«Es gente que ya tenía algo pero funcionaba bien y la pandemia ha disparado su problema. Su vida ha dado un giro de 180 grados», afirma Maribel Pizarro, directora del Teléfono de la Esperanza de Gipuzkoa, al referirse a algunas de las personas que llaman a este servicio. En 2020, en el momento álgido de la pandemia, el teléfono registró un incremento de llamadas del 15% con respecto al año anterior. En 2021, este aumento fue del 5%. No es un dato espectacular pero sí importante, sobre todo por las características de los problemas que presentan las personas que se ponen en comunicación con el teléfono.
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«En 2019 recibimos tres llamadas de personas que en ese momento querían suicidarse y dos años después recibimos quince. Es un incremento muy importante y llamativo», asegura Pizarro. También resulta llamativo el problema que se ha detectado este año a raíz de un convenio suscrito entre el Teléfono de la Esperanza y Adinkide. «Hemos encontrado muchos casos de mujeres que de jóvenes han sufrido violencia de género en la pareja o abusos sexuales. Con la incertidumbre y el miedo provocados por la pandemia, situaciones traumáticas que parecían superadas emergen y aparecen con fuerza».
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Por edades, el 62,4% de las personas que entran en contacto con el teléfono tienen entre 46 y 65 años de edad, el 16,8% más de 66 años y el 12.4% entre 31 y 45. «Antes el mayor porcentaje se daba entre los mayores de 66 años pero se ha producido un rejuvenecimiento de las personas que nos llaman», dice Pizarro.
La responsable del Teléfono de la Esperanza de Gipuzkoa explica que «los trastornos de ansiedad y depresión se hallan muy vinculados a la pandemia». «Hay gente que casi no sale de casa y está con bastante medicación. Eso lo vemos en mayores de 65 años. Son personas que salen lo justo a la calle y dejan de tener actividades con los amigos. A pesar de estar vacunados y tomar todas las precauciones, tienen un miedo constante a contagiarse».
Pizarro destaca también la dificultad en estos tiempos de hacer un trabajo psicológico con las personas. «Resulta complicado. Es difícil intentar que una persona genere mecanismos para manejar la incertidumbre cuando lo que ve alrededor le dice lo contrario», afirma.
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