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NEREA AZURMENDI
SAN SEBASTIÁN.
Sábado, 1 de diciembre 2018, 14:25
Veinte personas, con un claro y buscado predominio de las mujeres, participan desde finales de septiembre en la cuarta edición del Curso de Experto de Revitalización de la Lengua, impartido por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de Mondragon Unibertsitatea y Garabide Elkartea. Garabide, con sede en Eskoriatza, lleva años trasladando el concepto de ayuda al desarrollo a la cooperación lingüística, tomando como referencia la experiencia que se ha adquirido en las últimas décadas en torno a la revitalización del euskera.
Cuando apenas faltan un par de semanas para que finalice su formación teórica y práctica en Euskal Herria, los participantes en el curso tuvieron ayer, viernes, una larga sesión de trabajo en la Diputación de Gipuzkoa. Conocer de primera mano las dinámicas y experiencias que han convertido en referencial el proceso de recuperación del euskera es, justamente, una parte importante de la formación de estas personas.
De vuelta a sus comunidades, aplicarán lo aprendido a la revitalización de las 12 lenguas a las que representan. La mayoría de los participantes proceden de pueblos originarios de Centro y Sudamérica. Hay representantes de lenguas de Guatemala (kaqchikela y quiché); México (maya de Yucatán y nahuatl); Colombia (nasa); Ecuador (quichua); Bolivia (guaraní); Brasil (kashinawa) y Wallmapu (el país mapuche), pero también tienen presencia la lengua kurda y el amazigh, que tiene una amplia comunidad en Argelia y Marruecos y, este caso, está representado por una activista cultural rifeña.
Los participantes en esta experiencia, en la que, como indica Garabide, «se ofrece formación sobre la experiencia vasca y las claves de la recuperación lingüística a representantes de comunidades lingüísticas minorizadas, para que luego ellos puedan convertirse en protagonistas de su propio proceso», llegan a Euskal Herria con una importante trayectoria previa.
«Nos eligen porque procedemos de espacios en los que ya hay bases para ir construyendo. Todos venimos con encargos de nuestras comunidades», afirma Lizbeth Ortiz, miembro del pueblo nahua. Trabaja desde el pasado mes de abril en lo que puede considerarse la primera política lingüística para la lengua nahuatl, que se realizó con ayuda de Garabide y Emun.
La iniciativa de abordar la revitalización de una lengua con más de un millón y medio de hablantes, --una de las 68 que hay en México, «todas ellas en peligro», recuerda-, no procedió precisamente del Estado mexicano, sino de una unión de cooperativas llamada Tosepan, de la que forman parte miles de campesinos. El 'encargo' de Liz es llevar de vuelta «herramientas que permitan realizar la planificación operativa para los años 2019 y 2020 del plan estratégico que tiene un horizonte de unos 20 años».
Parecidos son los objetivos con los que han venido a Euskal Herria los guatemaltecos Miguel Oxlaj, de la Universidad Maya Kaqchikel (el único espacio de formación superior en esa lengua) y la pedagoga Salomé Huinac, representante de la lengua maya quiché y miembro del consejo asesor de su comunidad lingüística.
México y Guatemala -donde tan solo la familia maya cuenta con 22 lenguas- conforman una de las zonas del planeta con una mayor diversidad lingüística, y comparten un panorama similar: buenas palabras, incluso leyes de reconocimiento y apoyo expreso a las lenguas, pero poco compromiso práctico. Curiosamente, la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas de México y la Ley de Idiomas Nacionales de Guatemala son del mismo año, del 2003, y, a juzgar por las valoraciones de estos tres activistas comunitarios, aunque han traído alguna mejora formal, su grado de eficacia es también similar.
lizbeth ortiz
Miguel Oxla
salomé huinac
«Se ha avanzado en el discurso, pero no hay medidas concretas, y creemos que lo han hecho a propósito» afirma Liz Ortiz, cuya organización ha integrado tanto el aspecto lingüístico, con un «proyecto lingüístico propio», como el identitario en una lucha que engloba necesariamente todos los aspectos de la vida, o de la supervivencia, de la comunidad: la defensa de un territorio y una tierra «que para nosotros es mucho más que un recurso, es nuestro padre y nuestra madre» y está amenazada por intereses ajenos a la comunidad. Utilizando sus términos, «recuperar la lengua nos permite recuperar la identidad, y eso es una manera de empoderarnos para poder vivir».
Partiendo de unos planteamientos similares, y entendiendo que la lengua es mucho más que un sistema de signos y códigos para comunicarse, en vista de lo largo que es el camino entre el papel y la realidad también en Guatemaña, Salomé Huinac afirma que, «una de las misiones de la organización a la que represento es que las leyes sean operativas, que se apliquen en la comunidad. Y para eso es necesario crear demandantes de base, tomar la iniciativa».
Miguel Oxlaj representa a otra lengua de la familia maya, el kaqchikel, y comparte el diágnóstico de Salomé. Un diagnóstico que, en el caso de Guatemala, está marcado por la larga y cruenta guerra civil que se vivió entre 1960 y 1996. Durante las más de tres décadas que duró una guerra en la que se mezclaron los factores internos con las tensiones entre los dos bloques que protagonizaron la guerra fría, «todo se politizó, y eso retrasó mucho el proceso de recuperación de las lenguas de los pueblos originarios». Unas lenguas cuyos procesos de recuperación, cuando los hay, no siempre avanzan al mismo ritmo. En el caso de Guatemala, llevan la iniciativa las lenguas mayas, y el camino que están abriendo «puede servir a las más relegadas».
Miguel asegura que, a pesar de que las leyes que se adoptaron después de los acuerdos de paz inducían a pensar en cambios positivos, «lo que el Estado asigna es menos que simbólico, la diversidad interesa sobre todo por el aspecto turístico». «Los indígenas como bandera para conseguir fondos internacionales, que nunca revierten en nuestras comunidades», añade Salomé.
La clave, por lo tanto, está en «actuar de manera colectiva, desde la comunidad» porque, como apunta Liz Ortiz, «sólo desde la activación comunitaria avanzaremos, esa es una de nuestras fortalezas».
Los tres, y previsiblemente la mayoría de sus compañeros, tienen claro que el sentido en el que quieren avanzar va mucho más allá de las leyes, las gramáticas y los diccionarios. Lo resume Liz: «No se trata solo de derechos lingüísticos, se trata del derecho a ser y estar en el mundo tal como nosotros somos»; una forma de ser muy distinta a la que propone el pensamiento dominante, el occidental.
Porque, en el fondo, subyace un problema que va más allá, y llega a dimensiones más trascendentales, que la mera asignación de fondos. De lo que se trata es de vivir conforme a la propia identidad, en todas la dimensiones. Salomé admite que, a falta de soluciones plenamente satisfactorias, el problema se resuelve a veces cierto «paralelismo de poderes», en el que conviven la tendencia uniformizadora del poder central y, «a nivel interno de cada población, las prácticas cosmogónicas propias».
Algo similar ocurre con los modelos de desarrollo «que nos impiden ser nosotros» y que en muchas ocasiones se traducen en conflictos no siempre incruentos por los recursos naturales y humanos. En consecuencia, la lucha por la lengua es también la lucha por modelos de desarrollo en armonía con la «forma de ser y estar en el mundo» de cada una de las comunidades. Y viceversa. «Cuando entendamos que las lenguas ahora relegadas van ligadas al desarrollo, tendremos fuerza», afirma Miguel.
Junto con el hecho de «adquirir las herramientas necesarias para avanzar en la planificación lingüística» y «tener la visión panorámica que a veces nos falta», compartir ese tipo de reflexiones con miembros de otras comunidades es una de las cosas que más valoran de la experiencia. «Vemos que tenemos luchas comunes, y que cuando juntemos todos los esfuerzos ya no estaremos tan aislados, sino que podremos representar a una parte importante de la población mundial», sugiere Miguel, quien destaca que esta experiencia le está resultando «muy aclaradora, porque ves que no puedes seguir con acciones aisladas, sino que hay pensar y planificar bien las cosas».
Este año, además, han tenido un plus con respecto a las ediciones anteriores: vivir en primera persona una experiencia inédita de la que también están aprendiendo mucho, Euskaraldia, que Liz define como «un ejercicio muy poderoso de cohesión y visibilización, de reconocimiento y de establecimiento de nexos entre la comunidad».
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