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No quiere dar su nombre pero cuenta su experiencia. Entre semana trabaja de enfermera en un ambulatorio donostiarra y desde julio dedica sus domingos a ejercer de rastreadora voluntaria. No es optimista. Estar siete meses tras el teléfono y comprobar el día a día de ... una consulta le lleva a pensar que la pandemia para va largo «esto no nos lo quitamos de encima hasta dentro de tres años», se lamenta. Cada domingo deja a su familia en casa y se dedica a llamar por teléfono durante doce horas, y tras la línea telefónica encuentra de todo.
Asume que cada caso es diferente, hay gente que enseguida atiende a sus recomendaciones pero hay otra con la que no hay manera. «Es duro, oyes de todo, la gente se enfada, no respeta las normas y luego nos sorprendemos. Me da mucha rabia cuando llamas a una persona que debería estar en su casa y no te coge», explica. En esos incumplimientos encuentra muchos casos de personas negativas que tras hacerse la segunda PCR el octavo día de aislamiento no quiere quedarse en casa hasta la décima jornada.
«Se hace más complicado cuando son cuidadores de un dependiente positivo, porque tienen que estar con esa persona hasta que dé negativo, más otros diez días de prevención; así que cómo mínimo está 20 días recluido», sostiene. Primero contacta con el caso positivo, «le explico el protocolo, que se aísle, le pregunto si tiene síntomas, que piense con quién ha estado y que me facilite sus datos. Cada caso es único porque la cantidad de llamadas varía mucho. No es lo mismo alguien que trabaja con reuniones o una persona que apenas mantiene vida social», expone. Tiene claro que el virus ahora se propaga por el entorno familiar.
«En la primera ola era un contacto general, en la segunda ola fue claramente un relajamiento de la vida social, y este mes se notan mucho las navidades», cuenta. Escucha todo tipo de historias porque además de rastrear también se dedican a hacer un seguimiento. «Contactamos una media de cuatro veces en los diez días de aislamiento», aclara. «Quien pasa el Covid sin mayor problema, asintomático o con apenas síntomas, piensa que tampoco es para tanto, pero los que lo pasan mal... ¡lo pasan realmente mal!, se llevan al familiar de casa y no lo puedes ir a visitar al hospital, o se muere y no lo puedes despedir porque eres positivo.
Hasta que no te toca, la gente no es consciente de lo que hay, y llevamos mucho tiempo así», dice. En su equipo de fin de semana están alrededor de 20 personas, «y todas estamos implicadas», aclara. No tiene ningún reproche a la organización, al contrario. Está todo medido, si acaban con la lista de llamadas de su OSI se ponen con la siguiente para avanzar. «Entiendo que la gente tenga ganas de libertad, pero al saltarse todas las normas me están quitando mi libertad», concluye.
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