La televisión más vista en España nos sacudió con esta noticia: a un voluntario de la vacuna contra el coronavirus le cayó un rayo, cuatro semanas después de recibir la dosis. Quizá el ministro de Sanidad debería recordarnos que los pastores pirenaicos llevaban fósiles de ... erizos de mar como amuleto contra los rayos. La intuición resulta sorprendente: el erizo de mar es la única especie del flysch de Zumaia que ha sobrevivido millones de años, atravesando las cuatro grandes extinciones registradas en esos acantilados. «Qué tendrá el erizo, ¿buenos genes o buena suerte?», se preguntaba el biólogo Delibes en el documental 'Haitzen hitza'. Probablemente buena suerte, decía. O sea, lo que sospechaban los pastores.

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No nos conformemos con el titular: el voluntario salió vivito y coleando, sufrió arritmias y los médicos afirmaron que probablemente se debían al rayo y no a la vacuna. La seguridad de la vacuna es una noticia aburrida, resulta mucho más espectacular la insinuación apocalíptica de unas nubes negras que persiguen a los vacunados y les lanzan rayos. Por eso seguirán con la búsqueda obsesiva de desgracias entre los vacunados –uno tuvo fiebre, a otro se le murió el gato–, como si precisamente no fuera ese el éxito de una vacuna: que nos sigan pasando cosas. En una pandemia, sin vacunas y sin amuletos suficientes –¿qué pasó con aquellas pulseras mágicas Power Balance, se descargaron todas?–, el verdadero riesgo es que no te pase nada nunca más.

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