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Juan Bautista. EcharriTaxista
Errenteria. Son las 10.30 de la mañana en la parada de taxis de la avenida de Navarra, en Errenteria, donde cuatro taxistas comparten sus penurias en una jornada fantasmagórica. Juan Bautista Echarri, de Areso, se limpia las manos con un gel hidroalcohólico. Lleva más de ocho horas de jornada laboral. Que no de trabajo. «He hecho cinco carreras: una de siete euros, otra de doce..., cuando lo normal sería llevar más de veinte», cuenta el navarro. Acusan también la suspensión de las sidrerías. Como anécdota, el navarro dice que ha llevado a una inglesa que se había perdido en busca de un albergue haciendo el Camino de Santiago. Pero él no está para bromas. Con 51 años, hace diez meses sacó «la licencia de taxi con una hipoteca y hay que pagarla. Y no parece que esta situación se vaya a solucionar en dos semanas. Los autónomos lo vamos a pasar mal». El sector del taxi podrá trabajar durante el estado de alarma, pero escasean los clientes a los que cobrar con tarjeta o monedas, para lo que se cubren las manos con guantes. Les sobra el tiempo para limpiar manillas, cabezales y reposabrazos tras cada carrera. Y para preocuparse por el futuro.
Ricardo Lanchares. Farmacéutico
San Sebastián. Desde la puerta de su farmacia, en la calle Urbieta donostiarra, Ricardo Lanchares estima que «aún nos concienciaremos más de lo que implica una situación como esta, pero pese a nuestra mentalidad latina de estar en la calle, la gente se ha empezado a quedar en casa». Sin embargo, las boticas son uno de los comercios de primera necesidad que dan licencia para salir a la calle. «Estamos teniendo bastante afluencia de clientes», traslada. Entre otras medidas previsoras, han instalado un gel de manos en la entrada y prohíben más de dos personas en el comercio, donde los mostradores están protegidos con sendas películas de film que evitan que las farmacéuticas deban utilizar la incómoda mascarilla, aunque los guantes y la bata blanca van de serie. «En las farmacias nos hemos quedado sin mascarillas, sin geles, sin alcohol... Hoy hemos vendido los últimos termómetros. Al decir el ministro de Santidad francés que el ibuprofeno estaba contraindicado -algo no demostrado- hemos vendido más paracetamol. La sociedad está deseosa de información y debemos ser cautelosos. Esto no va a ser cosa de dos semanas».
Begoña Artola. Quiosquera
Errenteria. A media mañana, aún le embarga a Begoña Artola «una sensación rara» en el cuerpo al no ver a nadie en la calle desde su quiosco en la plaza de la Diputación, en Errenteria. «Cuando abrí a las seis, parecía una ciudad fantasma y me acompañó mi marido». Sin embargo, «a los diez minutos» ya vendió el primer periódico. «En esta situación lo importante es la salud, pero no me quejo de la venta. Es un día extraño», insistía. «Gente que nunca viene, hoy te compra el periódico, supongo que para informarse del coronavirus. Alguno te compra dos para algún familiar que se queda en casa». Unos guantes en sus manos es el único detalle extraordinario en su rutina. «El gel de manos lo uso siempre porque no tengo agua en el quiosco», apunta. La errenteriarra echa de menos un bar abierto para ir al baño, pero puede recurrir a una panadería cercana, que esta mañana no sirve café ni para llevar. Desde su mirada a pie de calle, percibe lo mismo que Josemi, su colega en Niessen, quien ha visto disparada la venta de pasatiempos: «Al cerrar el comercio es cuando la gente se ha percatado de que lo que era algo de los chinos, está aquí».
Iñaki Sarasola. Gasolinero
San Sebastián. «Apenas cuatro gatos andan en la carretera», advierte Iñaki Sarasola junto a la caja registradora de la gasolinera Avia camino de la zona de hospitales en Donostia. Desde ayer, el hernaniarra no sirve el combustible. «Hemos suprimido esa opción y cada cliente debe echarse la gasolina. Todos vemos la televisión o leemos el periódico y sabemos que en un caso así debemos extremar las precauciones. Igual que hemos interiorizado que hay que guardar un metro de distancia en la cola del pan, en la gasolinera debe servirse uno mismo». En su caso, y «hasta nueva orden», se limita a cobrar y a lavarse «las manos constantemente. Nunca las hemos tenido tan limpias», bromea. Mientras nos atiende, vende el último periódico del expositor y solo es la una del mediodía. «Estos días se venden todos. La gente quiere saber qué pasa con el virus». Y la sociedad ha recibido el mensaje de quedarse en casa. «De siete a nueve y media de la mañana no ha venido nadie; algo raro, porque un domingo soleado siempre alguien va al monte o a andar en moto». En su despedida, ofrece el codo en lugar del apretón de manos. «Saldremos de esta», sonríe.
Uxue Oiartzabal. Centro Coordinación DYA
San Sebastián. Como a miles de guipuzcoanos, el estado de alarma repentino le obligó a la asociación DYA a readaptarse rápido a la nueva situación. «Mañana (por hoy) terminaremos de organizar el tema administrativo, anteponiendo el teletrabajo», señala Uxue Oiartzabal desde la oficina central en la calle Mendigain de Donostia. Durante la mañana de ayer, su teléfono de coordinación 24 horas sonó menos que otros domingos. «Salvo los servicios de emergencias sociales, hemos suspendido el resto con el fin de tener todos nuestros recursos materiales y humanos en perfecto estado de higiene por si se nos requiere intervenir en la crisis del coronavirus. El departamento de Sanidad ya sabe que estamos aquí. Si se colapsa el servicio de atención a los pacientes, queremos estar ahí», especifica la errenteriarra. Es por ello que DYA ha cancelado el resto de sus actuaciones, como los cursillos de formación, las salidas a competiciones deportivas -todas suspendidas-, actividades culturales... Desde el 112 y Televida, les siguen derivando las emergencias sociales habituales, especialmente las caídas de personas mayores en sus domicilios.
Al Hasan. Frutero
Errenteria. El viernes o el sábado le habría costado más a Al Hasan encontrar un hueco para participar en este reportaje. «Los dos últimos días la tienda estaba siempre llena. Hoy está viniendo menos gente que otros domingos», explica el bangladesí. Su local en la plaza Fernández de Landa tiene fama de contar con buena fruta, pero estos últimos días «sobre todo» le piden «verdura. He vendido más patata que nunca. Quien solía llevar un kilo, ahora compra seis. Si en una semana vendo entre siete y diez sacos, en dos días he vendido cuarenta». Algunos, en la tienda y otros, a domicilio. «Doy la opción de llevar la compra a casa. La gente mayor lo agradece, sobre todo ahora que debemos recogernos en casa». Casi a diario viaja a Bilbao para proveer su almacén. «No tengo mucho espacio, pero traigo todo lo que puedo porque se vende».
Considera que a la sociedad le ha costado concienciarse, pero «ahora ya es más consciente del problema del virus. Sin embargo, no puedes estar recordándole todo el rato que use los guantes para coger la fruta. De cada cinco, se los pone uno. Cada uno debemos preocuparnos por protegernos».
Pilar Suárez. Panadera
San Sebastián. En la panadería Ogi Berri de la calle San Martzial de Donostia, se intuye la sonrisa de Pilar Suárez bajo la mascarilla con la que también se protegen sus dos compañeras en el mostrador. En las manos lucen guantes para evitar el contacto con el dinero, y cada barra es introducida en una funda de papel al salir del horno por otra trabajadora «que con sus guantes no toca nada más que el pan». Tratan de ser concienzudas con la higiene, «una cuestión que es responsabilidad de todos», puntualiza. Desde que se vio sola en la parada del autobús para ir a trabajar, la ecuatoriana intuyó que «la situación ha cambiado de un día para otro, y la gente es más consciente del problema desde que se han cerrado hasta los bares». Desde ayer, la clientela espera fuera de la panadería, sin entrar más de tres personas a la vez, cuando «hasta el sábado, todo el mundo entraba hasta el mostrador. Ahora guarda el metro de separación». Junto a sus compañeras, afirma jocosa haber notado «mayor venta de pastas y dulces en general. Si no podemos salir de casa, la gente va a engordar si no hace algo de ejercicio en casa, que es donde hay que intentar estar».
Mikel Resano. Conductor de Dbus
San Sebastián. Si el servicio de Dbus normalmente es puntual, ayer funcionó con precisión suiza. Sin colas en la carretera ni en las paradas de autobús. A las 14.25 horas, Mikel Resano aguarda a que den y media para comenzar la última vuelta de su jornada en la línea número 25, Venta Berri-Añorga. Al vernos llegar, de primeras nos indica que debemos entrar por la puerta central, dado que la delantera está cerrada para evitar el contacto con el conductor, que tiene un gel junto al volante y no debe cobrar a los pasajeros dado que solo se puede pagar el viaje con la tarjeta Mugi. Tras identificarnos, nos avanza lo que es evidente, porque no tiene ningún pasajero a bordo: «No anda nadie por la ciudad. El viaje anterior lo he hecho con una persona a la ida y otra a la vuelta», apunta. Curiosamente, ha percibido más paseantes a primera hora de la mañana, pero «la Ertzaintza y la Guardia Municipal han comenzado a advertir a la gente de que no podía estar paseando por el bidegorri o andando en bici, y he ido viendo menos. También han cerrado las playas». Otras líneas tampoco han trasladado a muchos viajeros, por lo que no descarta reducir su afluencia.
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