Avanzábamos hacia el futuro por una cinta deslizante como las de los aeropuertos, preocupados por nuestras cosas –llevamos el código de embarque en el móvil, el carné en la cartera, no hemos perdido el periódico–, despreocupados por el entorno garantizado. De pronto la cinta dio ... una sacudida, aceleró, se retorció y ahora volamos por una montaña rusa colgada sobre el abismo.
Publicidad
Los sabios se hacen grandes preguntas sobre el futuro mundial –los menos sabios incluso dan respuestas– y todos constatamos lo obvio: no está determinado ni el futuro municipal. Basta con mirar a nuestra ciudad. Apenas queda rastro de las murallas, no resoplan ballenas en el horizonte, nadie habla gascón: un donostiarra de hace medio milenio alucinaría. ¡Ya no venden ni esclavos en el puerto! La sacudida es buena para recordar que la frase «siempre ha sido así» es mentira («y por tanto no debemos cambiarlo»: trampa). Me pregunto cómo se llamará esta ciudad dentro de un par de siglos, cuál será la segunda lengua más hablada, para qué usarán la red de túneles que perforamos ahora en el subsuelo, cuándo venderán las primeras camisetas con el hacha y la serpiente como diseño fashion, qué pondrán en el lugar del Sagrado Corazón, cómo se disfrazarán para parodiar a quienes no permitían la presencia de mujeres en sus desfiles. Las preguntas se acumulan alrededor de una sola certeza: tenemos un gran futuro a nuestras espaldas.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.