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El fútbol como metáfora de la vida, otra vez: si el mundo estuviera gobernado por más mendilibares y menos mourinhos funcionaría probablemente mejor. Pero la experiencia nos dice que en los despachos con poder abundan más los Mou que los Mendi.
Valores como la nobleza ... clásica y la efectividad sin alharacas, encarnados en Mendilibar, son más apetecibles que las excusas de mal perdedor de quien es fanfarrón ante los micrófonos pero resulta cobarde en las estrategias en el campo, como Mourinho. Y no hablo de los dos entrenadores como personas concretas (quienes conocen de cerca al portugués dicen que en la intimidad es tan amable como inteligente) sino como arquetipos: Mendilibar podría representar un entrañable personaje de Frank Capra y Mourinho simbolizar uno de esos antihéroes que se creen Clint Eastwood pero solo son malos de 'spaghetti western'.
Porque el fútbol, además de negocio y deporte (por ese orden) es también un gran teatro del mundo. En la 'representación' de la final de la Europa League disputada el miércoles en Budapest el reparto daba al entrenador del Sevilla, José Luis Mendilibar, nacido en Zaldibar pero 'txuri urdin', el papel de tipo 'básico', sin 'glamour' en las salas de prensa y con planteamientos viejunos en la pizarra, con conceptos tan poco intelectualizados como «defender bien y meter algún gol más que el contrario», sin utilizar esas ideas de los comentaristas contemporáneos de 'presión baja', 'basculaciones' o 'balón dividido'. Mou, por su parte, se presentaba como el maligno glamuroso que se las sabe todas: ese 'special one' que es el más listo de la clase.
Ganó el Sevilla, por penaltis. Mientras Mendilibar celebraba el triunfo en el césped con su chándal, como un Alberto Ormaetxea del siglo XXI, Mourinho daba una master class del mal perdedor: regaló su medalla de segundo a un espectador porque a él solo le gustan las de oro y bajó al parking del estadio a insultar a los árbitros como si estuviera en la puerta de un 'after hours'. Incluso si tuviera razón en sus quejas por el mal arbitraje su crítica perdería consistencia por tan malas formas.
En los viejos tiempos había que elegir entre Guardiola y Mou en aquella guerra civil que retransmitían los medios. Guardiola era el 'seny', la modernidad en el fondo y en la forma; Mourinho, el cuerpo a cuerpo en el peor sentido de la palabra. A Pep se lo acabó comiendo su propio personaje, y se salvó saliendo de España y triunfando en la Liga inglesa como uno de los mejores entrenadores del mundo, y Mou también terminó en una mala caricatura, resumida en la imagen de su dedo en el ojo de Tito Vilanova.
El mundo iría mejor con más mendilibares en la política, en los medios y hasta en los hogares. Y ya que hablamos de balones como metáforas: Gipuzkoa se ha convertido en una fábrica de entrenadores de primer nivel. Salen mejores 'místers' que jugadores. Unai Emery, Julen Lopetegui, Mikel Arteta, Xabi Alonso o Andoni Iraola, además de Imanol Alguacil, triunfan, como si la vieja tradición industrial se llevara ahora a los banquillos. CAF fabrica trenes para los cinco continentes y te encuentras autobuses de Irizar en el país más lejano; del mismo modo uno se topa con un entrenador Made In Gipuzkoa en cualquier estadio. Quizás han heredado los viejos valores 'guipuzcoanos': buena estrategia, eficacia, discreción... y un poco de mala leche cuando toca. Imanol es el resumen más cercano de todo eso. Para celebrar que la Real viaja a la Champions habrá que concluir que el mundo iría mejor con mas mendilibares... y más imanoles.
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