Tecnología, vida y Covid
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Decía El Principito de Saint-Exupéry que «lo esencial es invisible a los ojos». La Covid ha hecho visible lo esencial. Ha dañado la vida y la economía de un modo cruel y sin precedentes. La sociedad expresa su honda gratitud al personal sanitario, maestras, ... cajeras, limpiadoras, reponedoras, voluntarias, fuerzas de seguridad... y también al sector biotecnológico. Dejada la Covid a su libre evolución, se tardarían años en lograr una inmunidad de rebaño y habría que vivir en la incertidumbre eligiendo entre el aislamiento estricto y la apertura a costa de brotes. Lo estamos viendo. Por eso, la sociedad solicitó a la industria biotecnológica que desarrollara test diagnósticos, tratamientos y vacunas lo más rápidamente posible. Y la industria respondió: cientos de compañías variaron sus objetivos para mitigar la crisis a través de la innovación y la cooperación, trenzando acuerdos con celeridad. Miles de personas brillantes trabajan incansablemente para derrotar al virus. La misión de la biotecnología es generar productos disruptivos para patologías incurables y salvar vidas humanas, además de su destacada contribución a la alimentación y al medio ambiente. Es ciencia al servicio de la humanidad. No es altruismo; es totalmente estratégico. Tan solo en EEUU hay 661 programas de investigación de distintos tratamientos, 214 de ellos en fase clínica. Se ha adaptado el método estricto del ensayo clínico (más de 3.000 en el mundo) para avanzar más rápido sin poner en riesgo la vida de nadie. El 70% los financian pequeñas empresas que lideran el campo de los sistemas de diagnóstico, terapias y vacunas contra la Covid. Los test diagnósticos identifican a las personas contagiadas, las terapias alivian los síntomas de las afectadas y las vacunas armarán a la población con anticuerpos para destruir al virus en cuanto entre en el cuerpo. El deseo es que se distribuyan en todo el planeta en condiciones de equidad, comenzando por los más vulnerables: las personas ancianas con enfermedades crónicas y las que desempeñan labores de gran exposición.
La biotecnología, en especial la industria farmacéutica, ha sido demonizada por buena parte de la sociedad, sobre todo por el precio de algún medicamento. Los movimientos negacionistas, antivacunas, antitransgénicos y algún gobierno populista proyectan la imagen de que la gran farma saca provecho de la desgracia ajena. Con mucha ironía, el periodista Henry Olsen escribía en el Washington Post: «Se espera que la industria más maligna del mundo acuda al rescate a toda velocidad» ¿Cambiará ahora su reputación? Maquiavelo (¿o fue Churchill?) dijo: «No malgastes la oportunidad que ofrece una buena crisis». La Covid puede ser la oportunidad de reconectar con la sociedad.
El joven neurólogo Carlos Estévez Fraga hace su tesis en Londres. La Covid le ha llevado a formar parte del equipo que está probando una de las vacunas más prometedoras para erradicarla. En una entrevista afirmó tres cosas interesantes. Dijo que «si todo sale bien, estamos cambiando el mundo». Un mundo amenazado en la salud y la economía. Dijo que «no he observado miedo en los voluntarios que participan en el ensayo clínico». En todo caso desbordan solidaridad. Y dijo que «me molesta el nacionalismo médico», en referencia a la guerra abierta entre países por ser el primero en vacunar a sus compatriotas. La Covid no entiende de fronteras, religión, raza, edad, sexo, idioma ni ideología. Por fortuna para la humanidad, la biotecnología tampoco. La ciencia y el humanitarismo deben estar por encima de la política. Y terminó sentenciando: «La vacuna ha creado una fuerte inmunidad humoral (anticuerpos) y celular (linfocitos) y creo que va a funcionar». Lo expresó con una sonrisa sincera y esperanzada. Poco después, la OMS puso una (necesaria) nota de cautela ante el optimismo al que invitan los datos preliminares. Pero el viaje no termina aquí. La biotecnología siente la responsabilidad de que una pandemia de esta magnitud no puede volver a ocurrir y asume el lema de los Boy Scout: «Siempre preparados».
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