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Domingo, 1 de abril 2018, 13:59
Se crió en orfanatos de la Rumanía de Ceaucescu -«allí vi de todo»-, aunque no se queja; de todo se aprende, dice, y siempre agradecerá la ayuda que le dio una de sus maestras, que le aportó educación y de comer. Harto de que se metieran con él por gitano y gay (y por pobre, claro), Lagarder Danciu, 37 años, se vino con 22 terminada la carrera de Trabajo Social. Primero a Portugal, donde conoció y denunció las redes de explotación de inmigrantes en el campo: «Setenta personas hacinadas en una casa con ratas, el poder que tiene el miedo de paralizarte y lo difícil que es salir una vez que has entrado en el círculo». Luego pasó a España, a trabajar en el campo andaluz, y después vivió una mala experiencia con unas oposiciones a Educación en las que denunció irregularidades. Ha pasado dos años de su vida en la calle.
«Descubrí este mundo y lo que vi es la bota de la opresión. La aporofobia es un síntoma, esas personas de la calle nos están diciendo que sigamos como esclavos del sistema porque si no acabaremos como ellos. Hay muchos casos de gente joven que te odia, que te ven como una bolsa de basura, les provocamos rechazo. A esos chavales que agreden yo no les metería presos, les daría dos o tres años de trabajo con gente de la calle para que arreglen su falta de empatía».
Dice que al quedarse sin hogar descubrió «el genocidio». «Al convivir con ellos te implican, y también generas mucha impotencia. La calle es un viaje que te lleva a la muerte». Señala que entre los desfavorecidos hay mucha diversidad; incide en que las personas sin hogar «no son solo las que duermen a la intemperie porque no se atreven a dar una patada a una puerta, sino los okupas, los que duermen en los coches, en las furgonetas, en tiendas de campaña...». Está empeñado en denunciar los servicios sociales que están gestionados por empresas privadas y exige que las instituciones públicas se hagan cargo de este asunto.
Le han dado patadas y puñetazos por la espalda. Hoy sigue durmiendo con personas sin hogar por elección, para hacerlas visibles. Por eso también ha escrito un libro, 'Sin techo' (Editorial Deskontrol). «Me encanta pasar la noche con ellos, estar cerca. Pero, después de los ataques, ya no me atrevo a hacerlo en la calle. Ahora estoy de okupa».
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