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Una tarde de otoño de 2017 la figura de Pablo de Rojas Sánchez-Franco, con sus rancias vestimentas eclesiásticas, avanzaba a pie por la calle Doctor Areilza del centro de Bilbao como si fuera un obispo del Renacimiento. Una estampa anacrónica. A la altura del colegio de los jesuitas, una joven se plantó ante él y le soltó : «Mecagüen dios». El supuesto obispo se revolvió ante la blasfemia y le contestó con un poco caritativo: «Tu puta madre, bendito sea Dios». La escena fue presenciada por un matrimonio muy vinculado a las actividades de la diócesis, que se puso en contacto con el obispo auténtico, Mario Iceta, para ponerle al corriente. Hacía tiempo que el prelado guerniqués quería meter mano al asunto, pero no sabía cómo.
Rojas formaba parte del paisaje vizcaíno desde antes de la llegada de Iceta, en tiempos del ahora cardenal Ricardo Blázquez, pero no se conoce ningún documento que acredite su presencia en la ciudad desde 2005, cuando habría fundado la Pía Unión de Santiago Apóstol. Hay ángulos ciegos y profundamente oscuros en la biografía de este hombre, originario de Linares (Jaén). Él mismo asegura que fue en 2008 cuando fue consagrado 'obispo' por Daniel Dolan, de la 'línea thucista' (monseñor Ngô Dinh Thuc), que no reconoce la autoridad del Papa ni los cambios introducidos por el Concilio Vaticano II. Ese mismo año, en septiembre, este periódico desveló sus andanzas en la capital, unos meses después de que Iceta fuera nombrado obispo auxiliar de Bilbao, y que más tarde se convertiría en el 'enemigo número uno' del movimiento rebelde. El Obispado toleró su actividad, muy opaca, aunque ya embaucaba a gente de fe sencilla.
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¿Por qué recaló Pablo de Rojas en Bilbao y no en otras plazas más conservadoras? En esta ciudad conocía a gente adinerada que comulgaba con su ultracatolicismo. Una periodista le preguntó un día por ello y le contestó que aquí tenía «muchos seguidores, nostálgicos de la misa en latín», por lo que consideraba que había un caldo de cultivo para impulsar su doctrina. Un portavoz del Obispado reconoció en 2008 que sabían de la existencia de «la corriente thucista» en la diócesis y que la relación con ellos era cordial, porque eran católicos aunque separados de la Iglesia. Entonces no se vio la necesidad de hacer nada porque parecían inofensivos y se deslegitimaban solos con su carnaval.
2012
fue el año en que algunas de las monjas clarisas afectadas por el actual escándalo se establecieron en el convento de Artebakarra, en el municipio vizcaíno de Derio, por iniciativa de la entonces abadesa de Belorado, M. Pureza de María Lubión, nacida en Bilbao y que contó para esa operación con el importante apoyo de monseñor Mario Iceta.
En un momento dado, De Rojas contactó con el entonces vicario general del Obispado, Félix Alonso, para comunicarle su intención de celebrar eucaristías y confesar a los fieles. Alonso, como canonista, fue su interlocutor. Se presentó como asociado a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, fundada por Marcel Lefevre, pero no aportó ningún papel que acreditara su dignidad eclesiástica. Administrar sacramentos era cruzar una línea roja. De Rojas se sentó en el confesionario de la parroquia de San Vicente en ausencia de su titular, y presidió la Procesión del Rosario en una de las conmemoraciones de las supuestas apariciones de la Virgen en Unbe, donde volvió a confesar a muchos fieles. Estaba montando una Iglesia paralela, al margen de la autoridad y la disciplina del obispo.
El colofón es que volvió a ser consagrado 'obispo' por segunda vez. Le habría impuesto las manos Richard Nelson Williamson, prelado de la Fraternidad San Pío X, ordenado a su vez por Lefebvre en 1988. Representante del tradicionalismo más duro, el jerarca inglés fue inmediatamente excomulgado, si bien en 2009 Benedicto XVI le levantó la excomunión, antes de que fuera expulsado de la Fraternidad por su desacuerdo con el acercamiento a Roma. En 2015 volvió a consagrar obispos, por lo que incurrió de manera automática en una nueva excomunión. Fue en ese estado cismático cuando Williamson habría consagrado a De Rojas.
Estamos ya en 2019. Por esas fechas, monseñor Iceta, que llevaba ya nueve años como obispo titular de Bilbao, viajó a Roma y aprovechó su estancia en el Vaticano para informar sobre el 'caso De Rojas' y solicitar instrucciones al respecto. Allí le dijeron que le tenía que excomulgar. De regreso a la diócesis se abrió un procedimiento que se sustanció en un decreto de excomunión.
El decreto se basaba en las ordenaciones efectuadas por Dolan y Williamson, pero Pablo de Rojas cambió luego de 'padrinos'. Ahora asegura que fue consagrado en 2006 por Derek Schell, el jesuita ordenado obispo por Clemente Domínguez (que se autoproclamó 'papa' en El Palmar de Troya) y en 2010 por el valenciano Ricardo Subirón, consagrado a su vez por monseñor Thuc. La apelación a Subirón es para sustentar la validez de su sucesión apostólica.
El domicilio particular de De Rojas, que no estaba ayuno de dinero, se ubicaba en la céntrica plaza Campuzano, pero era en un lujoso megapiso de la Gran Vía, con vistas al parque de doña Casilda, donde tenían lugar las celebraciones. También utilizaban una red de oratorios y capillas, además de adjudicarles una casona de verano en Biarritz, que sería su 'Castel Gandolfo' particular.
Pablo de Rojas siguió a lo suyo, ajeno al decreto, y convocó una rueda de prensa en el hotel Carlton para defender la legitimidad de su cargo y proclamar que el impostor y usurpador era monseñor Iceta. En esa ocasión apareció flanqueado por dos guardaespaldas, alguno de los cuales le acompañaba en sus paseos bilbaínos con su perro 'Ares', un imponente pastor alemán de pedigrí rosa. Había radicalizado sus posiciones y se posicionaba como sedevacantista, es decir que rechaza la validez de los pontificados que siguieron al de Pío XII. Además, desafió a la Iglesia oficial con un acto de consagración de un sacerdote al que asistieron decenas de franceses desplazados en autobuses.
A partir de ahí desapareció del radar, probablemente por la irrupción de la pandemia. En la web de su organización se colgaron vídeos animando a no cumplir las normas de confinamiento y a rechazar las vacunas, que eran «un pecado mortal». También arremetían contra el Gobierno «marxista-comunista» de «un tal Sánchez y un tal Iglesias». Incluso instaban a un levantamiento social y «si fuera necesario» empleando la violencia.
Pablo de Rojas vuelve a reaparecer ahora en medio de una operación inmobiliaria que afecta a dos conventos, enmascarada en una crisis religiosa y doctrinal con elementos de esperpento. Algunas de las monjas clarisas afectadas son las mismas que se establecieron en el convento de Artebakarra en 2012 por iniciativa de la entonces abadesa de Belorado, M. Pureza de María Lubión, nacida en Bilbao y que contó con el apoyo de monseñor Iceta. La relación con el obispo era muy estrecha. El prelado llevaba allí a sus seminaristas a retiros espirituales y hasta vendía chocolates. Atendían una hospedería y una tienda en la que distribuían productos elaborados en el obrador de la comunidad burgalesa. El capellán que les daba misa es un profesor de Historia de la Iglesia de la Facultad de Teología de Deusto, de talante muy abierto. Sus predicaciones están en las antípodas de la doctrina a la que ahora las monjas dicen haberse adherido.
Algo pasó porque, «después de una larga deliberación y por motivos internos», el 27 de octubre de 2020, un mes antes del nombramiento de Iceta como arzobispo de Burgos, las hermanas se trasladaron a Orduña. La madre abadesa, sor Isabel, entregó la bula de fundación al obispo de Vitoria. Su nuevo destino era un convento abandonado y descatalogado que comenzaron a adecentar. En la rehabilitación las monjas fueron ayudadas por vecinos del pueblo y por decenas de jóvenes de toda España. Mientras, el proceso de compra del convento a sus propias hermanas de la comunidad de Vitoria, que esperan pagar con la venta del de Artebakarra, seguía en marcha.
Es a finales de 2023 cuando parece que surge un comprador. A partir de ahí faltan datos y una nebulosa sospechosa lo envuelve todo. En plena operación, el arzobispo de Burgos y los obispos de Vitoria y Bilbao reciben una información que sitúa a Pablo de Rojas en esta operación de compra-venta, pues ya ha visitado Belorado en tres ocasiones. La Iglesia no está dispuesta a pasar su patrimonio a un 'obispo' cismático. La abadesa, que mantiene contactos con la Pía Unión de San Pablo Apóstol desde marzo de 2023, oculta el nombre del 'tapado', un «benefactor» según sus palabras. Las sospechas se comunicaron al Vaticano y se paralizó todo. Lo que ocurra a partir de ahora... está en manos de una veintena de monjas clarisas.
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