Jueves, 31 de octubre 2024, 13:11
Taquicardias, mareos, dolores de estómago, problemas cardiacos, falta e aire, insomnio y, por encima de todo, un miedo enfermizo. Pánico a la gente, al trabajo, a uno mismo… Muchos viven con estos síntomas hasta que dan con el diagnóstico adecuado: ansiedad.
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Su estrategia es la desconfianza. Para él, todos somos enemigos en potencia ante los que hay que permanecer vigilante. A menudo percibe como una amenaza cualquier gesto neutral o incluso amistoso. Su comportamiento suele provocar lo contrario de lo que persigue: la hostilidad de los demás.
Su lema es: La mejor manera de evitar peligro es no exponerse a él. Esta conducta provoca, a largo plazo, una pérdida de habilidad para resolver situaciones comprometidas, lo que aumenta el riesgo de desarrollar una fobia y de no poder hacer frente nunca más a un nivel de riesgo aceptable.
Reacciona al miedo con molestias corporales, como malestar general o dolores. Ésta es una estrategia defensiva en toda regla porque los 'enfermos' no suelen ser molestados socialmente. Pero el aprensivo experimenta su miedo como un malestar físico real y eso le hace preocuparse por su salud.
Alcohol y tranquilizantes son estrategias muy extendidas para amortiguar el miedo, pero hay otros comportamientos, como comer o comprar de forma compulsiva, que también permiten sepultar el miedo bajo una avalancha de estímulos. La adicción al trabajo también se considera 'anestésica'.
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Reacciona con pánico ante el estrés, pero también ante situaciones normales como coger el autobús. El terror a sentir miedo hace que el problema sea aún mayor. Siente que la cosa no puede seguir así, que debería afrontar la situación o que necesita ayuda para resolver sus temores.
Intenta reducir a cero los problemas cotidianos mediante una planificación perfecta de todo lo que hace. Ese carácter controlador le limita la vida. Su escrupulosidad le hace inflexible y con una cierta tendencia a la intolerancia. Se aferra a su táctica aun cuando recibe críticas justificadas.
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Sus explosiones de furia ante cualquier presión son una estrategia defensiva. Esa descarga descontrolada de rabia es más fácil de sobrellevar que el miedo, pues supone una liberación de la energía acumulada. A largo plazo, esta conducta resulta muy dañina tanto para él como para los demás.
Aunque las causas del miedo pueden ser múltiples y complejas, algunos factores comunes incluyen:
Experiencias traumáticas: Eventos estresantes del pasado pueden dejar huellas duraderas en nuestra mente y cuerpo.
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Genética: La predisposición genética puede influir en nuestra sensibilidad al estrés y la ansiedad.
Estilo de pensamiento negativo: Pensamientos catastróficos y pesimistas pueden exacerbar el miedo.
Desequilibrio químico: Alteraciones en los neurotransmisores pueden contribuir a la ansiedad.
Afortunadamente, el miedo no es una sentencia de por vida. Existen diversas estrategias y terapias que pueden ayudarnos a gestionarlo y superarlo:
Terapia cognitivo-conductual (TCC): Esta terapia se enfoca en modificar pensamientos negativos y desarrollar habilidades de afrontamiento.
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Meditación y mindfulness: Estas prácticas pueden reducir el estrés y aumentar la conciencia plena.
Ejercicio físico: La actividad física regular puede ayudar a liberar endorfinas y mejorar el estado de ánimo.
Técnicas de relajación: La respiración profunda, la relajación muscular progresiva y la visualización pueden calmar la mente y el cuerpo.
Recuerda, reconocer y entender tus miedos es el primer paso hacia la liberación. No estás solo en este camino. Busca apoyo profesional y no dudes en compartir tus experiencias con otros.
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