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Un estudio liderado por el grupo de Evaluación Económica de Enfermedades Crónicas del Instituto Sanitario Biogipuzkoa de Osakidetza ha revelado que existe una estrecha relación ... entre el nivel socioeconómico de las personas y el uso de antipsicóticos, tanto en la población general como en los pacientes con demencia. De esta manera, los investigadores guipuzcoanos han concluido que cuanto menores son los recursos económicos de estas personas, más alta es la probabilidad de recibir este tipo de fármacos por parte de su médico.
El trabajo, liderado por los investigadores Javier Mar, Uxue Zubiagirre, Igor Larrañaga, Myriam Soto-Gordoa, Lorea Mar-Barrutia, Ana González-Pinto y Oliver Ibarrondo; y que ha contado también con la colaboración de MondragonUnibertsitatea, evidencia «una falta de equidad» en el manejo de los síntomas neuropsiquiátricos relacionados con la demencia, al observar que aquellos pacientes con demencia de un nivel socioeconómico bajo son más propensos a tomar estos medicamentos (Risperidona, Olanzapina o Aripiprazol) creados para tratar enfermedades mentales graves, como la psicosis.
«La preocupación por su uso inadecuado ha llevado a informes gubernamentales a advertir sobre sus riesgos y recomendar una reducción de su uso para los síntomas conductuales y psicológicos de la demencia. También se han observado disparidades en su uso según el nivel socioeconómico, y se ha encontrado un gradiente con el nivel educativo en el uso de antipsicóticos, tanto en la población general como en personas con demencia», destacan sus autores, que han analizado al total de la población guipuzcoana mayor de 60 años, 221.777 individuos.
Durante el análisis, los investigadores de Biogipuzkoa han podido observar que las personas de nivel socioeconómico bajo toman hasta el doble de antipsicóticos que los de clase alta. Concretamente, el estudio asegura que «el porcentaje de usuarios de antipsicóticos aumentó del 2,9% en el nivel socioeconómico alto al 6,7% en el nivel socioeconómico bajo, y alcanzó el 39,8% en personas con demencia». Y hace un especial énfasis en la población femenina. «Al sobrevivir a sus parejas, las mujeres ricas llegan a estas etapas de la demencia como viudas y tienen que recurrir a la institucionalización. Vivir en una residencia de ancianos implica una probabilidad muy alta de que se les prescriban antipsicóticos».
La explicación que los autores dan a esta disparidad es que este tipo de fármacos «suelen ser la respuesta de primera línea a las conductas desafiantes en la demencia» en personas con menos recursos. En ese sentido, aseguran que los antipsicóticos «se utilizan con mayor frecuencia en el delirio, cuando hay problemas físicos», y añaden que «como los pacientes de bajo nivel socioeconómico tienen más barreras para recibir un tratamiento temprano para los síntomas neuropsiquiátricos, el riesgo de delirio es mayor».
Los investigadores agregan que en Osakidetza «no existe un programa de apoyo no farmacológico a las familias para ayudar con el manejo comunitario» a las personas con este tipo de problemas mentales. «Como las familias son las encargadas de organizar la atención domiciliaria, un mayor nivel de ingresos permite obtener apoyo no farmacológico para reducir el distrés –un estado de angustia o sufrimiento en el cual una persona es incapaz de adaptarse completamente a factores amenazantes– asociado al cuidado y retrasar el uso de antipsicóticos», señalan. Es el caso, por ejemplo, del tratamiento psicológico como los grupos de ayuda mutua (GAM) o la psicoeducación.
Entre todos los sujetos analizados la quetiapina fue el fármaco más utilizado tanto entre los guipuzcoanos con y sin demencia. Se trata de un medicamento que en dosis bajas está aprobado para el tratamiento de la depresión bipolar, y en dosis más altas para el tratamiento de episodios maníacos y trastornos psicóticos. Sin embargo, los autores se preguntan por qué es el más utilizado entre la población vasca «a pesar de todas las advertencias sobre su uso en pacientes con demencia».
Varios son los factores que pueden explicar este éxito. Por un lado, porque «conlleva un menor riesgo de efectos extrapiramidales, incluida la discinesia tardía». Por otro, por tener «un mejor perfil de seguridad cardiovascular» que la risperidona o la olanzapina. Además, los expertos señalan «la falta de efectos extrapiramidales» que se acompañan «de una sensación subjetiva de bienestar».
Resumiendo, los investigadores de Biogipuzkoa abogan por «aumentar la oferta» de tratamientos no farmacológicos en el sistema de salud público, ya que «podría ayudar a reducir la inequidad» en el uso de este tipo de medicamentos. «El problema –añaden– es la disponibilidad de dichos tratamientos no farmacológicos para personas con bajo nivel socioeconómico. Su incorporación a los servicios de salud pública sería más fácil si se estandarizaran los diferentes enfoques», concluyen.
Estos resultados se han publicado en el artículo 'Disease Disparities by Socioeconomic Status and Diagnosis of Dementia in the Prescribing of Antipsychotics in a Real-World Data Population Over 60 Years of Age' en la revista internacional 'Journal of Alzheimer's'.
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