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La vida es un cúmulo de casualidades que cuando se juntan las llamamos rutina. ¿No lo cree? Es más que posible que alguno de los 800 médicos, enfermeras y psicólogos que ayer por la tarde se examinaban en la Facultad de Ciencias y Tecnología de ... la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) le atienda el día de mañana de cualquier dolor físico o del alma. Lo mismo uno de ellos le extirpa un tumor, le coloca una rodilla nueva o le orienta sobre cómo salir de ese agujero que le parece un mundo. Usted seguramente nunca sabrá que ese especialista formaba parte de los aspirantes a profesionales del sistema público de salud a los que se refiere esta información que comienza a leer. ¡Pero, quién sabe! Es posible que así sea. Los exámenes MIR, EIR y PIR (de médicos, enfermeros y psicólogos internos residentes) vuelven a las aulas. Lo que mañana será ciencia es hoy un manojo de nervios.
Aitor Ateka tiene 24 años y ha llegado desde la localidad vizcaína de Gorliz con el objetivo de ser oncólogo pediatra. Con la que sueña posiblemente sea una de las especialidades médicas donde se necesita a los profesionales más fuertes y también más humanos. A ellos les toca bregar con uno de los dolores más complejos de mitigar. Brota en las células de los niños y se disemina por las de toda su familia. En más de 2 de cada 100.000 casos obliga a sus padres a afrontar la experiencia más antinatural y dolorosa posible, que es la de despedirse para siempre de un hijo.
«La verdad es que no sé por qué me gusta tanto esta especialidad, pero desde que era niño soñaba con ejercerla», cuenta el joven, tranquilo, a la espera de que se abran las puertas de la facultad donde se examinará. Su ilusión es tan vocacional que sus padres, relata, jamás le pusieron la menor pega por su elección. Al contrario, le motivaron desde el primer día. Lleva siete meses «enclaustrado» para estudiar diez o doce horas al día. «Te queda el tiempo justo para tener que comer y dormir a la vez», bromea.
Están en juego un total de 11.943 plazas en el conjunto de España y se presentan 32.212 aspirantes, 765 de ellos en el País Vasco. Hay, por tanto, una plaza para cada tres candidatos. Maddalen Arenaza (Oñate, 24 años) confía en ganarse una de ella y que haya otras tres, claro, para sus compañeras Ahizpea Oiarbide, Irati Madina y Oihane López. El de Maddalen es el caso contrario al de Aitor. No tiene predilección por ninguna especialidad, así que en unos años los pacientes podrán encontrarla en cualquier servicio o unidad hospitalaria, aunque, eso sí, con una salvedad. Siempre lejos de los quirófanos. «¿Por qué? Porque no me veo. Lo demás no descarto nada», se compromete.
Anderson James y Dassaer Flórez son el prototipo de una clase de profesional que enriquece cada vez en mayor medida la atención sanitaria de nuestro país. Los dos son vascos nacidos en Venezuela. El primero de ellos, Anderson, es la otra cara de la moneda de Maddalen. Se especializó en su país de origen en Cirugía General y hoy atiende como médico en una de las dos residencias de mayores de Barrika (Bizkaia). Su trabajo, a turnos, no le ha permitido preparar el examen como quisiera, pero «si Dios me da la oportunidad», se conjura, la aprovechará.
Lo poco que ha podido estudiar es una condición que comparte con Ane Padilla, enfermera de Pediatría del hospital de Cruces, que ha preparado la oposición de hoy como ha podido. Cuenta que le encanta su trabajo, no sólo por los niños sino también por «la forma de trabajar» del equipo del que forma parte. No le duelen prendas en reconocer que ha estudiado sólo «una semana... bueno si quieres pon un mes...», pero tenía que presentarse. «No estoy preparada, en absoluto, pero el no ya lo tengo. ¡Quién sabe, igual suena la flauta!», desliza.
Por la Vía Appia de la Universidad, donde se levanta la Facultad de Ciencia y Tecnología camina la joven vitoriana Andrea Blanco, que ha llegado a Leioa acompañada por sus padres, Almudena y José. Todo lo contrario que Ane, que se ha pasado «un año entero sin salir de casa», hincando los codos. Lleva al examen no solo lo estudiado, también su experiencia como enfermera en las Urgencias y el servicio de Respiratorio del hospital de Txagorritxu. Ahora sueña con ser matrona. «Me encanta todo lo que tiene que ver con la ginecología y la obstetricia», reconoce. «La verdad es que se lo ha currado. A ver qué les preguntan ahora, pero la verdad es que se lo merece», reconoce su madre.
A las puertas del edificio donde se celebran los exámenes Lorena Simón de la academia CTO distribuye folletos con información para los estudiantes. No sólo cuestiones académicas para antes y después del examen, sino también recomendaciones sobre cómo afrontar el superexamen que les viene encima. «Acuden nerviosísimos, pero están muy bien preparados», explica. En esa documentación de urgencia que les entrega, les recuerdan aspectos que ya han tratado, pero que no viene mal recordar.
Durante el examen, les dicen, hay que mantener una actitud positiva y no hundirse. Son cuatro horas y media de tensión. «Que tengas dudas sobre 80 de las 210 preguntas que tienen que responder no significa nada. No tienen por qué estar mal», les recuerdan. Un técnico de la Universidad sale a la puerta al filo de las tres de la tarde y comienza a llamar a los aspirantes. Primero los psicólogos, luego la enfermería y por último los médicos. La prueba comienza a las cuatro de la tarde. Seguramente, hoy, mientras lee usted estas líneas, Aitor, Maddalen, Andrea y los demás por fin se habrán relajado. Hoy le dan algo de lectura. Mañana le cuidarán. No por casualidad.
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