Da gusto escuchar a una madre recordar al infante que no, que este año no va a llevar chuches por su cumpleaños al cole y que comprarán cosas saludables como fresas y frutos secos. Y ver cómo el niño sabe qué quiere decir 'saludable' y ... que se conforma. Es así, los mayores estamos aprendiendo cosas de las últimas generaciones como que -me lo han repetido para que me entere- «el cuerpo ajeno no es opinable». Parece ser que, alguna vez, he opinado y eso no está bien.
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También nos hemos enterado de que hay otros deportes como calistenia y pump-track; de que hay que llevar a los recién nacidos a revisión al quiropráctico o al fisio, en fin… De que además de los bares con jamones colgando hay tailandeses, mongolo-coreanos, peruanos y especializados en empanadillas argentinas, por citar los que tengo cerca. He aprendido qué son las berenjenas a la toscana y que debo cuidar mis rizos sin sulfatos, parabenos ni siliconas. Vaya, cuánto tiempo haciéndolo fatal.
Ahora, también diré que se puede vivir sin pedir molletes a Antequera por internet; que hay gatos que pueden ser buenos para acariciar pero no sustituyen al psicólogo, que podemos pasar sin 'baños de gong en luna llena' y que llevar siempre la capucha de la sudadera puesta no es plan y a veces asusta.
Mi madre, sabia, que pensaba que tener hijos es como tener una cazuela en el fuego permanentemente a la que hay que vigilar siempre, un día preguntó: ¿Depresión? ¿qué es depresión?
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