco republicano. El comandante Santa Pau lanzó una granada para abrirse paso, echó a correr y vio que lo seguía una niña. Era Josefina Cubel, de 12 años. «Dónde vas, zagala, quédate con tu familia». Una ráfaga de metralleta mató al comandante y reventó una pierna a Josefina. Su padre, su hermana de 15 años y su hermano de 7 se la encontraron tendida en un charco de sangre («dejadla, que está muerta») y siguieron corriendo entre el tiroteo. Caminaron tres días hasta Zaragoza sin saber que Josefina aún vivía, rescatada por los republicanos, operada en el hospital de Alcañiz. Al cabo de tres meses, otra superviviente volvió del hospital y se encontró con la familia Cubel de luto. «¿Quién se os ha muerto?» «Josefina». «¡Pero si está en el hospital!». Juntaron dinero entre los vecinos para que la madre fuera en autobús a recoger a su hija resucitada. Ahora Josefina tiene 95 años, la pierna coja, la memoria fresca. Nos lo cuenta su sobrina Pilar, entre las ruinas del viejo Belchite, y pregunta si se nos hizo duro el confinamiento.
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