Ebbaba Hameida
Vermú de domingo ·
Nacida en Tinduf, criada entre Italia y España, dice haber abrazado lo bueno de cada mundo que la vio crecer para coser sus heridasSecciones
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Ebbaba Hameida
Vermú de domingo ·
Nacida en Tinduf, criada entre Italia y España, dice haber abrazado lo bueno de cada mundo que la vio crecer para coser sus heridasDurante muchos años, Ebbaba Hameida se ha preguntado por su identidad: nacida en el campamento de refugiados saharauis de Tinduf, pero criada entre Italia y España, ha luchado por reconciliar esos dos mundos tan distintos. Al fin, lo ha hecho «cogiéndole la mano a la ... niña que fui y contándole todo lo que había vivido». El resultado es 'Flores de papel' (Península), un relato emocionante que narra la historia reciente del Sáhara Occidental a través de tres generaciones de mujeres, Aisha, Naima y Leila, que son un reflejo de la propia autora, su madre y su abuela. Periodista de RTVE, ha cubierto desde crisis migratorias hasta la guerra en Ucrania.
-Mejor un té que un vermú, ¿no?
-Sí. En el Sáhara, el té se hace para tener una conversación. Tengo un amigo que siempre dice: «Calma, carbón y conversación».
-Nació en un campo de refugiados. ¿Cómo es vivir ahí?
-En las imágenes se ven jaimas y casas de adobe, pero lo que no se ve es esa infancia truncada llena de necesidades, esa sanidad y alimentación precarias y, sobre todo, esa imposibilidad de poder pensar en el futuro: cada día, las personas están sobreviviendo y esperando salir, porque el concepto de campo de refugiados no se relaciona con un hogar permanente, sino con una tierra prestada. Y sobre una tierra prestada no se puede construir, y si no se puede construir no se puede ver más allá de esas jaimas y de esas casas de adobe.
-A los cinco años se marchó a Italia para tratarse un problema de salud. Sufriría un choque cultural.
-Me recuerdo como una niña perpleja, desconcertada y, a la vez, curiosa ante esas cosas tan extrañas: la cantidad de coches, la altura de los edificios, esas cajas de metal que son ascensores… todo era muy desconcertante para una niña que había nacido en un lugar donde la vida era muy distinta.
-Y a los diez años vuelve.
-Y sufro otro impacto al darme cuenta de que, al vivir en un mundo sin ninguna necesidad material, había llegado a perder esa conciencia de la realidad en la que vivía mi familia. Esa dualidad también se refleja en las dos madres, la italiana y la saharaui, que influyen mucho en Aisha y que son dos pilares que me han hecho vivir entre el agua y el aceite porque son completamente distintas.
-¿Ha conseguido reconciliar esos dos mundos?
-He conseguido reconciliarme con la niña y la adolescente que fui. Hacerlo siendo adulta me ha ayudado a coser esas heridas del pasado, esas guerras identitarias que no se pueden palpar: me costaba mucho decir que estaba mal, que no sabía quién era o que había llegado a no saber quién era mi madre. Ahora creo que sí he conseguido definirme, y me reconcilia saber que no soy de ninguna parte y que, a la vez, soy de las dos. He abrazado lo bueno de cada mundo.
-Su padre se empeñó en que estudiara.
-Sí. La guerra y la ocupación de Marruecos le pillaron terminando Magisterio, y se quedó con esa espina. Somos seis hermanos, y las tres hijas somos universitarias; una es bióloga y la otra, médico. Él se empeñó en que estudiáramos, aunque en algún momento a mis tías o a mi abuela no les pareciera bien que yo fuera a la universidad y viviera sola en una sociedad occidental.
-La realidad de la mujer en el mundo árabe.
-En el libro intento contar la realidad desde el punto de vista de cada una de las generaciones. Creo que la diferencia es que Naima, la madre, está entregada a la lucha por la libertad colectiva: las mujeres de su generación levantaron los campos de refugiados, construyeron las primeras escuelas y los primeros hospitales, se empoderaron y se hicieron fuertes. Para ellas, sus derechos individuales no importan, importan los derechos colectivos. Sin embargo, para Aisha, para las mujeres de mi generación, es inaceptable concebir el mundo sin esa libertad individual sobre qué mujer quieres ser, cómo quieres vestir y con quién te quieres juntar, porque hay una cultura más conservadora que le impone determinadas normas. Por ejemplo, yo sueño con no ponerme la melfa en los campamentos y que no llame la atención.
-¿Ha sufrido más machismo o más racismo?
-Más racismo. En Italia sufrí muchísimo 'bullying'. Vivía en un barrio muy pijo de Roma, y era la única niña negrita con el pelo rizado y distinta a los demás. Cada día me encontraba un mensaje en mi mesa que ponía «Italia es para los italianos y no para los extranjeros de mierda». Ese rechazo fue muy difícil gestionar.
-Y la xenofobia ha resurgido.
-Desgraciadamente, en los últimos años estamos viendo una normalización del discurso racista en todos los ámbitos. Es una forma de no querer mirar a los ojos del otro. También hay algo de aporofobia: un negro rico no molesta tanto, pero un negro pobre molesta muchísimo más.
-¿Ve próximo el fin del conflicto del Sáhara?
-Soy un poco pesimista porque estoy en una redacción y veo lo que pasa cuando se condena a un pueblo al silencio porque deja de ser noticia. Pero acabo de volver de los campamentos, y mi pesimismo me pareció una mirada muy sesgada porque, si le preguntas a mi madre, te dirá que le encuentra sentido a su renuncia vital y a vivir en lo que ellos llaman «campamentos de la dignidad y la resistencia». Y lo hace porque está convencida de que esto va a cambiar.
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