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La magia existe desde que existe la cultura. Hay descripciones que datan de la época griega. En el siglo XVII, con la popularización de la física mecánica de Newton, los autómatas ganaron fama. Algunos generaban inquietud por su apariencia humana (Lo mismo nos ocurre con ... los robots: cuanto más humano es su aspecto, mayor rechazo e incluso repugnancia provocan). Los magos dicen que no hay trucos nuevos. La mayoría de las ilusiones de los espectáculos modernos se remontan al siglo XIX. Los magos modernos los actualizan e innovan con la introducción de tecnología como el láser, la holografía o la robótica para crear efectos especiales que potencian el impacto de sus trucos en el cerebro del espectador. Quien asiste a un show de magia debe saber que le van a engañar. Las principales razones por las que es difícil desenmascarar un truco son dos: La primera es que el mago se aprovecha de una serie de vulnerabilidades del cerebro y la segunda es que lo ejecuta con gran maestría y habilidad, tras miles de horas de entrenamiento. Es imposible cazarlo. Por eso, el mejor consejo para el espectador es relájese, déjese sorprender y disfrute.
S. Martinez Conde y S. Macknik investigan la neurobiología de la visión, lo que les llevó a interesarse por las ilusiones visuales y dar el salto al mundo de la magia. Se embarcaron en un proyecto con magos expertos y lo cuentan en su libro 'Los engaños de la mente'. En él explican los mecanismos neuronales que sustentan algunos trucos. La mayoría son deficiencias en el funcionamiento del cerebro. Destacan las ilusiones visuales por modificaciones del contraste lumínico, por fallos en la continuidad esperada (cuando se corta un cuerpo humano por la mitad o se dobla una cucharilla a lo Uri Geller) o en la perspectiva (es la base del trampantojo de la arquitectura) o por cambios en el foco donde se fija la mirada (la sonrisa de la Mona Lisa es distinta según miren a sus labios o a sus ojos). Las ilusiones sensoriales son críticas en los números en los que varía un color o despluman a un voluntario tras toquetear todo su cuerpo: una presión en la muñeca distorsiona la sensibilidad de la zona durante unos segundos, tiempo que el mago aprovecha con un sutil, preciso y rápido movimiento para quitar el reloj sin que el voluntario sea consciente. También destacan las ilusiones de la memoria, fruto de su fragilidad. Un recuerdo se construye cada vez que se evoca y su representación se transforma con el tiempo. Además, olvidamos fácilmente y muy rápido. Por eso, es sencillo manipular un recuerdo. Los magos lo saben y se aprovechan de ello con maestría. En algunos números de adivinación, la maga ofrece la posibilidad de elegir una carta o una cifra, cuando en realidad le está induciendo a que usted elija lo que ella quiere. Esta ilusión de elección es muy común, como lo es el juego que realizan con nuestras expectativas y suposiciones que contrarían sistemáticamente hasta llevarnos a la duda y la sorpresa. La labia es decisiva en el espectáculo.
Pero la gran protagonista de la magia es la manipulación de la atención. William James, padre de la psicología moderna, definió la atención como «aquello por lo cual la mente toma posesión de forma clara y nítida de solo uno de los múltiples objetos simultáneos posibles o hilos de pensamiento. La focalización, la concentración y la consciencia están en su esencia. Implica prescindir de algunas cosas para poder manejar otras de manera efectiva». La atención es la madre de todos los procesos cognitivos. Sin ella, falla todo. Un ilusionista sabe que si nos centramos en algo, no percibimos lo que sucede fuera de foco. Y fuera de foco (en los ángulos muertos) es donde pasan las cosas importantes para que el truco consiga su efecto que no es otro que sorprendernos desafiando las leyes de la lógica. Todo esto lo realizan con una maestría simpar. Parece que hemos desnudado el mundo de la magia y que la próxima vez no se nos va a escapar. ¡Ja! Mientras haya seres humanos con cerebros vulnerables, habrá magia.
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