Cuentan con más medios y están mejor preparados que en la primera ola, cuando un virus desconocido cogió desprevenido al mundo, pero en esta cuarta embestida, los profesionales sanitarios están «cansados y quemados» de ver cómo la historia se repite. Sus rostros reflejan la impotencia, ... el desgaste tras más de un año de pandemia sin respiro. La vacuna abre un resquicio de esperanza, aunque alertan de la relajación en el cumplimiento de las medidas por parte de la población, ya que la vacunación «aún con solo el 6%» de las personas con la pauta completa no está frenando la entrada en Urgencias ni los ingresos hospitalarios. Al menos así lo corroboran las actuales cifras de la pandemia en Gipuzkoa, ayer otros 351 positivos, y el día a día de cuatro profesionales sanitarios que atienden urgencias hospitalarias en Donostia, Irun, Zumarraga y Arrasate y que participan en este reportaje.
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Según auguran, aún la curva no ha llegado a su punto más alto. «Claramente estamos en una cuarta ola. Los ingresos en Intensivos han aumentado y en 7 o 10 días van a volver a estar en cifras similares a la anterior ola, nos quedan todavía días malos, y a ver hasta dónde sube. El aumento de contagios es alarmante», advierte Jesús Avilés, médico de Urgencias del Hospital Universitario Donostia, que constata la misma realidad en el resto de hospitales del territorio.
Y es que por cómo se comporta este virus, se sabe que a un aumento sostenido de los casos le sigue, dos semanas después, un aumento en las hospitalizaciones.
El empeoramiento de la situación epidemiológica en Euskadi se produjo en plena Semana Santa, que junto con el anterior puente de San José, comenzó a hacer mella en el aumento de positivos. Las cifras despegaron el 9 de abril, cuando se pulverizaron varios récords, como los de contagios, con 920 positivos en 24 horas (situándose a niveles de enero), las hospitalizaciones, con 93 personas que requirieron ingreso por el virus y 115 pacientes que permanecían ingresados en las UCI de los hospitales vascos. Ayer en cuidados intensivos había 141 personas.
La tercera ola tocó mínimos en Euskadi el 14 de marzo con 214 contagios y ahora, poco más de un mes después la cifra de infectados se multiplica por cuatro.
Uno de los cambios que han observado estos profesionales sanitarios con respecto a las anteriores olas es que la edad media de los contagiados así como de los ingresados ha descendido y se sitúa entre los 40 y los 55 años. La explicación la encuentran en la «gran tasa de vacunación entre el colectivo de mayores de 80 años, por lo que la incidencia de los contagios a esas edades está siendo menor y ya no vienen pacientes de residencias con coronavirus por ejemplo», explican. La ventaja, entre comillas, de que haya descendido la edad de ingreso es que con «pacientes relativamente más jóvenes, las patologías previas son menores y cuando ingresan en intensivos, las estancias no son tan superiores como las que teníamos en la primera o segunda ola y lo mismo en planta, las estancias medias han ido disminuyendo», detalla Avilés.
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Todos ellos destacan la labor fundamental que se está realizando desde Atención Primaria con el filtrado de pacientes que llegan a Urgencias. Y es que «la mayoría, vienen derivados de AP, incluso con la radiografía. Son pocos los que no tienen el diagnóstico hecho».
Y si durante la primera ola, el miedo a pisar un hospital ante la posibilidad de contagiarse vació las urgencias, ese temor parece haberse esfumado en esta cuarta ola, observan.
Esa relajación o exceso de confianza por parte de la población también lo advierten en la calle y, aunque comprenden que «todos estamos cansados» de esta 'nueva' normalidad, que nos reta constantemente a muchas de nuestras costumbres más básicas sin un final claro, les «frustra» tener que seguir contemplando imágenes de aglomeraciones, mascarillas mal puestas, botellones o personas que se saltan las restricciones. Por eso se les cae el alma a los pies cuando observan que la población no cumple con las medidas para controlar la propagación del virus. Y porque cuando escuchan eso de 'salvar algo', nunca es la sanidad. «Primero fueron las navidades, después Semana Santa... Digo yo que habrá que salvarnos nosotros», reclama Manu Carrascoso, enfermero de Urgencias del Hospital del Bidasoa.
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Manu Carrascoso | Enfermero Hospital del Bidasoa
A Manu Carrascoso, enfermero de Urgencias del Hospital del Bidasoa, no le hace falta mirar las cifras para conocer la situación de la pandemia. Le basta con contar cuántas horas al día tiene que llevar el EPI puesto. «Hace dos meses igual te tocaba ponerte el traje una media de una hora al día y ahora ya estamos en unas tres o cuatro horas. Así te vas dando cuenta cuándo sube. Que por cierto yo ya no lo veo como cuarta ola sino como algo continuo, con sus subidas y bajadas», explica. Es su particular termómetro para medir la presión de los contagios, que no paran de crecer en el territorio y que ven su reflejo en estos servicios. Hay jornadas «más tranquilas que otras» pero es consciente de que en cualquier momento puede estallar de nuevo. «Sí que se nota que ha aumentado bastante el trabajo, el repunte es importante y a veces nos faltan manos. La zona para pacientes Covid a partir de media mañana se suele complicar y a mediodía se llena la sala de observación y no tenemos huecos ni para los pacientes, que no suele ser lo habitual».
Y a este ritmo frenético se le suma el cansancio físico, el agotamiento emocional y la tensión bajo la que trabajan desde hace más de un año, cuando aquel marzo de 2020 los profesionales sanitarios de todo el país se encontraron con un 'tsunami' que hizo temblar los cimientos de la Sanidad, obligando a estructurar espacios y reorganizar equipos. En esta zona del hospital cuentan con 10 boxes, de los que la mitad se destinan para pacientes Covid, «aunque dependiendo de cómo vaya el día tenemos que ocupar esa misma zona con pacientes no Covid, siempre con los protocolos de higiene» establecidos. Al día, pasan por el servicio de Urgencias cerca de 80-90 personas y «muchos de los pacientes que llegan son derivados de Atención Primaria y con la radiografía hecha. Pero no es habitual que venga un paciente con sintomatología covid sin diagnosticar», explica Carrascoso.
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Las horas que pasan los pacientes en Urgencias «se mantienen bastante estables. Hay otros que están peor e ingresan directamente en intensivos. Hay gente que dice que esto es un invento y luego ves a pacientes respirando por branquias como solemos decir (pacientes con trabajo respiratorio, esto es, con muchas respiraciones por minuto y cuyos músculos realizan un gran esfuerzo), pasándolo muy mal, y esos comentarios te mosquean mucho. Sé que es una minoría pero quema mucho. Parece que estamos aquí trabajando para nada». Aunque Manu intenta no pensarlo mucho y centrarse «en ayudar a que esto pase. No queda otra», asume este enfermero que cree que «al principio la gente estaba más mentalizada o con ganas de hacer las cosas bien, pero ahora pasa más de todo, no sé si es exceso de confianza o que está cansada de esta situación».
También a él le encantaría poder acercarse a los boxes con la cara descubierta, manejarse sin doble guante y sin unas gafas de protección que siempre terminan empañadas y que impiden ese cruce de miradas, indispensable para este profesional sanitario. Se apena cuando presencia situaciones que este virus le obliga a tragar a diario, «como la muerte de una persona o la gente mayor que está seguramente en sus últimas horas y está sola y tú vas con un traje que pareces un astronauta, da mucha pena. Son cosas que te llevas a casa y que van calando».
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Con la mirada puesta en el verano, espera que sea como el anterior, puesto que «a nivel de cifras y horas con el traje puesto -su particular indicador- no fue malo, aunque la situación es muy cambiante. El otro día vino una paciente de 40 años que tenía ocho PCR hechas. Así nos va… No aprendemos o no queremos aprender», dice este sanitario, cansado de que la gente no comprenda la magnitud de la pandemia. «Al principio teníamos que lidiar con la falta de material, la incertidumbre de cómo manejarte, cómo hacer las cosas… ahora en ese sentido tenemos más confianza y estamos mucho más seguros a la hora de realizar las técnicas, etc. Pero vemos que no acabamos de salir de la pandemia. ¿De ánimos? Tenemos nuestros bajones aunque nos apoyamos unos a otros y eso nos ha unido mucho», comenta este enfermero, del total de 7 que conforman el equipo de Urgencias.
Marta Monasterio | Médico Hospital Alto Deba (Arrasate)
Cada vez que se habla de flexibilizar las restricciones, Marta Monasterio se echa a temblar. «Me genera un temor tremendo. Porque si ya nos asusta la situación actual de la pandemia con las medidas restrictivas actuales no me quiero imaginar qué pasaría si se aligerasen más. Supongo que no lo plantearán como un libre albedrío», clama esta médico de Urgencias del Hospital Alto Deba de Arrasate, a quien no es que le preocupe ya el verano, sino «lo que vaya a pasar dentro de tres semanas. Ahora mismo la curva está subiendo y esto va para arriba, todavía está lo peor por llegar», avisa.
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Al igual que sus compañeros, tiene la sensación de que la pandemia parece no tener fin por mucho tiempo y esfuerzo que se le dedique y la presión que encadenan ola tras ola va haciendo mella. No ha habido tregua y cuando aún no se había doblegado la curva de la tercera ola ya estaban empapados por la cuarta. Según expone, «ninguno pensábamos que se iba a extender tanto en el tiempo y nos pilla a todos muy cansados, no hemos tenido tiempo para relajarnos y volver a la carga».
Esta cuarta ola ha multiplicado la carga asistencial de los sanitarios, al menos así lo observa a diario esta doctora, que atiende a «muchísimo paciente joven entre 40 y 55 años, ocho de cada diez aproximadamente, con neumonía complicada por coronavirus todos los días. Vemos unas 10 o 15 al día y son mucho más agresivas y algunas ya en una situación de traslado o para intubar al llegar, porque están muy malitos». Esto es, de los pacientes con Covid que acuden a este servicio de Urgencias, dos tercios son ingresados o derivados a otros centros, una proporción que da cuenta de la gravedad de la situación que tanto les preocupa. «Creo que esta ola, junto con la de noviembre, es la que está golpeando más fuerte», señala. A la alta carga de trabajo y al agravamiento del estado de salud de los pacientes se le suma un alto número de personas que acuden al hospital «por patología menor, como traumatismos, que antes no venían. Parece ser que la gente poco a poco va perdiendo el miedo». Si bien de momento están en condiciones de asumir el volumen de trabajo actual, lo hacen pagando un alto precio, «con muchas horas, haciendo malabares con los once boxes llenos y con las esperas que teníamos antes del Covid».
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Están cansados, física y psicológicamente. Han tenido que tragar lágrimas a pie de camilla y librar con el miedo de llevar el virus a casa, una carga emocional que no se desprende al quitarse la bata. Monasterio recuerda uno de los momentos más duros de la pandemia cuando contagió a su padre, «para mí fue durísimo». También lo es, dice, «cuando llega el momento de plantear a una persona que hay que intubar. A muchos les pilla desprevenidos, tienes que explicarles bien por qué se les hace, la gravedad de su situación y tienen miedo, te preguntan qué les pasará después…» «Luego también están las historias de pacientes con neumonía grave que te cuentan preocupados que un familiar suyo murió tras contagiarse y de esos casos tenemos miles», cuenta esta sanitaria, incapaz de «acostumbrarse» a estas situaciones. «Se sabe manejar mejor el virus a nivel médico pero nunca te acostumbras a llegar ahí y ponerte el EPI, la sensación que es trabajar con él, ver al paciente y explicarle lo que le pasa, luego llegar a casa y aislarte de tu entorno. Es algo que acaba siendo parte de tu vida, que intentas controlarlo en tu cabeza y te adaptas pero a esto no te puedes llegar a acostumbrar».
Por todo ello confía en el papel de las vacunas. «Hay que acelerar la vacunación como sea, es la esperanza a la que nos agarramos y además, que se ve que son efectivas», afirma Monasterio, al tiempo que llama a toda la población a protegerse y a actuar con responsabilidad. «No sé exactamente qué está fallando, creo que es un cúmulo de cosas: por un lado hay personas que no están lo suficientemente concienciadas o que a la mínima intentan salirse de la normativa; también la vacunación está siendo muchísimo más lenta de lo que pensábamos y otro aspecto es cómo se comporta el propio virus, que es impredecible y no sabíamos que iba a haber tanta mutación e iba a ser tan resistente a las diferentes condiciones ambientales. Se está propagando a una velocidad tremenda, por lo que hay que ser responsables y superestrictos con uno mismo y con el entorno. Es la única manera para solucionar esto hasta que nos vacunen. E intentar ser pacientes, que pasará».
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Igor Larrea | Médico Hospital Zumarraga
En el Hospital de Zumarraga ya han comenzado a trasladar a pacientes Covid a otros centros hospitalarios como Mendaro o Txagorritxu, en Vitoria, «cuando el hospital de referencia de traslados a Intensivos es Donostia», señala Igor Larrea, médico de Urgencias del Hospital de Zumarraga. «Creo que es un indicador clave» de la situación actual de la pandemia, que se expande sin control por el territorio guipuzcoano.
El traslado de personas desde el Hospital de Zumarraga para evitar una sobrecarga de la presión asistencial en Donostia se produce desde el pasado fin de semana, 10 de abril, cuando se dispararon en Euskadi los principales indicadores para medir la situación epidemiológica y se rozaron los mil contagios en 24 horas.
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Si marzo fue «un mes bastante bueno», señala Larrea, empezaron a notar el ascenso de la curva en Semana Santa, a partir de Jueves Santo, cuando «de 2 o 3 pacientes positivos por coronavirus se dispararon hasta los 10-15. Cada vez ves que llegan más y más pacientes y los recursos se van acabando. Hemos tenido problemas de camas, el hospital estaba lleno el viernes, y recibimos la orden de trasladar a nuestros pacientes a otros centros. Y la tendencia va a ser a peor visto los números. Creo que dentro de 7 o 10 días -que es cuando se ven las posibles complicaciones- veremos lo que pasa con esos mil y pico contagiados, si necesitan una valoración urgente o un ingreso hospitalario. El flujo de pacientes seguro que será mayor», alerta este sanitario, que se siente «cansado y enfadado. Es como vuelta a empezar, resulta bastante desesperante».
A pesar de que los profesionales sanitarios tienen un mayor conocimiento y manejo de la enfermedad y el hecho de estar vacunados les aporta una mayor «seguridad y tranquilidad», se encuentran ante una realidad «frustrante, porque ves cosas muy tristes y volver a revivirlas es duro. Al final te acaba minando». Habla de situaciones con pacientes jóvenes que llegan a Urgencias «muy fastidiados y tienes que trasladarlos a intensivos y sabes perfectamente que van a tener una evolución muy tórpida y que cuando salgan, si es que salen, van a necesitar una rehabilitación durante mucho tiempo y esto va a tener sus consecuencias». Y en el otro «extremo» de esta cruel realidad, el paciente geriátrico, con el que en este hospital están «muy acostumbrados a trabajar. Te encuentras con una persona con deterioro cognitivo, con sordera, que ni te oye ni te escucha, no entiende lo que ocurre y además tienes que decirle que va a ingresar solo, eso me parece durísimo», expresa.
Por eso cuando estos profesionales oyen hablar de flexibilizar la movilidad temen lo peor, «porque cada vez que nos abren vuelve a expandirse el virus», aunque Larrea entiende la fatiga que existe entre la población. «Llevamos más de un año limitados y la gente está cansada y triste. Cada vez estamos viendo más casos de ansiedad y depresión. Echas de menos tu libertad, salir, viajar... pero es lo que hay, nos ha tocado», apunta, al tiempo que expone lo «complicado» que resulta escapar del virus, que también se coló en el propio hospital el pasado mes de enero después de que se detectaran dos brotes en el área de Materno Infantil y en Medicina Interna. «Yo asumo que me puedo contagiar en cualquier momento, es inevitable y nos hemos medio acostumbrado a eso», lamenta.
Afortunadamente, desde Atención Primaria están realizando «un trabajo titánico» en el filtrado de pacientes, sirviendo de muro de contención para evitar sobrecargar las urgencias y los ingresos hospitalarios. Así, Larrea detalla que «las personas que acuden a este servicio, lo hacen con un diagnóstico hecho, con covid positivo». Ante el incremento de pacientes, el primer paso es ampliar las camas, pero también se abren espacios adicionales. «El fin de semana pasado había 30 personas positivas ingresadas y actualmente, la zona covid está llena, aunque luego según lo que va llegando se van habilitando otras zonas y te vas buscando la forma de organizarte», añade.
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Jesús Avilés | Médico Hospital Donostia
Esto no se termina nunca…», comenta con pesadumbre Jesús Avilés, médico de Urgencias del Hospital Universitario Donostia. En la puerta que da entrada a este servicio, llegan y se marchan a diario decenas de ambulancias con profesionales sudando bajo los equipos de protección y que no dan abasto. Este servicio es uno de los indicadores que mide la situación de la pandemia, y según apunta este sanitario, «aún no hemos llegado al pico. Llevamos unos 10-12 días con un aumento muy claro en el número de urgencias atendidas, sobre todo en el área covid, que ha aumentado más del 50%. Hace dos semanas nos planteamos incluso dotar esa área de menos recursos humanos porque teníamos una relativa tranquilidad pero en los últimos 15 días ha vuelto a aumentar todo y estamos en unos números muy parecidos a los de la tercera ola, con lo que hemos tenido que reforzar esa área tanto con personal médico como de enfermería. Y de los pacientes que vemos, el 50% ingresan».
Aunque el pasado lunes no se atrevía a hablar de sobresaturación, «porque en Urgencias siempre estamos sobrecargados», la situación a lo largo de la semana ha cambiado de forma drástica, teniendo que lidiar con jornadas en las que «la demanda es brutal. El número de pacientes covid ha sufrido un aumento alarmante». Avilés equipara la situación de trabajo actual a «aquellas épocas duras de hace unos años, como cuando había epidemias de gripe. Están siendo días duros. A comienzos de semana estábamos atendiendo a unas 30 personas al día por Covid, con picos de hasta 45 personas, pero las cifras se han disparado». En el servicio de Urgencias del Hospital Universitario Donostia, uno de los centros de referencia en Euskadi para tratar el coronavirus, disponen «desde finales de la primera ola» de un área entera destinada para pacientes Covid, dotada de 12 boxes con camas y sillones, «unos 20-22 puestos de atención en total» y que cuenta con un equipo de cinco médicos, cinco enfermeras y 2-3 auxiliares. Sin embargo el vertiginoso empeoramiento de la situación «ha obligado a habilitar nuevas áreas y unidades de hospitalización».
Con respecto a la primera y segunda ola, este sanitario ha observado un cambio en esta cuarta que le genera inquietud. Se refiere al «miedo que ha perdido la gente a ir a un hospital, el miedo a contagiarse. Durante la primera ola desapareció gran parte de la demanda no covid, lo que permitió que nos dedicáramos a ello con más intensidad, pero ahora estamos viendo urgencias que no son covid», detalla Avilés. Le sorprende cómo a estas alturas de la película «sigue apareciendo gente que no se ha enterado que tiene que mantener el aislamiento cuando ha tenido un contacto con positivo. El otro día mismo vino una persona que se había torcido el tobillo cuando debería estar aislada. Es frustrante, porque hay gente que no es responsable y que, teniendo que estar confinada por ser contacto estrecho con un positivo, está por ahí circulando».
A pesar de que con la llegada de las vacunas «vemos la luz muy al fondo, aún queda muchísimo trayecto porque van muy lentas», opina Avilés, que no está notando que la vacunación esté frenando la entrada en Urgencias. «No hay que olvidar que tenemos tan solo a un 6% de la población inmunizada con las dos dosis y queda muchísima gente aún», señala, al tiempo que advierte de la necesidad de seguir con las medidas de prevención, como el uso correcto de la mascarilla o la distancia de seguridad. «No tenemos nada nuevo de momento, no hay tratamientos especiales, la solución es la vacuna y hasta dentro de tres meses creo que no vamos a poder empezar a desescalar con garantías». Por ello insiste una vez más en el cumplimiento de las medidas por parte de la ciudadanía.
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Más allá de las jornadas maratonianas a las que está acostumbrado, el sentir que sus mensajes caen en saco roto es lo que frustra del todo. «Me pongo muy enfermo cuando veo a la gente con la mascarilla con la nariz fuera, en aglomeraciones… no hay forma», lamenta. En este sentido recuerda que «nosotros también empezamos a tener fatiga pandémica, porque además de sanitarios somos personas también. No hemos tenido descanso ni físico ni psicológico, incluso en épocas valle no hemos parado porque teníamos que seguir atendiendo infartos, ictus… y estamos fatigados», afirma.
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