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Noche mala

PLAZA DE GIPUZKOA ·

Jueves, 24 de diciembre 2020, 06:44

Un 20 de diciembre de hace unos años entré a mi vieja furgoneta melonera a las siete de la mañana, aún noche cerrada. Metí la ... llave en el contacto, la giré y escuché una voz cercana: «Hola, buenos días». Pensé que sería la radio, pero estaba apagada. Me giré y en la parte trasera entreví a un hombre medio agachado en la oscuridad, levantándose, moviendo los brazos. Se me escapó un grito de susto. El hombre me habló muy nervioso: «¡Tranquilo, yo solo dormir, no pasa nada!». Era un cuarentón argelino que se había metido a pasar la noche, por la puerta trasera que no cerré con llave. Se disculpó, charlamos un rato, me contó sus peripecias y sus esperanzas, recogió su manta y se marchó calle arriba. Qué noches tan duras debía de pasar, con tanto frío, tanta soledad y tanto miedo. La historia del argelino (una persona sola en tierra extraña, sin nadie que lo acoja para pasar la noche helada) es en esencia la misma de aquella pareja de hace dos mil años, la del carpintero y la mujer embarazada, la que supuestamente conmemoramos hoy. La Navidad es una historia que nos hace preguntarnos sobre nosotros mismos y nuestra manera de tratar a los demás, es una pregunta tan directa que quizá por eso la acallamos con las luces de las calles, el estruendo de las compras y el jolgorio de los regalos. Quizá para no tener que aceptar que dos mil años después seguimos haciendo lo mismo: ignorar, temer o echar a quienes buscan refugio.

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