Cada vez hay más tratamientos de precisión y personalizados para tratar enfermedades antes incurables con eficacia y seguridad. El 70% se basan en la biotecnología. Las grandes beneficiadas son algunos tipos de cáncer y enfermedades raras, como la atrofia muscular espinal y la adrenoleucodistrofia. Las ... terapias biotecnológicas requieren un proceso de producción más complejo que el de un fármaco convencional de síntesis química porque utiliza material biológico, vivo (virus, bacterias, genes y células). La complejidad se traduce en elevados costes y riesgos que merecen una justa compensación. Si alguna de ellas llegara al mercado, lo suyo sería alegrarse y no alegar que son caras y ponen en riesgo la sostenibilidad del sistema. La argumentación es perversa. Por ejemplo, el editorial de un medio nacional afirmaba a la vez que «el aumento del coste público en tratamientos oncológicos no ha revertido en una mejora terapéutica equivalente» y que «algunos de los nuevos tratamientos han aportado opciones de curación para tumores de muy mal pronóstico». La primera es una opinión y la segunda un dato. La realidad es que la supervivencia media se ha prolongado 3 años, mejora que, según el editorial, no compensa el gasto. Es igualmente cierto que miles de pacientes con cáncer abocados a morir con el protocolo estándar viven gracias a una terapia biotec.
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El elevado coste de las terapias biotec preocupa al sector y a la sociedad. Sin embargo, atribuir toda la responsabilidad a la industria biotecnológica es tan injusto como culpar a las ineficiencias del sistema. En Salud, la tiranía de la media en costes y tasas de supervivencia está cargada de demagogia y vacía de racionalidad. Poner precio a la salud y la vida es arriesgado y relativo. ¿Cuánto vale una terapia que salva una vida? ¿Y si salva mil? Un dato: cada euro invertido en medicamentos ahorra entre 2 y 7 € en otros gastos sanitarios (efectos adversos, ingresos, tratamientos alternativos) y en productividad por la vuelta a una vida profesional activa. Algunos países líderes en investigación biomédica adoptan soluciones racionales y razonables, como premiar las terapias disruptivas en detrimento de los fármacos 'me too' que aportan poco, ahondar en formas de pago imaginativas o plantear programas de verdadera colaboración público-privada e innovación abierta para financiar el proceso de desarrollo de una terapia, desde la I+D académica que identifica genes y dianas moleculares, hasta su manufactura y comercialización por empresas biotec. El beneficio se reinvierte en Salud. Estas, y otras, medidas son preferibles a la implantación de estrategias paralelas de desarrollo de terapias avanzadas para abaratar costes. Un tratamiento que llega al paciente por vías alternativas y excepcionales con exigencias regulatorias más laxas puede ser menos eficaz y ocasionar más efectos adversos. Además, supone una competencia desleal para la incipiente industria biotecnológica que exige idéntico rigor regulatorio y representa una amenaza al futuro de la propia terapia. Los Gobiernos velan por la equidad y la sostenibilidad del sistema sanitario, pero también garantizan la calidad y seguridad de las terapias farmacológicas, genéticas o quirúrgicas que se incorporan al vademécum del sistema público.
El 'fervor biotec' derivado de la pandemia (test diagnósticos y vacunas son biotec pura) se ha evaporado. Lo atestigua el destino de los Fondos Europeos, concebidos para modernizar y transformar el país a través de sus PYMEs. Lo recuerdo con pesar e inquietud en este Día Internacional de la Biotecnología que seguirá aportando avances disruptivos para salvar vidas y mejorar el bienestar de las personas. La Medicina moderna es más costosa, pero más eficaz y segura. Nunca es un lujo. Si es cara o barata depende de prioridades políticas.
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