La inmensa mayoría de las calzadas que llamamos romanas no lo son, dice el ingeniero Isaac Moreno Gallo. Todo el mundo cree que estaban pavimentadas con losas, como en los cómics de Astérix, pero eso solo ocurría en las vías urbanas para mantenerlas limpias. Los ... romanos se desplazaban de una punta a otra del imperio con caballos sin herraduras, carros que recorrían hasta trescientos kilómetros diarios llevando pasajeros que dormían a bordo: en qué cabeza cabe que fueran traqueteando sobre losas.
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Moreno leía a los historiadores, seguía sus descripciones y no encontraba ninguna vía romana. Empezó a buscarlas en bici. En 1990 tomó en Burgos un camino que llamaban romano y se dio cuenta de que pedaleaba siempre un metro por encima del terreno, sobre un terraplén con superficie de gravilla compacta, durante kilómetros y kilómetros. Moreno identificó así las carreteras de hace dos mil años: cimentación de piedras gruesas y una capa de grava fina, mucho más eficaz para la circulación de carros que los caminos de losas de siglos posteriores. La capa de gravilla –toneladas acarreadas desde lejos– era el elemento más valioso de las calzadas y el que los arqueólogos a menudo descartaban por ignorancia. Entre los tramos que Moreno identificó durante veinte años, destaca uno de siete kilómetros que acaban de recuperar para peatones y ciclistas entre Venta Nueva y Blacos (Soria). Esa es, dice Moreno, la mejor manera de conservar una carretera de dos mil años: utilizándola.
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