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La voz interior, esa que todos tenemos cuando hablamos con nosotros mismos, es muy interesante. No hay que confundirla con las alucinaciones auditivas de las personas con esquizofrenia, una dolencia que afecta al 1% de la población (en estos casos se oye la voz de ... otros). Mientras hablamos con nosotros mismos, reflexionamos, conectamos con nuestro yo más profundo y tomamos consciencia de nuestra realidad y la de nuestro entorno. Ese monólogo interior constituye el pensamiento. El coloquio se mantiene mientras se hace la vida cotidiana, habitualmente en circunstancias que requieren cierta concentración (trabajo, planificación de actividades, valoración de situaciones concretas o búsqueda de soluciones a problemas) y cuando se está solo (en el coche o en los momentos previos a caer dormido). Las conversaciones en la cama que van más allá del simple repaso rutinario a la jornada son especiales. Apelan directamente a nuestra conciencia, el pepito grillo a quien rendimos cuentas cada noche. Pueden ser tranquilizadoras o causar pesadillas, casi siempre distorsionadoras de la realidad. Por la noche todo lo negativo se agranda y adquiere tintes dramáticos: el dolor es más dolor, el miedo es más miedo, la rabia es más rabia, la preocupación es ya un obstáculo insalvable. Es un momento en el que hay que cortar la conversación. Con el nuevo día todo parece menos negro, la luz sustituye a la oscuridad. No sucede lo mismo con las emociones positivas, pues en este caso el sueño acalla la voz interna y se duerme a pierna suelta.
Otras personas hablan solas en voz alta. Este es un fenómeno común en la infancia mientras se juega con juguetes o con amigos imaginarios. La mente infantil es muy creativa y no le cuesta nada entrar en mundos fantásticos habitados por seres animados o inanimados con los que es posible relacionarse. Es reseñable que las niñas entablan conversaciones mientras que los niños se valen de onomatopeyas o frases simples, con frecuencia en el contexto de luchas o competiciones. ¡Ay el cromosoma Y!
Cuando suceden en adultos, los autoparloteos audibles provocan la risa de los compañeros de trabajo o de los familiares y sus protagonistas son tachados de excéntricos. Y, sin embargo, es un ejercicio muy saludable para el cerebro. Al hablar con uno mismo, en voz alta o insonora, se activan redes de neuronas del hemisferio cerebral izquierdo donde residen los circuitos implicados en el lenguaje y en las actividades humanas más analíticas y científicas que requieren orden, estructura y secuencia de acciones. Los diálogos internos, exteriorizados o no, ayudan a estructurar ideas y reforzar mensajes. Por este motivo es muy importante que su contenido sea positivo, motivacional. Pero no siempre lo es. Las conversaciones con contenido negativo son la base de la rumiación y de las ideas obsesivas, síntoma de la depresión y motor del rencor, la ira y el odio. En estos casos, corte de inmediato la charla y póngase a otra cosa que le aleje de las malas ideas. Y si vuelven y vuelven hasta la extenuación y la desesperación, no se deje arrastrar a esos infiernos y consulte con un experto para buscar una solución, que las hay.
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