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Cuando se les pregunta a los profesionales de una UCI en qué consiste su trabajo una respuesta que se repite es que «nosotros compramos tiempo». Tiempo para dar a los pacientes más graves la oportunidad de superar la situación tan comprometida en la que se ... encuentran. Tiempo para que su organismo, con la ayuda de una alta cantidad de fármacos, ventilación mecánica y cuidados expertos, sea capaz de superar la enfermedad.
No siempre lo consiguen. El coronavirus es un claro ejemplo. Pese a todo, en esta última trinchera están satisfechos con la tasa de supervivencia que han logrado con los pacientes Covid. En la primera ola la mortalidad de estos enfermos en las unidades de críticos de los hospitales de Osakidetza fue del 22%, menor que la registrada en gran parte de los sistemas sanitarios nacionales e internacionales. En esta segunda es aún más baja.
¿Pero cómo es una UCI? Este diario describe los principales características de estas unidades con la ayuda del facultativo vasco Pedro Olaechea, miembro de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (Semicyuc).
Las unidades de críticos están claramente separadas del resto de áreas de los hospitales. De hecho es habitual que en la puerta se indique que está prohibido el paso incluso con el típico círculo rojo. Están adaptadas a la realidad de cada centro, pero suelen compartir una serie de características en común. Tienen un pasillo central desde el que se accede a las habitaciones, todas ellas individuales y con la pared de la entrada de cristal para poder ver desde fuera al enfermo. Cada sección suele tener entre 12 y 14 estancias de unos 12 metros cuadrados cada una, de modo que haya espacio suficiente para la cama y los equipos fijos, así como para los móviles que haya que introducir, y para los sanitarios. En un lugar principal del pasillo está el puesto de enfermería desde el que se controlan todos los boxes y no falta un almacén de farmacia.
El monitor es, por su tamaño, el equipo más visible. Conectado al paciente por medio de cables, muestra el nivel de algunas constantes vitales del paciente como el electrocardiograma, la saturación de oxígeno, la tensión arterial... Además de hacerlo en la pantalla, vuelca todos los datos en los ordenadores situados en el puesto de enfermería, desde donde se supervisa el estado de cada enfermo en todo momento. En caso de que alguna de las mediciones sufra una alteración, el monitor emite una alarma. «Es quizás el equipo más importante de todos. No cura pero sirve para vigilar al paciente», apunta Olaechea.
El respirador es otro aparato habitual en las UCI y unidades de Reanimación. Más aún en el caso de los pacientes de coronavirus, por los cuadros de distrés -inflamación de los pulmones- que presentan y sus dificultades para respirar. Está situado cerca de la cabeza del enfermo y se utiliza también en los quirófanos. Su función es «meter y sacar el aire» en los pulmones de un paciente tan fuertemente sedado que no puede inhalar y exhalar por sí mismo. Lo hace a través de un tubo que se le introduce a través de la tráquea. Si el enfermo está despierto el respirador suele sustituirse por un aparato de oxigenoterapia de alto flujo, que se aplica a la boca con una mascarilla.
Muy características son también las torres. Se trata de soportes sobre los que se van colocando las bombas de infusión. Cada uno de estos aparatos, con forma de cajetilla, regula con suma precisión la cantidad de un fármaco o suero que se administra al enfermo. «Es un equipo típico de los pacientes de la UCI porque necesitan mucha medicación», detalla el miembro de la Semicyuc. A los pacientes Covid es habitual que se les administre corticoides para contrarrestar el efecto inflamatorio que produce la enfermedad en sus órganos, anticoagulantes y antitérmicos. Si además le falla algún órgano puntual se le añade un fármaco que permita tratar esa dolencia.
Luego hay otros equipos móviles que entran y salen de las habitaciones en función de que haya que realizar al paciente algún tipo de prueba específica o tratamiento, como pueden ser una placa de tórax, una ecografía o un equipo de diálisis en caso de que tenga un fallo renal.
Las unidades de críticos son una de las áreas hospitalarias que requieren un mayor número de profesionales para atenderlas. Allí trabajan médicos intensivistas -en las UCI-, anestesistas -en la Reanimación-, muchísimo personal de enfermería, auxiliares de enfermería, administrativos y personal de limpieza. Para atender una sección de 12-14 plazas las siete jornadas de una semana y 24 horas al día se necesita un equipo de entre 60 y 70 profesionales, incluidos jefes de servicio y de sección y supervisoras. En cada uno de los tres turnos diarios hay una enfermera por cada dos camas y una auxiliar por cada cuatro.
Pero estos no son los únicos sanitarios que trabajan en la UCI. También apoyan a estas unidades celadores, técnicos de rayos, facultativos de otras especialidades que acuden a examinar a los pacientes afectados por las dolencias en las que son expertos -nefrólogos, cirujanos...- o fisioterapeutas para iniciar la rehabilitación de unos pacientes que pueden llevar varias semanas dormidos y han perdido todo el tono muscular,
El perfil del paciente que ingresa en la UCI suele ser el de una persona de entre 60 y 70 años. En el caso del coronavirus son algo más jóvenes. En la primera ola la media rondó los 55 años, según indicó entonces a este diario Fermín Labayen, jefe de servicio de la UCI de Cruces. En esta segunda ha bajado aún más. Hasta los 45-50. No son raros los casos de treintañeros que acaban conectados a un respirador a causa de la Covid-19.
La estancia media de estos enfermos en estas unidades es muy variable. Algunos permanecen apenas 3 días. Otros necesitan más de cuatro semanas. La media oscila entre las 2 y las 3. De ahí que en esta pandemia sean unidades que registran una alta acumulación de pacientes.
Las camas UCI son las más caras de la sanidad. Aunque es complicado determinar cuál es su coste exacto, distintas fuentes sanitarias apuntan a que en Euskadi una cama UCI puede suponer un desembolso que ronda los 2.000 euros por paciente y día. En este importe se incluye el gasto en personal, en equipos, consumo energético y medicación. Entre los profesionales está extendida la afirmación de que a la sanidad pública una cama UCI le cuesta «el triple» que una de planta.
En una UCI la atención y vigilancia del paciente es constante por parte del personal de enfermería. A primera hora de la mañana los médicos de guardia realizan una nueva ronda para repasar si ha habido alguna alteración. Un par de horas después, cuando llega todo el equipo de facultativos, se realiza una reunión en la que se revisa el estado de cada enfermo y se reparte el trabajo individualizado sobre cada paciente. Es el momento de realizarle las exploraciones y pruebas que se estimen pertinentes o de consultar a otros especialistas para recoger su valoración. También para ver si es necesario trasladar a algún enfermo de planta a la UCI por su empeoramiento.
Esta pandemia ha potenciado la coordinación entre los servicios más implicados en la atención de los pacientes Covid, de forma que se tiene identificadas unas jornadas antes a aquellas personas que, en caso de evolucionar mal, pueden requerir ingreso en las unidades de críticos.
Por las mañanas también hay tiempo para la visita de las familias -aunque en el caso de los enfermos Covid esto no es posible- y de informarles sobre la evolución de sus seres queridos. Pasadas las 14.00 horas se celebra una nueva reunión y se deja el parte con la información de cada enfermo a los compañeros que esa jornada se quedan de guardia hasta la mañana siguiente.
Osakidetza ha estado preparándose en los últimos meses para afrontar la segunda ola. La experiencia acumulada en la primera ha servido para tratar de evitar las carencias vividas entre marzo y mayo. Se ha hecho acopio de equipos y materiales necesarios. El personal es otra cosa. Es más difícil poder conseguirlo de un día para otro. La solución adoptada para poder hacer frente a ese posible aumento de camas UCI con sanitarios suficientes ha sido formar durante el verano y principios del otoño a facultativos y enfermeras de otras especialidades con conocimientos en el manejo de enfermos en situación grave. La idea es integrarlos en los equipos de las unidades de críticos para que sirvan de apoyo a compañeros con mayor experiencia en UCI.
Entre los perfiles a los que se ha impartido esta formación específica están los profesionales que trabajan en servicios como los de Cardiología, Medicina Interna y Anestesia quirúrgica, explicaba días atrás Alberto Manzano, coordinador del Plan de Contingencia de las UCI de Osakidetza.
En esta hoja de ruta se fijan cinco niveles de ocupación. El primero llega hasta las 221 camas, la dotación de base de las unidades de críticos. La segunda alcanza las 285; la tercera 420; la cuarta 580; y la quinta y última puede llegar hasta 690. Los hospitales de Osakidetza están entrando estos días en el escenario 3. La intención es mantener la cirugía programada hasta que se agote este nivel, aunque la consejera ya advirtió esta semana de que el aumento de ocupación en las camas UCI «podría suponer tomar decisiones respecto a la actividad asistencial».
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