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Llega la hora de la comida y con ella la ansiedad. Con frecuencia comienzan los rituales: esparcir los alimentos por el plato, trocearlos, esconderlos, empapar la servilleta para que absorba el aceite... Los «comportamientos alimentarios anómalos» por miedo a ganar peso son el pan de cada día entre las jóvenes que sufren trastornos de conducta alimentaria (TCA) como la anorexia o la bulimia, problemas que han aumentado un 60% en las consultas de Osakidetza desde el confinamiento. Uno de los recursos donde tratan a estas pacientes es el comedor terapéutico de la OSI Donostialdea, puesto en marcha en octubre de 2018 y que desde enero de este año ha rebajado la edad mínima de acceso, atendiendo también a menores de 16 años debido al aumento de los casos entre los más jóvenes.
En el Hospital Donostia han registrado un «aluvión» de casos graves de jóvenes con anorexia restrictiva y desnutrición grave que se iniciaron durante el periodo de encierro en casa, cuando «muchos niños y adolescentes aumentaron el ejercicio físico hasta límites francamente patológicos, controlando también en exceso su alimentación. Estuvieron sometidos a gran cantidad de material en todas las redes sociales sobre dietas y ejercicio físico para que la pandemia no nos pasara factura. Con el desconfinamiento, muchos de estos menores continuaron con estos comportamientos anómalos y pocos meses después nos llegó un aluvión de casos graves de anorexia, asociados a una desnutrición extrema», explica la psiquiatra infantil del Hospital Donostia, Begoña Antunez, que aclara que «la influencia de las redes sociales no lo es todo, ya que también existen factores genéticos, neurobiológicos, psicológicos o familiares».
Begoña Antunez
Psiquiatra infantil
La puerta de entrada a este programa, de 3 meses de duración –aunque es flexible–, es «a través de una derivación que realiza el psiquiatra de referencia de la paciente, ya sea de consultas externas, de la consulta de alta intensidad hospitalaria, de la planta de hospitalización de agudos infanto-juvenil o de la planta de adultos». Las pacientes –«en femenino» porque son la inmensa mayoría– acuden de lunes a viernes, de 12.30 a 16.30 horas, a comer y merendar.
Se les da «el mismo menú que al resto de pacientes ingresados en el hospital». El pánico a coger una caloría de más se repite a diario entre estas chicas, algunas casi niñas, y cuesta ingerir cada bocado aunque en el plato humeen unos macarrones.
La enfermera especialista en salud mental Maribel Pagola, responsable del comedor, coordina cada caso con el psiquiatra y el endocrinólogo referente, y toma las constantes a diario, que incluyen «la tensión arterial y la frecuencia cardiaca. Además, se las pesa semanalmente y se les realiza una valoración individual del comportamiento alimentario», comenta la experta, que añade que este recurso está diseñado para acoger a un máximo de seis pacientes de forma simultánea.
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El primer día en el comedor no resulta fácil para estas jóvenes. «Suelen venir con miedo a lo que se van a encontrar, aunque en general, se adaptan con facilidad al programa terapéutico. A través de este trabajamos cómo afrontar las ingestas, normalizar su relación con la comida, la imagen corporal, la conciencia de la enfermedad, el autoconocimiento... ayudándolas a poner nombre a lo que les pasa a través de diversos ejercicios y manualidades. También se practican técnicas de relajación».
Maribel Pagola es quien trata de reeducar los «comportamientos anómalos, a veces ritualizados» que han ido adquiriendo estas chicas y que «son fruto del miedo extremo a ganar peso»: comen con una lentitud excesiva, trocean los alimentos en exceso, esparcen los restos por el plato, la bandeja o incluso por el suelo... A veces presentan lo que es casi una fobia a ciertos alimentos como salsas, aceites, pasta o pan. Algunas de las chicas utilizan platos o cubiertos de postre para echarse menos cantidad, esconden restos de la comida en la servilleta o la empapan en el plato» para absorber el aceite. «Tampoco suelen utilizar ningún tipo de edulcorante y ocurre lo mismo con los aliños, incluida la sal. Al final llegan a idear todo tipo de 'trucos' para evitar comer o intentar ingerir las menos calorías posibles».
La psiquiatra del Hospital Donostia explica que «es habitual que muchas de estas pacientes intenten sustituir los alimentos sólidos por una mayor ingesta de agua, para lograr una falsa sensación de saciedad. En los casos más graves llegan a limitar también la ingesta de agua ante el miedo irracional a engordar. Ambos casos pueden ser poblemáticos y desembocar en una situación orgánica grave, ya sea en forma de deshidratación o por hiponatremia (nivel de sodio bajo en sangre) por exceso de agua en el organismo».
Este tipo de conductas son las que se intentan reeducar en el comedor terapéutico. La evolución de cada paciente es distinta. En la mayoría de los casos la mejoría es evidente y se procede al alta, sin embargo en ciertos casos no se logra mejorar y puede que la patología se cronifique. El día que se elaboró este reportaje las chicas dejaron varios mensajes en la pizarra que cuelga de una de las paredes: «Puedo y lo haré». «Actitud positiva siempre». «Todo pasa».
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