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Los políticos están preocupados por la gobernanza de las instituciones. Declaran una y otra vez que les gustaría que la ciudadanía participara más activamente en la política cotidiana. No es que quieran sacudirse responsabilidades sino que buscan que su gestión sea más eficiente. Eso está ... muy bien. Para ello necesitan identificar problemas que, a veces, no son demasiado visibles y ofrecer soluciones en las que un poco de imaginación es bienvenida. Con este espíritu, se crean grupos de trabajo y se habilitan espacios físicos y virtuales para que cualquier ciudadano pueda expresar sus opiniones, ideas, quejas y sugerencias.
Entonces, ¿a qué viene cambiar la velocidad máxima de circulación en un tramo de la autovía, a pocos metros de un radar y sin avisar? Se da la circunstancia de que la velocidad permitida durante años ha sido de 120 km/h y es bien sabido que la conducción es un acto que se realiza de modo automático, gracias a un tipo de memoria llamada memoria procedimental. Es la misma memoria que hace que nunca se olvide una actividad o habilidad aprendida en la niñez, como andar en bicicleta o nadar. Sus elementos neuronales asientan en un núcleo cerebral llamado estriado y participan también en la adquisición de hábitos, buenos y malos. Por lo tanto, los miles de conductores que diariamente circulan por esa carretera tienen grabado a fuego en su cerebro que el límite de velocidad permitido es 120. Y cambiar esa noción, ese hábito, requiere un esfuerzo adicional, racional y voluntario, que comienza con el aprendizaje del nuevo concepto, en este caso que el límite es 100 a partir del día x. Si los políticos se preocuparan verdaderamente por la salud cerebral de la ciudadanía, lo lógico hubiera sido informar y alertar sobre el cambio con varios días de antelación. Todo indica que lo han hecho intencionadamente, con nocturnidad y alevosía. Las explicaciones alternativas (se trata de una broma, les sobraban señales de 100 km/h, etc.), parecen muy improbables. Lo más doloroso es que han perdido una magnífica oportunidad de promover la participación ciudadana en una decisión. Y esto el ciudadano lo vive como una traición y un incumplimiento de la declaración de intenciones del gobernante. Y ya saben que la peor cualidad de un político es la incoherencia, pues atenta directamente contra sus postulados y principios.
Dicho esto, la ciudadanía espera que se reconozca el desliz y se anulen las sanciones que hayan podido imponer a los desprevenidos conductores. Al fin y al cabo, su verdadera preocupación es velar por la seguridad de la gente y no recaudar a su costa, ¿verdad? Si no se diera el caso, el ciudadano podría activar otro tipo de memoria, la episódica, lo cual puede tener consecuencias impredecibles. Las redes neuronales implicadas en este tipo de memoria se localizan en el hipocampo y la corteza prefrontal, alejadas de las involucradas en la memoria procedimental y funcionan de modo independiente. Podría suceder que en la próxima contienda electoral, las personas perjudicadas pongan en marcha su memoria episódica, se acuerden del radar y de la multa antes de depositar su voto, bloqueen su memoria procedimental y olviden su hábito de votar siempre al mismo partido. ¡Qué dulce momento de disfrute! Es el placer de las pequeñas venganzas.
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