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Nadie sabe si este siglo acabará siendo tan revolucionario como promete. Esta promesa ya no pasa ni por la utopía ni por la distopía, sea esto lo que sea, ni por imponer a la realidad los discursos más radicales. La revolución ya no es lo ... que era, como tantas otras cosas. Ahora la revolución cambia la vida y la mentalidad de la gente, como la publicidad, sin alterar el orden social ni la economía. Bastante hacemos con sobrevivir a diario al fracaso de nuestras ilusiones y, aún peor, a su realización como para que vengan a contarnos películas sobre cómo debemos vivir, qué valores es correcto sostener y qué políticas apoyar para ser considerado guay. La derecha nos acusa de pringados y protestones solo por pensar que para cumplir los deseos de los ricos hay que ser rico. La mayoría vive la misma vida y consume los mismos productos y tiene los mismos sueños, sin saber si podrá financiarlos. Pero ocupar un lugar precario en la sufrida clase media también te condena al regaño de la izquierda. Nunca eres bastante solidario ni concienciado ni comprometido.

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